—Kento, ¿Puedo hacerte una pregunta?
Jugaba con sus manos, esperando que eso disipará un poco su temblor. No funciono.
—Sí.
Simple y cortante, casi como si no le interesará el tema. ___________ dio un paso al frente, decidida.
No eran una, sino miles de preguntas que rondaban por su cabeza, y todas concluían en su prometido.
Como cualquier persona, sabía que Kento guardaba secretos. Todo el mundo los tenía y era bastante normal. Él no debía contárselo si no se sentía cómodo con ello, lo entendía.
Pero cuando sus secretos comenzaban a afectarla a ella también.
Todo inicio tan de la nada, con su rubio avisándole que llegaría tarde a casa por hacer horas extra. Era común en un trabajo de oficina, ¿No?
Pero las horas eran cada vez más largas...
Luego, pasaron a ser viajes que sentía interminables. Eran cada vez más seguidos. Menos tiempo en casa, menos tiempo con ella.
No le gustaba del todo, pero no podía reclamárselo. Él no era el culpable de tener tanto trabajo después de todo.
Así que procuraba darle buenos deseos por teléfono y ayudándolo a deshacerse del estrés cómo podía. Cada que le avisaba que volvería a casa siempre tenía alguna sorpresa que sabía que le agradaría.
Pero era doloroso que Kento estuviera ausente por tanto tiempo. Dormir sin compañía nunca fue tan extraño desde que él se fue. Se sentía sola.
Un buen día libre, decidió llegar de sorpresa a su trabajo y llevarle el almuerzo. Lo hizo muchas veces cuando no tenía tantos viajes, y siempre se le iluminaba la cara cuando la veía y la hacia comer con él. Disfrutaba esos cortos minutos.
Con una sonrisa, saludo a unos cuantos trabajadores que ya la conocían.
—¡_____________! ¡Pero que hermosa sorpresa verte! —saludo animado uno de los trabajadores. Nunca lo vio hablar mucho con Kento, pero se llevó bien con el desde el primer día que lo vio—. ¿A quien vienes a visitar?
—Vengo a ver a Kento. ¿Ya se fue? Creo que salí un poco tarde de casa.
El hombre la observó, muy confundido.
—¿De que hablas?
—Pues vengo a ver a mi marido. Esta es su hora del almuerzo ¿No? —dijo, aún más confundida que él.
—____________, —pronuncio su nombre con lentitud, como si le explicará matemáticas a un niño— Nanami renunció hace meses. ¿Como es que no lo sabes?
¿Ah?
Río un poco, como si fuera una buena broma, una muy divertida, pero el hombre frente a ella no reía. Sus pequeñas carcajadas fueron apagándose hasta que solo quedaba un pequeño hilo de su voz.