En efecto, Lolarie estaba fuera de sus cabales. Mientras tanto, yo estaba viendo el espectáculo lo suficientemente lejos como para que ella no pudiera reparar en mi presencia mientras me tapaba la boca para silenciar las carcajadas que querían salir de mi garganta.
—Esto es increíble —dijo Kian a mi lado, silbando con diversión—. Qué maravilla.
No sé por qué todavía estaba al lado mío, pero lo permitía solo porque estaba demasiado concentrado burlándose de la desgracia de Lolarie como para ser capaz de soltar uno de sus comentarios odiosos. Antiguamente, habíamos sido amigos. Pero eso era cosa del pasado.
Lolarie estaba gritando improperios en gaélico mientras miraba con pánico y asco el interior de su oficina. Las cucarachas se mantenían al margen y no salían de allí por más que ella intentara sacarlas con su escoba. Y todos los estudiantes estaban mirando con curiosidad, burla y sorpresa, el show que nuestra profe estaba dando.
Magnar me miró negando con la cabeza, estaba intentando regañarme, pero una sonrisita burlona amenazaba con escaparse de sus labios.
—Esta vez te pasaste —se inclinó hacia mí, susurrando con voz divertida.
—Shhh —fue lo único que salió de mis labios.
Entonces, observé como los estudiantes comenzaban a dispersarse. La causa obvia era la llegada de mi abuela, que se abría paso entre ellos con la gracia que la caracterizaba. Su vestido blanco se movía como si estuviera hecho de un material mágico, flotando a su alrededor.
Dio una palmada y todo el ruido de la sala despareció, incluyendo los gritos de Cécile.
—Todos a sus habitaciones ahora mismo —habló a la multitud—. Se acabó el espectáculo.
Un ruido de decepción salió al unísono de todas las bocas, sin embargo, hicieron caso. Todos comenzaron a repartirse hacia sus zonas correspondientes. Incluso Kian me hizo un gesto de despedida con la mano y se fue caminando hacia un grupito de chicos que se alejaban lentamente hacia el sector donde dormían. ¿Por qué se despedía de mí?
Magnar y yo nos despedimos, prometiendo vernos en el gran roble a medianoche.
—¡AMETHYST CORBETT! —gritó Lolarie fuera de sí. Yo ya me había girado dispuesta a ir hacia mi habitación, por lo que tuve que darme la vuelta de nuevo cuando la escuché gritar mi nombre.
Mi abuela me lanzó una mirada desde su posición al lado de Cécile. Me estaba interrogando con la vista y yo me encogí de hombros cómo si no supiera qué estaba pasando.
Los pocos estudiantes que quedaban en el lugar pausaron sus pasos y se volvieron también, ávidos de chisme. Magnar se detuvo, mirándome expectante. Yo lo tranquilicé con un gesto de cabeza, invitándolo a que fuera a su habitación.
—¿Qué desea, profesora? —le dije casualmente, acercándome a ella como quien no quiere la cosa.
—Deshaz el hechizo inmediatamente —pidió, con la mandíbula apretada y lanzándome una fuerte mirada.
Fruncí el entrecejo con confusión.
—¿De qué habla?
—Señorita Corbett —la voz de Morgana sonó paciente—. La profesora Lolarie está segura de que usted fue la responsable de esta travesura —dijo, haciendo un gesto con la mano hacia el interior de la oficina de Cécile.
No quería asomarme, la repugnancia no me dejaba hacerlo, pero tenía que. Incliné la cabeza hacia el interior de la oficina y sentí que mi estómago se revolvió ante la vista de miles de cucarachas unas encimas de otras, parecían hervir dentro del lugar.
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Bibidi, Babidi ¡Ups!
FantasyA Amethyst Corbett no se le da bien seguir las reglas. Y debido a eso, está en serios problemas. Un grupo de muertos vivientes ha llegado a la academia de magia dónde estudia y todos la señalan como la culpable solo porque hizo explotar la clase con...