Capítulo 3

239 28 22
                                    

  

   Astoria Greengrass deslizó el cierre del protector que cubría la túnica que acababa de confeccionar sintiéndose satisfecha. Se había superado a sí misma haciendo algo así tan detalladamente perfecto (si lo podía decir ella misma) en tan poco tiempo, y eso la alegraba. La confección de túnicas era un arte y debía tratarse con tanta profesionalidad y cuidado como se merecía… Pero lo que realmente ahora a ella le alegraba de haber conseguido esa perfección en su arte, aun con poco tiempo, no era el hecho de haberse superado sino el destinatario de esa prenda.

    Astoria no se cansaba de decirle a Adams (cada vez que él la miraba con esa sonrisa burlona que había adquirido cuando le dijo para quién era la túnica que tan afanosamente se puso a confeccionar ni bien terminó la inauguración de la tienda), que era su deber reponerle una túnica nueva a Severus Snape, ya que la suya justamente se había estropeado por defenderla a ella… pero bien sabía que no era justamente por un sentido del deber lo que lo estaba haciendo, si ese hubiera sido el caso podía haber comprado alguna de esas túnicas estándar que se vendían en cualquier local y no estar perdiendo un tiempo muy valioso en confeccionar algo tan exclusivo. La razón por la que lo hacía era que al fin había dado con la respuesta a aquella incógnita que la persiguió por una semana entera: No sabía cómo, no sabía por qué, pero le gustaba Severus Snape…

   Aunque “gustar” era una palabra que se le quedaba más bien pequeña a esa mezcla de sentimientos en su interior.

   Lo había descubierto la mañana siguiente a su fallido asalto al salir de su estudio, dos días atrás, cuando se despertó abrazada a la capa de Severus (algo que habría sido bochornoso si el hecho no hubiera sido privado), entonces fue como si una verdad que siempre estuvo allí se le hubiera revelado de repente. Lo que sentía por Severus Snape (también conocido como el hombre que fue su maestro por siete años, que nunca le dirigió la palabra más que para marcarle un error, o actualmente pedirle algo que necesitaba para la confección de las pociones, que parecía estar siempre de malhumor) era más que sólo esa admiración de chiquilla por un hombre fuerte y seguro… Lo peor, él parecía no notar que ella existía.

   Astoria suspiró por lo que era su quinta vez en el día, acariciando el protector con las iniciales AG.

-Tori.

   Levantó la cabeza hacia el llamado de su amigo Adams. El muchacho, sin decirle nada pero con una sonrisa muy evidente en su rostro, señaló con la cabeza hacia la puerta que daba al laboratorio. La luz amarillenta de una lámpara se filtraba por debajo de la madera señalando que había alguien dentro. Severus Snape había llegado para su último registro antes de abandonar definitivamente el estudio; su tiempo como Maestro de Pociones había terminado en aquel lugar.

   Astoria, haciendo de cuenta que no veía la sonrisa burlona de su amigo e intentando controlar el temblor en sus piernas, tomó la percha con la túnica y se dirigió al laboratorio.

   Severus estaba inclinado sobre un caldero controlando la consistencia de la poción de teñido, totalmente ajeno a su alrededor, por lo que Astoria se tomó el tiempo de observarlo en silencio. El hombre no era guapo, eso debía admitirlo; la piel macilenta de su rostro con la nariz larga y un tanto torcida, sumado al cabello negro que le colgaba grasoso sobre los hombros, le daban un aspecto más bien feo, y si la joven se detenía en eso podría decir que su sentimiento no tenía el más mínimo sentido. Pero Astoria no se detenía en su apariencia.

-Maestro Snape –lo llamó cuando se percató que llevaba mucho tiempo en ese contemplar silencioso.

   Severus levantó la cabeza de su trabajo, y por un momento a Astoria le pareció ver una pequeña sonrisa en sus labios así como un brillo muy peculiar en sus ojos negros, pero al momento siguiente cuando la llama del caldero parpadeó, ya no estaban allí.

TU ERES MI HOGARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora