𝐓𝐎𝐏 ┊ ➶ ｡˚ Había una vez, una chica de relucientes ojitos avellanas y sonrisa de ensueño, que transmitía su magia incluso sin la necesidad de utilizar una varita.
Había una vez, un chico de cabellos de plata, con mil y un misterios escondidos en...
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Caminar por las calles del Callejón Diagon siempre había sido un pasatiempo de lo más entretenido para una joven y pequeña Pandora. Desde que tenía memoria le había gustado la idea de pasear por allí con su madre, descubriendo libros y montones de aventuras entre sus muy variadas tiendas.
Pero estaba nerviosa, incrédula de que no faltara demasiado para que llegara el primer día de clases y el comienzo de la estadia en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.
Es que alucinaba. No podía creer que el día estuviera tan cerca. Casi que podía escuchar al sombrero seleccionador gritar al aire, cualquiera de las cuatro casas, donde sin importar cual fuera, la haría descubrir quién era finalmente su verdadero yo.
Saltó emocionada cuando su madre la llevó a buscar el que sería su futuro uniforme. La señora Regina D'aro era una mujer regia y cabeza dura, sin embargo, cuando estaba junto a la menor, esa coraza se ablandaba, era como si una nueva mujer surgiese y tomara posesión de ella. No era un secreto que se desvivía por la niña, por la diminuta y frágil Pandora.
Ambas ingresaron, animosas por ir de compras, extasiadas por la felicidad de un nuevo comienzo en la vida de ambas, sin embargo, para la infante, todo se fue cuesta abajo cuando vio la imponente figura del señor Malfoy de pie, admirando a su hijo ser atendido por la modista.
Tragó duro. A ella no le agradaba el tío Lucius. Era raro y excéntrico, además de que siempre llevaba una expresión de hastío. Había crecido viéndolo ir a su casa junto a su esposa Narcissa y su descendiente Draco. La mujer era una dama educada y refinada; ella junto a su esposo siendo íntimos amigos de su madre, visitando su morada cada semana para tomar el té.
Narcissa le caía bien. Era simpática, pero lo solía ocultar por mera imágen. Mientras que luego estaba el hurón platinado que todo el tiempo se la pasaba lanzando comentarios despectivos y burlones que le colmaba la paciencia.
El menor de los Malfoy y ella se llevaban mal desde pequeños. Aún podía recordar con claridad como con toda la amabilidad del mundo le había ofrecido algo de su helado no derretible y tomándola desprevenida, "bromeando", tomó el postre y lo virtió en ella, haciendo que las bellas trencitas que su elfa doméstica Molly había hecho para ella se arruinasen.
Además, tuvo que darse un largo baño para poderse sacar lo pegajozo del dulce.
Verlo la hizo hacer un mohín, sobre todo cuando este la vio y se sonrió divertido, burlándose de ella como siempre.
Pero eran solo niños.
Y la catástrofe estaba muy cerca cuando Tú-Sabes-Quién rondaba por allí.
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