1.- Los Seres

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El servicio eléctrico llevaba todo el día intermitente, pero a eso de las cinco de la tarde la luz no volvió más... la señal del teléfono tampoco funcionaba bien. La radio a pilas solo emitía ruido de fondo y las calles se mantenían en silencio. Los perros de los vecinos silentes y escondidos en sus casas, la noche se cernía suave y acechadora a la vez.

Tenía mucho miedo de acercarme a la ventana de mi cuarto, no sabía donde podían estar...
Recuerdo que lo último que hice antes de subir a la pieza, fue dejar con llave la cocina y las puertas de entrada. Me metí bajo las sábanas temblando de miedo, el tiempo no estaba de mi lado y debía idear algo.

Fue cuando oí que el ventanal del primer piso explotaba. Los cristales impactaron contra los muros y la casa entera retumbó. Estaban Dentro. El sudor frío recorría mi frente, el aliento de mi respiración acelerada me asfixiaba bajo las ropas de cama, intenté calmarme.

Un dialecto extraño y escalofriante resonaba en el piso de abajo, estaba perdido... la desesperación me empujaba a saltar por la ventana. Pero no cedí ante los impulsos de la locura, el miedo me llevó a un breve momento de lucidez y mi instinto de supervivencia me hizo salir de la cama. Pensé de pronto en el entretecho, era un lugar más seguro que el refugio de tela que había escogido inicialmente y con algo de suerte podría pasar desapercibido.

Usando la linterna de mi teléfono, alumbré el cuarto para tomar una silla y encaramarme al ático, empujé la puertita de madera y me metí como pude. Arriba estaba todo oscuro y lleno de polvo, me moví rápidamente entre los reducidos espacios y me quedé en una esquina en silencio temblando en un rincón, orinado hasta los calcetines, escuchaba como golpeaban la puerta de mi habitación fuertemente - Padre nuestro que estas en los cielos ...- rezaba en mi mente con la fría y vaga esperanza de que no me encontraran.

Un zumbido chirriante y agudo siguió a los golpes constantes contra la puerta, un segundo disparo hacía estallar la puerta dando paso libre a los intrusos. Mi mirada apuntaba a la entrada del ático, mis dientes no paraban de castañetear.

Se escuchaban sus pasos, suaves sobre el piso, casi insonoros. Nuevamente conversaban entre ellos en su dialecto secreto y retorcido. Oí como uno de ellos abría la ventana, un nuevo disparo fue ejecutado. El grito de agonía de un niño resonaba en la noche siniestra. 

El próximo iba a ser yo... si me hallaban, intenté taparme con un viejo saco de dormir esperando que todo pasara lo más rápido posible, me recosté dejando una abertura para ver como la puerta del ático subía lentamente. La luz se filtraba tenue, del recoveco que abría emergía la cabeza gris del intruso, sus ojos almendrados y negros buscaban mi presencia. Entre la oscuridad reinante, ágilmente y sin problemas subió el visitante, su cuerpo delgado pero fuerte apareció bajo el fulgor de una lámpara de luz celeste.

Sus ojos me miraban, sentía que se clavaban sobre mi como dos dagas afiladas, quedé inmóvil. Su pequeña boca dijo algo y luego dejó salir lo que parecía una risa, el humanoide se acercó, pronto subió otro y se pusieron ambos frente a mi. Pude verlos bien, el segundo en entrar tenía una cicatriz en la cara, al lado de su ojo derecho. En las mano cargaba la cabeza de un niño carbonizado.

Los seres conversaban entre sí, sus ojos nuevamente entraban en mi mente. El de la cicatriz tiró la cabeza del niño a un lado, aún salía vapor de su boca, sus ojos habían explotado y casi no le quedaban dientes. Ambos se pusieron a medio metro de distancia de mi, se agacharon y sin quitarme la vista sacaron de una caja de herramientas un artefacto puntiagudo. El artefacto emitía una luz tenue de color verde pálido, yo estaba encandilado por dicho instrumento.

En mi distracción, la criatura de la cicatriz en el ojo me quitó el saco de dormir y me arrancó la camisa desgarrándola con sus manos, los músculos no me respondían. Armados con esa cosa, me dieron puñaladas en el pecho y abdomen repetidas veces, no pude gritar pero el dolor que sentí fue algo horripilante, la lengua se me puso dura y la vista se me nublaba. La carne se me quemaba cada vez que me metían esa cosa.

Pese al dolor seguí consciente y al cabo de unos minutos desapareció. Con una nueva herramienta, ésta vez de color púrpura, me rajaron el vientre mientras hablaban entre ellos en esa lengua podrida. Me sacaban las tripas y las dejaban en el suelo a un lado mio. La sangre se me arrancaba del cuerpo, me sentía somnoliento. Fue una hora y media de tortura hasta que uno de ellos sacó un arma y me apuntó a la cabeza, el horrible chirrido fue lo último que oí.

Así desperté de golpe, estaba en mi cama sudado entero, la vívida pesadilla había acabado, aún era de noche. Tomé mi celular y me quité la camisa con apuro esperando encontrar lo peor, pero no había nada; ninguna cicatriz. Me alivió el saber que estaba todo bien, me acerqué a la ventana a tomar un poco de aire, abrí la cortina y una luz en el cielo me encandiló por unos segundos. Una enorme nave de donde salían y entraban otras más pequeñas adornaba el cielo nocturno. De la casa de al lado, una especie de platillo se llevaba a mis vecinos, arrastrándolos contra su voluntad, pude divisar a sus tripulantes: eran los seres de mi pesadilla.

Los vidrios del piso de abajo de mi casa reventaron y toda la estructura del edificio tembló, mi único resguardo era el entretecho, tomé un revólver que escondía en la cómoda y me subí al ático, pero al llegar al rincón donde me había escondido en el sueño, encontré un charco de sangre seca impregnado en la madera. Decidí salir de ese oscuro lugar y consideré saltar por la ventana, pero al llegar a la entrada del ático ya era muy tarde. Sus ojos almendrados me tenían fijo, sólo aparté la vista y todo se volvió negro.

Al recuperar la consciencia, estaba tras un vidrio grueso, varias mangueras me rodeaban. Mis brazos habían sido cortados y estaban en una especie de mesa siendo analizado por varias de esas horrendas criaturas. Les supliqué que me mataran pero no me hacían caso, lloré hasta que la luz de la vida se me extinguía. El de la cicatriz se acercó al tanque y me habló directo en la mente.


"Disfruta tu estancia en el Infierno, malnacido."

Infierno psíquicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora