15. Tal vez.

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28 de abril, 1998.

André.

4:02am.

La cuidad lucía tranquila en la madrugada, eso alcanzaba a mirar desde el balcón de la habitación de Mathya.

Llevaba caja y media de cigarrillos y me preguntaba que había hecho mal, Mathya yacía dormido luego de llorar desconsoladamente sin decirme que ocurría.

Le presté mi hombro para que llorase pero no recibí respuesta de lo que había hecho mal, y por ello, no había alcanzado a dormir.

Aveces me frustraba sus constantes cambios de humor, estaba bien y luego simplemente todo se iba por la cañería.

Él tenía ese defecto de autosabotearse la felicidad y yo estaba siendo testigo de ello.

Y en el fondo, también víctima.

Pensaba en eso y en muchas cosas más con la segunda botella de whisky que Mathya había llevado.

Dolía entender que Mathya llevaba una guerra constante contra sí mismo, quería ser yo quien lo ayudara a sanar sus heridas como lo había dicho pero cada vez sentía que solo lo empeoraba.

Le dí otro trago a la botella de whisky y apagué el cigarrillo en el cenicero cuando me dominaron las ganas de vomitar, salí corriendo en dirección al baño y me arrodille en el inodoro para expulsar todo el alcohol que había en mi cuerpo.

Corrieron algunas lágrimas por mi mejilla por culpa del esfuerzo a vomitar, cuando sentí una mano acariciar mi espalda y tirar hacia atrás el cabello que corría por mi frente, Pérez se había despertado, debía ser eso.

Me limpié los labios y los ojos para mirar en dirección a la puerta, no había nadie.

¿Qué carajos?

Parpadeé seguidas veces pensando si había sentido mal, realmente había sentido el tacto en la espalda y como me peinaban hacia atras.

Me levanté rápido para mirar a la cama donde se suponía que dormía para verificar si así era, y si estaba durmiendo.

Estaba asustado pero no iba a despertarlo, no cuando había costado tanto trabajo.

Así que tomé mis cosas y caminé en dirección a la puerta, haciendo inconscientemente mucho ruido, para cuando iba abrir la puerta su voz me detuvo.

—Lo siento. —Escuché detrás de mí.

Cerré los párpados y volví a cerrar la puerta, sin voltear a mirar.

Sus brazos rodearon mi cintura y pegó su pecho en mi espalda, llorando.

—Lo siento. —Repitió con la voz rota.

Fue ahí cuando me dí vuelta lentamente sin soltarme de su agarre, él no me permitió mirar su rostro, estaba oculto en mi pecho cual niño pequeño e indefenso.

—No pasa nada..—Susurré pasando ahora mi mano por su espalda descubierta.— Primero eres tú, y si no estás cómodo con esto que tenemos puedes terminarlo y lo entenderé, amor.

—No quiero que termine...—Dijo algo alto, aferrándose con más fuerza a mi abrigo.

—Me tengo que ir. —Cerré los párpados con dificultad de lo ebrio que me sentía.

—No dejaré que vayas en ese estado.

Permanecimos en silencio y fundidos en ese abrazo por unos minutos más, y cuando el castaño se alejó, limpió sus lágrimas y no me dirigió la mirada.

—Yo te llevaré. 

4:13am

Las luces de los semáforos y de la cuidad traspasaban a través del vidrio de las ventanas de auto, dejando contraste en nuestros silenciosos rostros.

Yo luchaba por mantenerme despierto pero luego de darle la dirección de mi departamento fui vencido por el sueño y el estado de ebriedad.

No sé cuánto tiempo pasó, pero cuando abrí los párpados estaba frente el apartamento.

Pérez en el asiento del conductor, con la cabeza recostada al asiento mirando el techo, sin decir nada, respirando lento.

Cuando se percató que estaba despierto, volteó su cabeza sin despegarla y me sonrió.

—¿Pesadilla?

Ladeé la cabeza confundido cuando toqué mis mejillas húmedas, había llorado dormido.

—Yo...

No lo sabía, no recordaba que estaba soñando con exactitud.

Cerré los párpados para intentar recordar.

En el sueño, estaba tocando un pasto húmedo, estaba de rodillas, plano de mis manos cortadas por el césped y mis jeans llenos de barro.

Levanté la vista en ese mismo espacio y me encontré con un ataúd color blanco, grande.

Corrí sintiendo las piernas débiles y a punto de fallar en el intento, pero llegué a donde estaba el ataúd, no había nadie más y arriba estaba una rosa roja.

Mis dedos temblaban por el miedo de quién estuviera ahí, lentamente levanté lo que cubría la ventana que daba a observar el muerto y...

Vestido con una camisa mal abotonada y corbata color mostaza estaba Pérez, Mathya Pérez.

Abrí lentamente mis párpados luego de no recordar más y sin mirar al hombre frente a mí, me lancé abrazarlo, a aferrarme a él como si mi vida dependiera de ello.

—Tal vez te quiero.

—¿Tal vez me quieres? ¿Por qué tal vez? —susurré.

—Si.

—¿Qué quieres dec...—Me detuve y sonreí. — Tal vez te quiero también.

Las estrellas de tu garganta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora