Encontramos a los zombis justo donde los habíamos dejado esa tarde: de pie en el jardín con cara de que morían de aburrimiento.
Sí, ya lo sé, pésimo chiste. Pero tenía que hacerlo.
Tenía que admitir que me daba lástima dejarlos solos a la deriva en un sitio donde nadie los quería cerca, pero ¿qué más podía hacer? Llevármelos a mi habitación no era una opción, no cabían y dudaba mucho que Clover estuviera de acuerdo. Entonces, ¿se suponía que tenía que ir por ahí con un ejército de zombis hechizados pisándome los talones? Tampoco.
Así que no tenía más remedio que dejarlos allí esperando hasta que lo que los movía a existir, o sea yo, regresara. Y era irónico que volviera justo para acabar con su existencia.
En ese momento me hallaba acarreándolos como si fueran ovejas yendo a un corral. En su caso, muertos a su lugar de descanso. Con un pequeño nudo en el pecho, les pedí que rodearan el roble y miraran hacia él. Si me miraban con sus ojitos de zombis indefensos no podía acabar con ellos.
Magnar, Clover y yo tomamos nuestras posiciones bajo la copa del gran árbol. Morgana debía de estar en algún lugar convertida en pájaro, observando lo que hacíamos; quería corroborar que todo saliera bien, y en caso de que no, estar cerca le permitía intervenir.
Apreté el mango de la daga entre mis dedos y cerré los ojos unos segundos, tragando saliva y preparándome emocionalmente para lo que iba a hacer.
Finalmente, los abrí, expulsando una gran bocanada de aire.
—¿Preparados?
Ambos asintieron. Magnar se dispuso a sacar todo de la mochila, pasándoselo a Clover.
Yo tomé la daga y me agaché, dibujando en la tierra fría, el símbolo que Alyster nos había dicho.
Un trisquel, representando las tres facetas de Morrigan.
Una circunferencia alrededor para simbolizar la unidad de las tres.
Tres líneas cruzadas por el medio que representaban las armas y nos representaban a nosotros, los que haríamos el ritual.
Clover colocó una vela negra en cada espiral del trisquel y Magnar las encendió, luego cada uno se puso en su posición. Yo tomé la posición que tenía el cuervo en el símbolo que nos había mostrado Alyster. Como si fuera cosa del destino, toda mi vida ese animal había estado conmigo: en el símbolo de mi familia, en la daga que tenía en mis manos; y ahora en, quizás, el conjuro más importante de toda mi vida académica.
Yo lo representaba. Como había dicho el tío de Magnar, el sacrificio del cuervo era simbólico. Así que era hora de hacer mi sacrificio.
¿El destino ya estaba escrito y de alguna manera me había traído hasta este momento por una razón en específico? No lo sabía, pero si ese era el caso, el destino era cruel. ¿Era todo una mera casualidad? Muy raro.
Asentí hacia Clover, indicándole que podía empezar. Ella me devolvió el gesto y extendió las manos, con las palmas abiertas en dirección a la tierra.
—Espíritu de tierra, oye mi ruego. De raíces nobles y madera sólida haz hecho prosperar este roble, con calma y cuidado haz hecho crecer nuestro árbol sagrado; como ofrenda te entregamos los cuerpos de nuestros antepasados y como favor te pedimos que no los dejes moverse de donde están parados.
La tierra bajo nuestros pies se sacudió. Miré hacia abajo para darme cuenta que estaban brotando zarcillos del suelo. Tallos verdes y hermosos comenzaron a trepar por las piernas de los zombis, asiéndolos para evitar que se movieran de donde estaban. Por supuesto que ellos eran indefensos, pero una vez que liberáramos las almas de los cuerpos, corríamos el riesgo de que algún espíritu malévolo atraído por el uso de magia negra los poseyera. Así que teníamos que atarlos de alguna forma, ¿qué mejor que devolverlos a la tierra de la academia? No teníamos tiempo de ir al cementerio y volver a enterrarlos allí.
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Bibidi, Babidi ¡Ups!
FantasyA Amethyst Corbett no se le da bien seguir las reglas. Y debido a eso, está en serios problemas. Un grupo de muertos vivientes ha llegado a la academia de magia dónde estudia y todos la señalan como la culpable solo porque hizo explotar la clase con...