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Situado en un mundo de criaturas trastornadas, sedientas de yugulares humanas; donde los prolíficos pensamientos solapados las hacían crear caos y malevolencia inmediata. Alimentadas a base de sufrimiento, cada día reinaba un nuevo jolgorio.

Un muchacho imberbe jugaba a las escondidas con su padre, uno de los vampiros más peligrosos y respetados del mundo de los inmortales. Harry Styles sabía lo que hacía al escaparse de las garras de su padre, sabía muy bien que estaba jugando con fuego al eludir su responsabilidad como, ahora, superior de los de su especie. Pero él no iba a caer en la sumisión, no seguiría los pasos de su padre.

Recorriendo los bosques brumosos a una velocidad perspicaz, logró llegar a uno de los extremos de éstos, donde una fulgurante luz azul obnubiló sus ojos verdosos. Y es que, aunque utilizase toda su voluntad, no podía dejar de viajar al mundo de los vivos en busca de un respiro; un respiro de sus responsabilidades, de su padre, de su especie, de su naturaleza. Quizás, el pasarse el rato observando las vidas monótonas y absurdas de los humanos lo anestesiaba lo suficiente como para volatilizar sus preocupaciones.

Una vez atravesado el portal, el conocido polvillo de tumbas golpeteó su nariz. *Cimitero acattolico caía lentamente en las penumbras, solo que esta vez el ambiente no era el mismo. Tan acostumbrado a las tumbas penosamente solitarias y al silencio ensordecedor que perturbaba sus oídos cual taladro, terminó sobresaltándose por unos sollozos provenientes de las yacijas últimas del cementerio; esas que estaban cercadas por alambres cubiertos de herrumbre, esas que nadie osaba acercarse por su carácter horroroso: donde yacían los vampiros traicioneros, aquellos que su propio padre degolló.

Sigiloso, se acercó al árbol más cercano y se dedicó a observar, y pareciera que el maldito santo de las tinieblas le dedicó unos minutos de tormento; un pequeño ángel con los ojos llorosos sufría encima de una de las tumbas, se retorcía de tristeza, tanto que pareciera que la angustia le comía las entrañas. Sentía deseo de conocerlo, de presentarse y extirparle ese dolor, pero claramente no podía. Nunca había hablado con personas fuera de su mundo, no tenía idea de cómo tratarlas.

Poco a poco los sollozos fueron disminuyendo, hasta el momento de volver al silencio absoluto... o casi. El pequeño se marchaba e iba dejando un camino de musicales crujidos al pisar las hojas que el otoño había dejado. Harry, atontado por cada uno de los sutiles movimientos de la bella criatura, perdió la noción del tiempo y cuando volvió a razonar comenzó a seguirlo. Entre tanta neblina y tantas sombras lo perdió de vista, pero a las puertas del cementerio; justo en las calles que se bifurcaban caminaba el chico, en dirección a una Ford Ranger negra. Se veía bastante más bajito que la camioneta, lo que enterneció a Harry, además de sus atentos ojos azulados. Ojos azulados, miraban hacia donde él se encontraba; sobresaltado se cubrió aún más en las sombras que formaba una de las paredes del cementerio. Eso fue todo, el niño bonito volvió su atención a la camioneta, la cual montó y huyó del lugar.

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Seguir al ojiazul todo el camino no fue trabajo fácil, teniendo en cuenta lo rápido que iba y las casi tres horas que tardaron. Con sus cualidades de vampiro, se vio obligado a convertirse en cuervo. Percatándose de las calles de tierra y la poca iluminación, decidió dejar de sobrevolar por los cielos y comenzar a caminar. Divisó un cartel en la carretera: Castelluccio, el nombre de la ciudad, estaba escrito con una letra imprenta preciosa, digna del lugar. Vio a lo lejos cómo la camioneta estacionaba frente a una casa preciosa, de tres pisos y con balcones sofisticados. En frente; un campo repleto de tulipanes rojos siendo motivados por el viento helado que se robaban toda la atención por la noche.

Oscura y silenciosa; las noches del mundo de los vivos no eran nada parecidas a las del mundo de los inmortales. El silencio, infravalorado, era una de las cosas más bellas de allí.

Pasado el rato, se acercó al árbol más cercano de la morada. Taciturno y con una calidez que atiborraba cada parte de su cuerpo, observando a esa pequeña criatura de ojos cerúleos y mejillas carmesí a causa de la estufa hogareña. Embelesado por la forma en que el chiquillo pasaba página por página, y cómo seguía cada renglón con un hambre de saber. Su cerebro bloqueó todas las señales y no logró vislumbrar la turbia sombra que se formaba en uno de los sauces.

*Cimitero acattolico: El Cementerio protestante, oficialmente llamado Cimitero acattolico («Cementerio no católico») y a menudo denominado el Cimitero degli Inglesi («Cementerio de los ingleses»), es un cementerio en la Via di Caio Cestio, 6, Roma, Italia.

ᴱⁿʲᵒʸ ᵀʰᵉ ˢⁱˡᵉⁿᶜᵉ » ˡᵃʳʳʸ ˢᵗʸˡⁱⁿˢᵒⁿDonde viven las historias. Descúbrelo ahora