5.- El despertar de Yaggmurath

57 6 2
                                    

La niebla entra una vez más a la bahía, esa costa húmeda y salada donde tantas veces vi el amanecer, donde tantas veces el sol se ahogó en sus aguas para dar paso a la tibia noche.

La vida en Puerto Valladares transcurría como en cualquier otra  pequeña ciudad de pescadores. La gente madrugaba y tomaba sus barcos para ir a cosechar los frutos del océano. La primavera nos bendecía con abundancia de peces y mariscos.

Así nos embarcamos Tomás y yo, a las cuatro y media de la mañana. La costa desaparecía dejando atrás las arenas negras y los cerros tupidos de vegetación árida. Las gaviotas acompañaban el viaje rutinario por las corrientes en nuestra pequeña barcaza "El Zarpado".

Aún estaba estrellado el cielo, aunque rara vez lograba verse despejado, siempre se podía observar uno que otro astro entre los recovecos que bordaban las nubes. La marea nos llevó cerca de donde siempre echamos la red.

- ¡Mario, tiremos la red más allá! - sugirió el Tomás - no hay que matar la gallina de los huevos de oro.

Ese sitio siempre nos daba harto pescado, merluza, reineta, y harta jaiba. Pero Tomás tenía razón, había que moverse un poco pa' no agotar el recurso. La gente de la caleta cuidaba harto el mar, siempre sentí orgulloso por eso.

Movimos al Zarpado como 1 kilómetro mar adentro, encontramos otro sitio interesante donde se veía harto movimiento. Nos detuvimos y dejamos la barcaza parada, arrojamos la red y estuvimos ahí esperando y conversando de la vida.

- ¿Tu señora todavía ta enojá contigo? - Me preguntó el Tomás mirando el cielo
- Esa es más chúcara, se enoja por puras tonteras - le contesté medio riendo
- Puta que nos tienen paciencia nuestra eñoras - dijo Tomás dando una risotada al final.

Saqué una botellita con copete para calentar el cuerpo, un viejo Ron que me trajo mi hermano de cuando fue a Costa Rica.

- ¿Todavía te queda de esa hueá? - Dijo el Tomás
- Puta, sí... trato de tomármelo de a poquito porque ya se va a acabar - Le contesté
- ¿Viste?, por eso te huevea tu señora po si eres super cagao - Rió
- ¿Qué querís que te diga? Ya oh, tenís razón. ¡Tomémonos este medio litro ahora mismo! - exclamé
- ¡Esa Mario! 

Tomás se acercó refregando sus manos palma con palma, como las moscas que se preparan para besar los pescados frescos. Le serví un vasito pequeño para que lo degustara

- ¿Qué te estaba diciendo de ser cagao? - Me contestó el Tomás al ver el vasito en el que le servía
- Pruébalo primero hueón - le repliqué

Tomás hizo una mueca de desagrado, pero me recibió el vasito y se mandó el pencazo. Al bajar el licor por la garganta su gesto cambió, se le cerraron los ojos.

- Ohhhhhh, ¡Qué está fuerte esta hueá! - comentó apenas abriendo los ojos.
- ¿Seguro que querís seguir tomando? - le pregunté
- Usted no me conoce bien compadre Mario, ¡ya pue' esa pregunta hombre! Tomémonos esta tontera.

Así estuvimos un buen rato tomándonos el botellón de ron, hasta que la embriaguez adornó nuestros rostros coloreándolos de rojo. Nos reíamos y cantábamos. Estábamos borrachos, incluso nos tomamos una siesta.

Recuerdo que despertamos con la luz de la mañana, me acerqué al Tomás que roncaba como viejo con catarro.

- ¡Despierta hueón! - le dije zamarreándolo 
- ¿Qué tenía ese Ron Mario? - Dijo medio borracho pero sonriéndome.
- Recojamos la red y vámonos pal muelle, la gente debe estar esperándonos, nos van a retar los socios.

Cogimos la red y había harto pescado, lo tiramos en el bote, las aletas se revolvían en un mar de escamas.

- ¡Mira Mario!, pillamos blanquillo, merluza, congrio y varias hueas más - indicó Tomás

Infierno psíquicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora