Esa noche los pensamientos lo zamarrearon hasta el cansancio, el insomnio lo derrocó como nunca antes y el frío hizo lo suyo al ser el causante de los temblores descomunales en todo el cuerpo. Y es que a la mañana siguiente partía hacia Roma; su padre cumpliría 57 años, de no ser que lo hallaran degollado en un corral, donde las gallinas picoteaban sus ojos. Fue una imagen muy dura de procesar para Louis, ver los restos de lo que, horas antes, era la persona que lo crió con tanto deseo. Y más aún, la persona que su madre amaba, que había partido de este mundo llevándose una gran parte de ella y dejándola vacía.
A la mañana siguiente, despertó cuando el sol comenzó a picar sus párpados; el sudor se hacía notar en su espalda. Con una sensación de incomodidad, se quitó las sábanas de encima y el aire frío lo golpeó con brusquedad. No podía dejar de pensar en su garganta seca y rasposa, que lo impulsaba a tomar grandes cuantías de agua.
Llevadas a cabo las últimas horas de viaje, los movimientos inquietos de sus extremidades denotaban nerviosismo, mientras que sus pensamientos se dispersaban creando una nubilosa en su cabeza. Oficialmente llegó al Cimitero acattolico di Roma, lugar donde yacía su padre y el motivo de tormento de sus últimos dos años.
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Ojos rojos e hinchados; su nariz paspada dolía. A paso apurado cruzó las puertas de salida del cementerio, sintiendo cómo las lágrimas se aferraban a sus mejillas por el viento. Sin éxito, las mismas resbalan hasta su barbilla, donde –finalmente– el aire las volvió insignificantes.
Caminó hacia su camioneta, percatándose de la oscuridad que iba consumiendo a las calles, poco a poco. Luchando con su bolsillo para alcanzar las llaves, su saturada mente le jugó una mala pasada haciéndole imaginar una figura esbelta y con cabello enrulado que se disipó ni bien llegó a clavar la vista. Abrumado, volvió su atención a la llanura de la puerta, la cual cedió al primer intento. Subió a su Ford Ranger listo para emprender el viaje
Luego de dos horas y media, se encontraba adentrándose a su casa por los hermosos caminos desolados de media noche en Castelluccio. Evitando prestarle atención a ese presentimiento de estar siendo vigilado; su cuerpo, cansado, lo dirigió dentro de la vivienda. Una vez en su habitación, encendió la chimenea y se vistió con sus preciadas ropas de invierno; escogió un libro de Dostoyevski, dispuesto a dejar de dar enfoque a ciertos pensamientos, y se deslizó dentro de las acolchadas sábanas que revestían su cama.
Su respiración apaciguada, sus latidos tranquilos y sus párpados cada vez más pesados daban aviso a su anhelado sueño. Sintió el silencio de la noche y el libro tan inaguantable para sus manos. Claro que estaba a punto de caer en los brazos de la inconsciencia, pero un estallido lo hizo despabilarse, extasiado. Con ojos expectantes y atentos, se dirigió hacia la ventana de donde provino el ruido; nada logró ver, la luz ínfima de los faroles alumbraba directo a los perros guardianes sentados, quietos y casi paralizados; con las orejas inclinadas y atentas, mirando hacia la nada, como si a una estrella fugaz se le diera por bajar a besar los pastizales. Ya no quedaba rastro de nada.
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Eran las ocho y media pasadas; su alarma no tuvo el tupé de despertarlo, por lo que cuando se dio cuenta saltó de la cama sin intenciones de llegar tarde a la universidad. Tenía un trabajo importante para entregar, el cual le tomó mucho trabajo realizar y no podían corromperse los planes por un simple descuido. Así que, a paso galopante, se alistó para dirigirse a la institución.
Era un edificio vasto, bañado en arte gótico. Sus envergaduras preciosas y relucientes, las cuales presumían sus grandes estatuas, en ellas, esculpidos los próceres más importantes del último siglo. Entre medio, espaciosos pasillos de arcos apuntados y de colores opacos.
Llegando a la portada ojival, Louis pudo divisar un Mercedes-Benz negro que, al serle familiar, se dirigió hacia la ventana del copiloto. –No son horas para fumar, Gigi –Sonrió mientras extendía la mano abierta dentro del vehículo. –Por supuesto que sí, no existe una hora perfecta para seguir acortando mi esperanza de vida –Tomó un cigarrillo del paquete y se lo alcanzó a Louis, antes de salir del coche para reunirse con él.
Conoció a Gigi allá por el otoño del año pasado. Fue en un bar casi oculto de la ciudad donde la vio por primera vez, totalmente deprimida y desesperanzada por una historia que había llegado a su punto culminante. Llegó a la conclusión de que en las vacaciones había adoptado una actitud de cinismo y estoicismo ante todas las circunstancias que se presentaban en su vida, sobre todo ante el amor, ya que nunca más pudo ver aires de derrota en su semblante. De todos modos, era una persona a la cual admiraba muchísimo. Se hicieron buenos amigos en muy poco tiempo.
Caminaron juntos en dirección a la entrada de la institución mientras Louis encendía su cigarro y Gigi revisaba su horario de clase. A pesar del clima despiadadamente frío y los pisos húmedos por la lluvia de la noche anterior; se tomaron su tiempo para charlar sobre trivialidades, hasta que finalmente se despidieron al tener que dirigirse a sus respectivos salones.
Salón 17B divisó Louis, e ingresó a paso acelerado al percatarse de su atraso de dos minutos. Lo primero que vio al entrar a la habitación fueron unos ojos azules expectantes y preocupados, que rápidamente adoptaron una actitud de alivio al verlo. –Tomlinson y Horan, si son tan amables, pueden entregarme su trabajo en conjunto–.
—Gracias al cielo, pensé que no ibas a llegar, ya estaba dándome por muerto –murmuró cerca de Louis. –Niall, todo te resultaría menos estresante si no perdieras todas las malditas copias de nuestros trabajos –Le lanzó una mirada severa– Tienes razón amigo, pero es que prefiero darle un poco de adrenalina a mi vida, así soy yo. –Callaron ante la mirada del profesor.
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Louis se encaminaba hacia su casa; para su suerte, la distancia entre los dos puntos era bastante corta, por lo que no demandaba mucho esfuerzo llegar. Era tarde y estaba exhausto, los únicos pensamientos que circundaban su cabeza incluían a su cama, nada más. Por lo que, al llegar, se deshizo de sus ropas y se acomodó en su lecho dispuesto a dormir.
Estaba al borde de quedarse dormido, hasta que se dio cuenta de que no podía moverse, ni hablar, ni abrir los ojos. Quería gritar, mas, luego de unos cuantos intentos fallidos; se quedó expectante al sentir una respiración cálida en su cuello, acompañada de caricias en una de sus mejillas. El toque era suave; la respiración apaciguada. Inmediatamente se le vino a la mente unos ojos verdosos que combinaban con una tez pálida, comparable con la porcelana. "Jamás he conocido a una persona con estas características, pensó Louis; ¿quién eres? ¿De dónde saliste?" La respiración en su cuello cesó; una voz grave y rasposa se hizo presente en la habitación: –Quizás no debas conocerme, pequeño. –. Louis abrió los ojos de golpe mientras se erguía, exaltado, en su cama. Con pavor en la mirada, luchaba por divisar a esa persona en cada rincón oscuro de su dormitorio, pero el frío que golpeaba su faz hizo que su atención se dirigiera a ese ventanal abierto de par en par. Esa noche, el estado de vigilia y sus cavilaciones constantes lo abatieron.
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ᴱⁿʲᵒʸ ᵀʰᵉ ˢⁱˡᵉⁿᶜᵉ » ˡᵃʳʳʸ ˢᵗʸˡⁱⁿˢᵒⁿ
FanfictionUna serie de sucesos inusuales ocurren en el pueblo Casteluccio, Italia. Asesinatos frecuentes de criaturas malvadas creídas extintas por los expertos abrirán pasos a investigaciones encubiertas. Louis, un universitario común, será quien tenga el pr...