『"No te quiero"』OC/Soray y Dohko

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Aclaraciones: Por motivos de escases de "información" canónica publicada, de esta OC, he decidido tomar un mundo semi alternativo con el Dohko del clásico. El personaje será descrito

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"No te quiero"

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A sus 26o años, el ahora llamado anciano maestro no tenía nada por qué temer.

Todo lo que había podido hacer, ya lo hizo a su debido tiempo; no tenía remordimientos de nada y no sentía que, al morir, se llevase algún deseo no cumplido consigo.

Su juventud, se había ido. Todos sus amigos más cercanos habían muerto. Su pupilo, siendo ya un santo de bronce, no dependía de él más allá de unos cuantos consejos; y Shun-Rei era perfectamente capaz de cuidarse a sí misma.

Se podría decir que lo único que le alteraba era la corrupción del santuario de Athena. Ahora era un nido de víboras, Dohko lo sabía y le daba rabia no poder actuar; debía esperar el completo despertar de Athena. Sólo con su luz, los santos dorados (principalmente) y los demás, que se hallaban engañados tras la tiranía del usurpador consumido por la oscuridad, iban a despertar. Mientras tanto, no debía apresurarse.

Dohko ese día se había tomado un leve descanso de su sitio en la cascada, a veces podía darse el lujo de visitar el pueblo más cercano y convivir con más seres humanos. Todos eran agradables, todos eran trabajadores y honestos. Siendo un sitio pequeño, era muy extraño encontrar a un buscapleitos.

—Anciano, ¿viene por el pescado? La pequeña Shun-Rei lo encargó ayer, dijo que pasaría por él, pero no la he visto —le informó el pescador, señalándole una bolsa tejida de bambú.

Apenas oyó eso, Dohko enfocó su cosmos para hallarla. No le costó mucho, supo que ella estaba cerca de un río... seguramente haciéndole compañía a Shiryū en su enteramiento antes de partir los dos juntos a Japón.

—Sí —respondió tranquilo, recibiendo el encargo y pagando por él. La bolsa era de Shun-Rei y no sentía la mentira en el pescador.

—Aquí tiene —el hombre grande le devolvió el cambio, dejándolo ir.

No había esperado llevar carga consigo, pero aunque su apariencia no lo dijese, conservaba mucha fuerza, por lo que cargar dicha bolsa no era un pesar.

Dio unas cuantas vueltas por el pueblo, muchos habitantes le saludaron y más de uno se ofreció a ayudarlo.

Era extraño sentirse fuerte, pero saber que las personas no entenderían que él no era lo que aparentaba.

—Estoy bien, gracias, muchacho —rechazó con amabilidad a un pequeño niño que le asintió y corrió hacia sus amigos para seguir jugando.

Mientras volvía a su hogar, para dejar el pescado en la cocina e irse a vigilar la cascada, Dohko miró una figura en medio del camino. Delgada, bastante alta y con el cabello larguísimo. No era un espíritu... pero tampoco era humano.

Sin miedo, Dohko continuó avanzando hasta que pasó por de lado de dicha figura.

—Oi ánthropoi ... eínai tóso mikroí —los humanos, son tan pequeños; dijo ella en idioma griego; en un susurro, como si le hablase a la nada; Dohko no detuvo sus pasos, sin embargo, nada le impidió oírla bien—. Den mou arései aftó —no me gusta esto, agregó con una curiosa incomodidad.

El anciano maestro suspiró antes de responderle telepáticamente.

«Te guste o no este sitio o los humanos; no causes problemas, por favor».

La oyó darse la vuelta, él supo que ella estaba mirándolo, y también supo que no pelearían; aunque sobrenatural, su energía no era negativa o amenazante.

De cierto modo, Dohko no pudo evitar sentir que ella debería ser alguno de esos entes que decían odiar a la humanidad, porque en el fondo, le envidiaba. Qué triste debería ser eso.

—FIN—

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