Capítulo 4

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   La relación entre Severus y Astoria no hizo más que afianzarse a medida que avanzaron los días, las semanas, los meses… aun cuando algo así podría parecer imposible por el contraste tan marcado entre ambos.

   Ella tan llena de vida, y tan deseosa de vivirla. Él, un hombre que siempre había sido hosco, solitario, viviendo para sus pociones y nuevos proyectos. Otra de las cosas que también los diferenciaba era la manera en la que manejaban lo que estaban viviendo; Astoria había abandonado definitivamente la pesadez que le dejó el engaño de Draco Malfoy, notándosele ahora a flor de piel la felicidad, incluso contagiando a cuantos la trataban. Severus Snape, por otro lado, no parecía haber cambiado demasiado en su actitud, seguía mostrándose como siempre, como si nada hubiera cambiado en su vida, tan huraño que cualquiera que lo mirara pensaría que le sucedió algo más bien malo… Aunque eso, en realidad, sólo era mientras estaba en el mundo mágico.

   Astoria y Severus sabían muy bien que nadie podía saber sobre su relación (Daphne y Adams eran una excepción que habían prometido no revelar nada), si inclusive con todo lo que tenían en contra era un pequeño milagro que al menos pudieran encontrarse libremente en el mundo muggle, donde nadie sabía quién era cada uno de ellos y lo que estaban quemando al estar juntos.

    Maximilian Greengrass era principalmente lo que llevaban en contra. El hombre no hubiera permitido una relación como esa por absolutamente nada del mundo.

   Y aunque la felicidad de Astoria la llevaba a querer gritarlo desde la azotea de su casa, Severus no estaba dispuesto a dar ese paso. No por él, realmente, sino por ella, por lo que podría llegar a perder si se supiera que estaba con él. Por eso mismo no había dado un solo paso para mostrar sus verdaderas intenciones con ella en la semana que estuvieron trabajando juntos, según le dijo ese día cuando la besó por primera vez en el puesto muggle de la calle, aun cuando él también tenía sentimientos hacía ella no había sido conveniente siendo que en ese tiempo, además, Astoria era su jefa, y se hubiera visto muy mal cualquier tipo de acercamiento de su parte. Pero luego, ya superado eso, no había visto nada más que le impidiera revelárselo cuando lo hizo.

    Aunque aún estaba el hecho de que nadie lo aprobaría.

   Todas las veces que se encontraban era en el mundo muggle, tanto en ese puesto de la calle que Severus frecuentaba con regularidad o en cualquier otro lugar que les permitiera ser ellos mismos, sin nadie que les marcara lo que deberían hacer o dejar de hacer; realmente cualquier lugar que cumpliera con ese requisito estaba bien para ellos. Excepto, claro, el cine.

   Severus no quería ni que se mencionara esa primera cita, pero para Astoria había sido algo digno de convertirse en una “anécdota para contar a los nietos”, y siempre que lo recordaba la hacía reír.

   Severus la había citado al mundo muggle, evidentemente el único lugar seguro para ellos, diciéndole que siendo que él no era muy bueno en esas cosas de las “citas” había pensado que podían ir por lo que habitualmente hacían todos: Cine y luego cena. A Astoria le había parecido bien, después de todo no era alguien que frecuentara el mundo muggle y por lo mismo no sabía mucho qué lugares podían ser bueno para ir, y eso del cine sonaba bien.

   Había sido un desastre ya desde el principio, y Severus aún se arrepentía de no haber renunciado en el mismo momento que no encontraron ninguna película ni remotamente romántica, que hubiera sido lo más adecuado para una primera cita. Pero aun cuando terminaron por conformarse con otra cosa, nada había mejorado. Él había ido al cine cuando pequeño, así que podía decirse que más o menos sabía cómo iba la cosa; el problema: nunca se imaginó lo realista que podía llegar a ser una película 3D. Había terminado por asustarlo lo suficiente, creyendo que los vampiros en realidad se le estaban viniendo encima, que saltó para sacar su varita antes de notar que solo era algo de la pantalla y que no estaba en peligro realmente. Al final salieron de la sala con las risas de los demás espectadores siguiéndolos hasta el pasillo.

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