No recuerdo el momento en el que Magnar nos alcanzó y nos guio hasta el negocio de su tío. Ni siquiera recuerdo en qué dirección fuimos luego de doblar a la izquierda por el casino del viejo Tay.
Sí, ya habíamos dejado al duende atrás, pero existía el riesgo de cruzarnos con otro y el susto nos provocó un subidón de adrenalina que nos impulsó hasta nuestro destino en un parpadeo. Al menos así lo sentí yo. Mis piernas se movían a un ritmo que solo podía provocarlo un buen susto. En todo el trayecto, nunca aflojé el agarre que tenía sobre mi collar.
Llegamos frente a la cabaña de madera resollando. Magnar se recostó de una de las columnas colocándose las manos en las rodillas y tomando grandes bocanadas de aire, la capucha se le había caído mientras huíamos despavoridos y el cabello desordenado le cubría la cara. Clover tenía el rostro sonrosado y se pasó las manos por la larga cabellera negra, echándosela hacia atrás mientras aspiraba aire profundamente. Yo sentía el sudor deslizarse por mi nuca y la cara caliente, inhalé y exhalé un par de veces, la mano me dolía por la fuerza con la que había apretado el puño para no perder de nuevo el collar mientras corríamos. Abrí la mano, observando la cadena. El duende le había dañado el broche, así que no tenía forma de ponérmelo de nuevo, por lo que terminé guardándolo en el bolsillo de mi pantalón.
Desvié la vista, mirando alrededor mientras regulaba mi respiración agitada.
La cabaña estaba dentro del bosque, resguardada de ojos curiosos. Por fuera parecía la casa normal de una persona que quería vivir alejada del pueblo y rodeada de naturaleza, nadie podría imaginar que adentro vendían artículos relacionados con lo oculto. El sonido del agua cayendo inundaba el ambiente, las cascadas estaban cerca y se podía sentir el frío característico de la zona.
Magnar se enderezó y nos hizo una seña para que nos acercáramos, estiró el brazo y dio unos golpes en la puerta a un ritmo específico: tres golpes rápidos, luego uno, luego dos lentos.
La puerta se abrió segundos después, mostrando a un hombre de cabello blanco rizado a la altura de los hombros, unos lentes oscuros cubrían sus ojos a pesar de que estaba en el interior y no había ni un rayo de sol, portando un traje elegante azul marino que definitivamente me sorprendió.
El hombre sonrió mostrando sus brillantes dientes.
—¡Vaya, vaya! ¡Pero si es Magnie quién me vino a visitar!
Magnar hizo una mueca de fastidio ante la mención de su apodo.
—Hola, Alyster.
El hombre nos miró sin dejar de sonreír.
—Uh, y trajiste chicas. Dos. ¿Algo que deba saber, Magnie?
Yo amortigüe una risa con la palma de mi mano y él resopló.
—No me fastidies —refunfuñó Magnar con la punta de las orejas rojas—¿Podemos entrar?
Él se hizo a un lado y señaló el interior.
Yo pasé de última, tomándome mi tiempo en deslizar la vista por todo el lugar. Era rústico, y un fuego naranja ardía y danzaba dentro de una chimenea con acabado en piedra, calentando el interior, por lo que todos nos quitamos los abrigos.
Del lado izquierdo, de un extremo al otro, repisas llenas de libros cubrían la pared; había tomos de diferentes alturas y grosores, en su mayoría con cubiertas de cuero y letras antiguas y metalizadas labradas en los lomos. Al frente, donde estaba el mostrador también había repisas, repletas de cofres y recipientes de vidrio llenos de sustancias desconocidas para mí.
A un lado había una cortina de cuentas de madera que daba a otra sala. Supuse que, el tío de Magnar vivía en esa cabaña.
Alyster se posó detrás del mostrador y nos sonrió, luego nos señaló a Clover y a mí.
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Bibidi, Babidi ¡Ups!
FantasyA Amethyst Corbett no se le da bien seguir las reglas. Y debido a eso, está en serios problemas. Un grupo de muertos vivientes ha llegado a la academia de magia dónde estudia y todos la señalan como la culpable solo porque hizo explotar la clase con...