Introducción: Los hermanos Gambino García

Prólogo 1

Ricardo Gambino estaba a punto de halarse los cabellos de frustración.

Estaba cansado de muchas cosas. Porque aunque tuviera el lujo y el privilegio de tener mucho dinero -quizás era el segundo hombre más rico de la ciudad entera-, su vida era una frustración constante.

Todo comenzó en sus veintes, donde tuvo que entrar al negocio familiar y casarse con su difunta esposa. Una Omega a la que no amaba ni nunca amó. Ni siquiera se llevaban bien, se engañaban entre sí cada día y sólo estuvieron juntos dos veces: es decir, las dos noches que engendraron a los nuevos herederos del negocio.

Luego que Carlo y Horacio nacieron, llegaron otros problemas. No podía llevarse bien con ellos y entenderlos, era muy difícil.

La familia estaba llena de catrices profundas que a pesar del tiempo, no paraban de sangrar, porque lo que el tiempo no arregla, lo hecha a perder. Como cereza del pastel amargo que era su realidad, su esposa se murió. No es que la extrañase, por muy cínico que parezca, sino que ella era todo para sus hijos.

Para despejarse un poco de una pelea terrible que tuvo con su hijo Carlo esa mañana, caminó sin rumbo fijo por la ciudad. Las miradas indiscretas de todos no lo detuvieron de su marchar, y tampoco la sorpresa que podía dar el que él se paseara sin escoltas o sin coche por ahí.

Su estómago gruñó, justo cuando se detuvo frente a un restaurante de fachada verde que ponía en él: "Restaurante Kerule"

Se quedó plantado un minuto completo, estático frente a la puerta, sin importar que detrás se estaba formando una cola de gente que también quería entrar pero no se atrevía por tener a semejante magnate ahí.

Y así, dejándose llevar por su hambre y la desolación momentánea que sentía, abrió la puerta.

Se escuchó un "Ding, Ding, Ding" cuando esta se cerró tras él, encontrando adentro algo que cambiaría su vida y la de sus hijos.

Su futuro, ahí, a sólo unos pasos de distancia.