|Cuídalo mucho por favor|
°
°
°—Bien, es suficiente, Nanami.
Con cuidado, _________ le quitó la botella de alcohol a su novio, el cual estaba tan borracho que era irreconocible. Murmuraba cosas incoherentes y llamaba su nombre entre risas y un tono extraño.
Últimamente, bebía hasta que daban las siete de la noche, luego de llegar del trabajo y era ella quien tenía que subirlo a darse una ducha y acostarlo a dormir. Muchas veces tuvo que bañarse con él para que aceptara sus peticiones, o si no, salía de la ducha tras de ella, hacia un berrinche tal cual niño al que no se le conceden sus caprichos.
Claro que, nada más despertarse en la mañana, se disculpaba entre besos y caricias, pero de nada servía si lo haría otra vez cuando llegara.
Un mareado Kento observó la figura de su mujer y la tomó de la muñeca, para luego jalar hacia él y sentarla en su regazo. La chica estaba tan confundida, que no logro procesar por completo cuando el rubio deslizó sus labios por su nuca. Su piel se erizó como anticipación a lo que sea que fuera a hacer.
—Eres tan hermosa... —susurro, su voz ronca hacían suspirar a la mujer—. Solo mírate... —con sus manos, recorría el cuerpo de ella, desde su regazo hasta su pecho y volvía a descender—... Tan preciosa... —repartió besos por su cuello, suaves y húmedos—... Tan perfecta... —sin prisas, sus manos envolvieron sus pechos y los apretó un poco, casi arrancándole un gemido a la mujer—... Tan mía...
Unos segundos después de pronunciar esas palabras, dejó caer su cabeza en el hombro de ella y detuvo sus caricias.
—¿Kento?
Pero no respondía.
—Kento, necesitamos hablar.
—No necesitamos hablar. Lo que necesitamos justo ahora es una ducha caliente...
—No tomaré una ducha caliente contigo hasta que hablemos.
—Ah... Me amenazas...
—Kento, hablo muy en serio —se levantó de su regazo y lo encaró. Este seguía usando su ropa de trabajo, solo que sin su chaqueta, con la camisa desabotonada y la corbata deshecha—. Es casi una semana en la que llegas del trabajo y solo te dignas a beber. ¿Qué sucede?
—Ya te lo dije, cielo, no es na—
—Si me sigues mintiendo, me iré de casa.
Pareciera que la borrachera se le bajo con ese comentario, porque inmediatamente se levantó y quedó frente a ella. A pesar de ser más alto, aún se sentía un poco intimidado en ese momento.
—No puedes irte.
—Lo haré si no me cuentas que te sucede —amenazó, cruzada de brazos—. No voy a seguir viendo cómo pareciera que sufres aquí abajo.
Aunque estaba nervioso, no tenía más opción que contárselo. No se iba a arriesgar a que ella se fuera, de ninguna manera. No quería.
Volvió a sentarse, rendido. Ella se sentó a su lado tomando su mano para ayudarlo a relajarse.
—Hace un tiempo que estamos juntos, y es maravilloso —confesó, aún con su voz ronca—. De verdad, es demasiado perfecto como para creerlo.
Tomo su mano y la apretó un poco.
—Tengo miedo de que acabe de repente.
Eso definitivamente la tomó por sorpresa. De todas las cosas que pensó que serían, esa sería casi la última que se le pasaría por la cabeza.
—Pero... ¿Por que se acabaría?
—Yo... no lo sé —se pasó una mano por el cabello desordenado. No recordaba tener tanto miedo de algo tan ¿simple? pero él no lo veía así del todo—. No es que dude de ti, no es lo que trato de decir es solo que... —acaricio su pierna. Necesitaba sentir un poco de su calor—. No todo puede ser tan perfecto...
—Nanami, nada pasará... —intentó tranquilizar, hasta que se dio cuenta que era una mentira—, bueno si, si pasaran muchas cosas, pero así son las relaciones. Hay peleas, discusiones, incluso a veces distanciamientos pero...
Le sonrió, una sonrisa tan reconfortante y contagiosa que se encontraba riendo también. Los labios de su mujer comenzaron a llenarle el rostro.
—Todo saldrá bien. No voy a dejarte, te amo demasiado.
Parecía un niño pequeño, un niño que ella adoraba con todo su ser, y él la adoraba con la misma intensidad.
—Promételo —pidió, deteniendo su ataque de besos y tomándola de las mejillas—. Prométeme que no te iras, por favor.
—Lo prometo, Kento, jamás me iré.