1. Abraca... la cagué

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—Esto va contra las reglas —Magnar negó con la cabeza por milésima vez esa noche y se abrazó a sí mismo, mirando alrededor con temor—. No deberíamos estar haciéndolo.

—Entonces regresa a la escuela, estoy bien sola.

—¿Y si te atrapan? —me miró con ojos de cachorrito asustado y no pude evitar sacudir la cabeza riendo.

—¿De verdad crees que voy a dejarme atrapar? —Alcé las cejas y le di una sonrisa tranquilizadora—. Es medianoche, dudo que haya alguien despierto paseando por el cementerio además de nosotros. ¿Quién sería tan loco como para hacer eso?

Magnar me dio una ligera sonrisa, aunque no parecía convencido. Se limitó a seguirme de cerca, observando a su alrededor.

El cementerio de Wicked Falls, donde residían las tumbas de las brujas y brujos del pueblo, estaba oscuro. La única iluminación provenía de la luna llena, la cual proyectaba las sombras de los arboles sobre las lápidas como garras demoníacas queriendo arrancar a los muertos de su eterno sueño.

Bastante acorde a la situación, a mi parecer.

Hacía un par de días, en un pequeño rincón alejado de las demás lápidas, Magnar y yo habíamos sepultado el cuerpo de su difunto terrier negro llamado Cigryr y colocado un listón rojo para identificar el lugar cuando fuera el momento.

Ya acuclillados a un lado la improvisada tumba de Cigryr, aún no me podía creer que había convencido a mi mejor amigo de hacer lo que estábamos a punto de hacer. Suspirando, me quité la mochila y se la pasé a Magnar, quien estaba frente a mí, para que sacara lo necesario. Enterré mis manos en la tierra fría del cementerio y comencé a cavar.

—Esto tiene muy mala pinta —masculló Magnar, dubitativo, con una vela a medio sacar de la mochila—. No tienes por qué hacerlo. Está bien. Conseguiré otra mascota, dejaré que Cigryr descanse en paz. Mejor vámonos.

—No se trata de conseguir otra mascota —repliqué, con los ojos fijos en mi tarea de cavar—. Cigryr era una buena mascota y aún no era su tiempo. Estoy casi segura de que fue envenenado. Solo porque aquí todos creen que un perro no es un buen compañero para un brujo no significa que tengas que conseguir un lagarto. O una serpiente. O un cuervo...

—No importa, en serio —Me interrumpió—. Vámonos.

Terminé de desenterrar el cuerpo de Cigryr con calma y lo acomodé sobre la tierra. Le quité la mochila a mi amigo y saqué las velas y el encendedor.

—No nos van a atrapar. Lo prometo —aseguré.

—¿Y qué pasará cuando vean a Cigryr vivo?

Me encogí de hombros, restándole importancia.

—No tiene que ser Cigryr. Puedes decir que conseguiste uno igual porque estabas demasiado triste por su pérdida. Créeme, nadie va a sospechar que tú lo reviviste. Sobretodo porque nunca rompes las reglas. Hasta a mí me sorprende que estés aquí.

—Pero tú sí —hizo énfasis en el sí—. Y yo siempre estoy contigo.

—Cálmate, me das ansiedad.

Magnar me miró, muy serio.

—Vine porque extraño a Cigryr. Pero ¿y si no lo revives a él? ¿Y si despiertas algo más? Algo malo.

—Todo saldrá bien.

—Es peligroso.

—¿Qué es la vida sin un poco de peligro? —le di una sonrisa que él no me devolvió—. Tenemos poderes y podemos hacer cosas que otros no. ¿Qué gracia tiene ser capaces de esto si hay reglas que nos restringen?

Bibidi, Babidi ¡Ups! Donde viven las historias. Descúbrelo ahora