1. Capuccino.

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Francia, París 10 de Marzo 1998.

Mathya Pérez.

Hacía 5 días que había llegado al suelo donde me encontraba, a los suelos rocosos de Francia.

No había querido salir del hotel donde me hospedaba, estaba algo deprimido (como los últimos 3 años) y la verdad es que no quería.

Mi sueño desde siempre había sido viajar a Francia, Italia y toda europa si era necesario, yo era pintor, era un "artista" aunque no me auto nombraba como tal.

Era como un artista frustrado y deprimido desde la muerte de mi prometida y el bebé que estábamos esperando, mis pinturas eran un total éxito gracias a ella y sus contactos, todo se lo debía a ella.

Como me encantaría que estés aquí, conmigo. Pensaba mirando el anillo dorado de compromiso en mi dedo.

Lentamente me levanté de la cama y fui hasta el baño, me miré al espejo y tenía la misma ropa que hace 2 días, un pantalón de pijama y una camisa holgada que a Ashley le gustaba ponerse, era mía pero ella se la había quedado, su olor se había perdido pero aún me encantaba usarla, me reconfortaba de alguna manera.

Alcé la mirada a mi rostro, estaba pálido como de costumbre aunque fuera de tez morena claro, mi cabello estaba largo por más abajo por los hombros y mi barba era lo único que estaba bien, era lo único que me cuidaba.

Ojeras, manchas, dientes amarillos, todo por la mala vida que llevaba, aunque si lo pensaba  mejor, había avanzado, hacia solo 1 año ni me levantaba de la cama.

—Creo que estaré bien, no puede ser tan malo.—

Me dí una buena ducha, el agua estaba fría como me gustaba. Me vestí muy casual pero abrigado, en esa estación del año estaba muy frío todo así que usé un abrigo Tommy Hilfiger color azul marino, con una sudadera arriba de un negro desgastado, un pantalón y unos tenis Vans.

No me peiné demasiado el cabello, dejé que cayera naturalmente por mis hombros y sin más preámbulo tomé mi mochila con unas libretas y mi celular.

En alguna calle de París, 9:54am.

Sali del hotel y por mi mente cruzó la vaga idea de pedir un taxi, pero no, mejor caminaría y así conocería.

Personas de aquí para allá, tiendas, e incluso me topé con algunos gatitos de la calle, eso era lo único que me hacía sonreír, los animales, pero no me había decidido por tener uno. Cuando en Bogotá entré en mi burbuja de tristeza tenía un pez, lo tenía junto a Ashley pero no pude hacerme cargo y murió.

Por ello, mucho menos podría tomar la responsabilidad de tener un perro, un gato o incluso un pájaro.

—Una caja de cigarrillos.—Dije en dirección a un señor canoso y de anteojos que vendía en una tienda muy pequeña con la que me topé.

—$2.95 —Alcé los ojos por lo barato del precio, la caja mostraba que eran de buena calidad y que no estaban vencidos o algo así.

Saqué dinero de mi bolsillo y le dí más del necesario, era un pequeño abasto, seguro eso le serviría.

Seguí caminando y un olor a café inundó mis fosas nasales cuando encendía el cigarrillo.

Miré hacia el frente y ahí estaba, de ahí provenía el olor; era una cafetería de ventanales grandes y transparentes, había personas dentro y se veía agradable.

Le dí una calada a mi cigarrillo y lo apagué en alguna pared para tirarlo con más de la mitad a la basura y entrar a la cafetería.

No puedo explicar la buena energía que tenía el lugar, las paredes eran color café y amarillo y las mesas estaban llenas de personas.

—Buen día. —Escuché decir en Francés a la chica que estaba frente al computador, tenía una amplia sonrisa.

—Buen día, un Capuccino, por favor. —Le devolví la sonrisa algo falsa y forzada y luego la ví como se daba vuelta para prepararlo.

Era una decepción que no pudiera quedarme a beber el café ahí, lo haría en la parte de afuera o me iría a una plaza.

—Mathya. —Dije a ella luego de que me preguntara el nombre para escribirlo en el envase del Capuccino.

Le dí el dinero y me retiré con el Capuccino en la mano, en eso, sentí mi celular vibrar en el bolsillo de mi pantalón y sin ver el nombre atendí.

—Nambre, por fin que contesta gonorrea. —Fue lo primero que pude oír del otro lado de la línea, era una voz femenina y muy animada, era mi mejor amiga Macarena.

—Por fin te dignas a llamar. —Dije inconscientemente en Francés, ganandome un reproche por parte de Maca.

—Ah, no, no Mathy, a mí usted no me habla griego, alemán o lo que sea que hables. —

Una risa salió de mis labios y miré a mí alrededor buscando una mesa vacía.

Había una, pero estaba un chico rubio sentado de espaldas, así que fui hacia el para incrédulo preguntar si me podía sentar.

Quité el celular de mi oreja, aún con Maca en llamada y le dirigí la palabra al hombre.

—Disculpa, ¿Puedo sentarme? —Dije tocando su hombro, me miró con el ceño fruncido y seguí. — Es que..no hay sillas libres y de verdad quiero pasar un rato aquí. —Señalé la silla vacía e hice un movimiento con mi pierna algo impaciente.

—No entiendo nada de lo que dices pero seguro me preguntas si puedes sentarte. — Su voz era gruesa, su cabello rubio y caía por su frente. Volvió su vista a un libro que estaba leyendo y yo me quedé pensando.

Que idiota, haz hablado en colombiano. Pensé auto-regañandome.

Cuando estaba a punto de decir algo él volvió hablar.

—Si, puedes sentarte. —Sonreí tímidamente y me senté, recordando que tenía a Maca al teléfono.

—Maca, sigues ahí? —Dije llevándome el celular nuevamente al oído y de inmediato escuchando sus pucheros y sus gritos.

—¿Que hacía? —

—Nada, estoy en una cafetería.—Dije muy bajo.

—¿Decidió salir del hotel? Waoh, eso es increíble, Mathy! —Su emoción me daba ternura, era mi mejor amiga y lo supe cuando se quedó a mi lado en mi depresión de casi 2 años, siempre me visitaba, me intentaba subir el ánimo, me animaba a salir y por ella es que lo había logrado, siempre creyó en mí.

—Si, te hablo en la noche, te parece? —Hablé tomando el Capuccino con mi mano izquierda.

—Vale, que llegó Emilio! —Dijo aún más emocionada por su primo favorito.

—Me lo saludas a Emilio, dile que ya no coma tanta porquería. —Un par de risas se escucharon y junto a ellas la voz de Emilio, luego cortaron y guarde mi celular para probar mi café.

Mientras lo hacía, miré disimuladamente al chico frente a mí.

No debía tener más de 24 años, su voz lo hacía ver mayor, era gruesa y sería. La forma en que estaba vestido, llevaba un sweater cuello alto color verde oscuro, arriba un saco gris, acompañado de una cadena fina de oro pulido.

Sus facciones, nariz perfilada, lunares, mandíbula cuadrada, labios rosas, ojos aceitunas, era muy atractivo.

11:32am.

—Un expresso. —Escuché decir al rubio. Yo tenía mi mirada plasmada en mi libreta que había sacado hace unos minutos, estaba dibujando alguna fuente que estaba en frente.

Levanté la vista y el chico estaba ahora de perfil, leía un libro que estaba en español y era de un autor colombiano que conocía.

Sonreí, pues me había dicho que no entendía el español, pero estaba leyendo uno en ese idioma.

A los minutos, me levanté, guardé mis cosas y camine para irme. Había recordado que no muy lejos de ahí vivía un conocido amigo del medio.

—Thomas, estás en tu casa? —Dije al teléfono.

Las estrellas de tu garganta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora