6.- El soñador

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Bárbara era la dueña de un restorán de comida típica en el pequeño pueblito rural de Santa Inocencia, no había muchos lujos en ese lugar, pero la gente vivía feliz y cómoda. El establecimiento mostraba un espacio cálido y familiar, sus mesas de madera añejada y el olor a café que emanaba de la cocina lo hacían un lugar perfecto a la hora de comer.

El restorán perteneció a su abuela María, una anciana muy trabajadora, y pese a que sus hijas crecieron en el restorán, nunca quisieron ser parte del negocio. De hecho, apenas tuvieron edad suficiente se fueron a la ciudad a estudiar y trabajar. Una de sus hijas le dio nietas, entre ellas Bárbara, quien siempre mostró fascinación por visitar el campo en Santa Inocencia, no había vacaciones en las que no quisiera estar con su abuela María.

Fue por este interés que María le heredó el establecimiento a Bárbara, quien a sus 25 años se hizo cargo del negocio "Las Loicas de Santa Inocencia". Fueron años tranquilos como de costumbre, la monotonía y la soledad que sentía a ratos le hacían desear tener un hijo, el tiempo se le pasabay sentía que era una flor que se marchitaba.

Bárbara tenía 34 años, en todo ese tiempo tuvo uno que otro romance que no perduró debido a que dedicaba demasiado tiempo a su trabajo. Hubo un muchacho con quien estuvo por dos años, pero no pudo hacerla madre. Fue un proceso muy triste, pues incluso visitó un médico que le dio la  mala noticia de que era estéril. Bárbara se deprimió mucho en aquella época, intentó de todo, remedios naturales, visitó médicos, terapias alternativas y uno que otro charlatán.

En uno de sus intentos desesperados, Bárbara se enteró que había un hombre cerca de la isla de Lebuy en Chiloé. Un brujo que se supone tenía el poder de curar todo los males que afligen a las personas. Ya desesperanzada decidió tomar esta última oportunidad, se contactó con un hombre llamado Tlaloc por medio de cartas. El hombre en cuestión le respondió dándole indicaciones de como llegar a su domicilio y le pidió materiales diversos, entre ellos velas de distintos colores y aromas, algas frescas de la costa y una prenda de cuando era niña. La muchacha reunió todo y  decidida a cumplir su sueño cerró el restorán un mes completo, aunque de igual manera avisó a sus vecinos que se iba de vacaciones al sur para que le cuidaran el negocio mientras ella no estaba.

Y así fue que Bárbara llegó a Lemuy, consiguió un lanchero que la llevó a la isla donde se realizaría la "limpieza". Llegaron a un muelle bastante improvisado, era de madrugada y la niebla estaba en su máximo auge, pese a que no había sol, era un lugar cálido y húmedo. Ahí había una anciana de aspecto sumiso esperando a la chica, vestía un largo poncho con capucha que apenas dejaba ver su cabello canoso y parte de las arrugas de su rostro.

- ¿Es usted Bárbara? - preguntó con su voz destemplada
- Así es, soy yo - contestó tímidamente

En su interior, Bárbara pensaba que estaba haciendo algo muy estúpido, pero era tal el anhelo de ser madre, que estaba decidida a llevar a cabo su plan hasta el final.

La anciana alzó la vista y le miró a los ojos, Bárbara sintió como si revisaran cada rincón de su alma. En pocos segundo se perdió en la gris mirada de la anciana, quien después del incómodo momento, le hizo un ademán para que la acompañase.

En silencio recorrieron un sendero rodeado de vegetación baja, arbustos y pequeños árboles crecían a ambos lados de un sendero de piedras coloreadas. Al final llegaron a una pequeña choza. La anciana se adelantó y dios tres golpecitos a la puerta de madera húmeda y roída por el tiempo. Bárbara estaba ansiosa y un poco nerviosa, el tiempo que tardaba Tlaloc en abrir la puerta se convirtió en una larga eternidad.

De pronto el crujido de la vieja puerta puso en alerta a Bárbara, la muchacha se acongojó ante lo que le deparaba, tenía un mal presentimiento pero su deseo le impulsó a seguir adelante. La puerta se abrió frente a la anciana y a la joven dejando ver la cara de un tímido hombrecillo cuya cabeza se debatía con la calvicie. Usaba unos anteojos desgastados y trizados, se veía enfermo y no hablaba mucho. Tras ver a Bárbara abrió los ojos, se veía impresionado.

Infierno psíquicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora