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HACE UNOS MESES
LOS BUFIDOS DE ISABELLA ERAN SOLTADOS CADA SEGUNDO, no era que odiara volver cómoda a él Pequeño Palacio, lo que odiaba era que el Oscuro pensaba que ella no podía cuidarse por sí sola.
Cuando llegó la hora de volver al Pequeño Palacio, el General Kirigan ordenó que Isabella fuera en el mismo carruaje que el. Ósea, solo ellos dos en un lugar extremadamente estrecho, solo porque el sanador que atendió a Isabella dijo que la herida interna no estaba del todo curada.
—¿Podrías dejar de quejarte, Bella?— Kirigan frente a ella, le miró con el ceño fruncido. Se notaba que los bufidos de la chica lo tenían harto.
—¿Porque no puedo ir con los demás?— pregunto Isabella, y una pequeña sonrisa se formó en el rostro de Kirigan. A él también le parecía divertido el comportamiento infantil, que estaba teniendo Isabella.
—Porque los demás están completamente sanos, y tú tienes probabilidades de que tu herida vuelva. No puedo arriesgarme a que mueras desangrada— explicó con paciencia el Oscuro, y la mirada de Isabella, que anteriormente estaba en la ventana, se giró hacia el— No podemos perder a la mejor mortificadora del Segundo Ejército— se excusó y Isabella arrugó su nariz, antes de regresar su mirada a la pequeña ventana del carruaje.
—Ni siquiera me has dicho qué tal está Stannis
Kirigan la observó detalladamente. Seguía con el vestido blanco que las sanadoras le pusieron, y ver como el blanco vestido, se perdía en su pálida piel y en su platinada cabello, era algo que admirar. Además, era fabuloso el contraste de su roja kefta suelta, sobre todo aquel blanco.
El Oscuro pocas veces había tenido oportunidades para observar detalladamente a Isabella. La mayoría de veces estaban acompañados de alguien más y se vería muy extraño el hecho de ver a el frío Oscuro, detallando el rostro de la joven mortificadora.