3. Cascadas mágicas para turistas humanos

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Mi mandíbula cayó de forma indignada. No podía ser que Lolarie estuviera diciéndome eso cuando no estaba haciendo nada para detener la invasión de muertos vivientes en su clase.

Sí, ya sabía que todos pensaban que era mi culpa. Y que los muy educados zombis estuvieran inclinándose ante mí no ayudaba mucho pero eso no era mi culpa. Yo no les había dicho que lo hicieran. Y, lo más importante, yo no los había despertado.

Ir con la directora era demasiado. Sobretodo porque me avergonzaba ir con ella.

Estaba enojada con la profesora, estaba siendo muy injusta. Lo suyo conmigo era simplemente manía. Siempre buscaba alguna excusa para regañarme y mandarme a la oficia de la directora Murray y como ella nunca hacía caso a sus quejas sin fundamento, me odiaba. Yo no era ningún ángel y desde luego no era una chica recta que seguía las reglas al pie de la letra pero a ella en particular nunca le había hecho nada malo. Suspiré, girando el cuchillo entre mis dedos y sopesando mis opciones, aunque tampoco disponía de muchas. Desde fuera, podía parecer una escena algo psicópata pero les juro que el menor de los problemas de Cécile Lolarie era que yo tuviera un cuchillo en la mano.

Alcé la cabeza y la miré directamente, abriendo la boca para decir algo en mi defensa.

—Profesora, ¿no cree que es un poco injusto querer llevarla a la oficina de la directora? —habló Magnar, antes de darme la oportunidad de decir algo—. Ni siquiera sabemos qué sucedió —Magnar se echó el cabello hacia atrás, dando un par de vacilantes pasos hacia adelante y abarcando con un gesto del brazo a la horda de muertos—. Además, es obvio que los zombis no representan una amenaza para nosotros. Sea lo que sea que quieren, no es devorarnos.

Sentí que mi corazón se puso pequeñito. Magnar no era de hacer ese tipo de cosas, no le gustaba resaltar a la hora de un problema porque era demasiado nervioso para eso. Sin embargo, estaba defendiéndome y eso me llegó al fondo.

La profesora suspiró, cruzándose de brazos. Alternando la mirada entre Magnar, los zombis y yo.

—Esa es la cuestión. Sea lo que sea que quieren, tiene que ver con la señorita Corbett y me preguntó por qué será —culminó, mirándome de forma expectante.

Puse los ojos en blanco.

—Pero yo no sé qué pasa. No tengo idea de por qué están aquí y es injusto que quiera llevarme a dirección por eso —dije, aunque sabía en mi interior que era inútil discutir con ella.

—Si usted no tiene nada que ver entonces no veo por qué se preocupa.

Ahí está. Era inútil.

Resoplé sonoramente, llevándome las manos a la cabeza.

—Bien. Iré. ¿Qué se supone que haga con los zombis mayordomos?

Lolarie se encogió de hombros.

—No lo sé. Espántelos. Tengo la ligera sospecha de que solo la obedecen a usted.

Parpadeé.

—O sea que, de acuerdo a su lógica, ¿le digo que se mueran y ya?

—Señorita Corbett... ya están muertos. Deberá ser más creativa —resopló y su mirada se paseó por el resto de alumnos que contemplaban la escena con interés y levantó las manos, dando un aplauso para que la atención pasara a ella—. Se acabó la clase. Limpien sus escritorios y podrán irse. Yo escoltaré a su compañera a la oficina de la directora —me miró con una ceja alzada, esperando a que la siguiera.

Yo miré a los zombis y los señalé.

—Bueno, supongo que nos veremos luego. Ustedes solo... quédense aquí y ayuden a limpiar a Magnar nuestro escritorio ¿les parece? —les di una sonrisa y señalé a Magnar con el pulgar mientras me disponía a dar media vuelta y seguir a Lolarie.

Bibidi, Babidi ¡Ups! Donde viven las historias. Descúbrelo ahora