Capítulo 8

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- ¿Eres hija única?

-Tengo una hermana.

- ¿Cuántos años tiene ella?

-Veinticinco –respondió segura, pero al momento dudó –O creo que eran veintiséis. A veces puedo mezclarlo –se justificó.

- ¿Cuál es la fecha de hoy? –Inquirió, escribiendo en la planilla que tenía en su escritorio.

   Astoria contestó, preguntándose internamente en qué serviría este cuestionamiento a su situación. En San Mungo no le habían preguntado tantas cosas, simplemente le habían hecho un hechizo diagnóstico estándar que luego derivó a algunos exámenes más, que terminó dando como resultado que tenía estrés.

    Pero aquí, en el hospital muggle donde le había llevado Hermione Granger después de decirle que sentía el brazo un poco entumecido, no habían hecho más que interrogarle desde que llegó.

   No había querido ir, realmente, al hospital, su brazo solía entumecerse por el simple hecho de trabajar mucho con él. En el mundo muggle no era como si pudiera solo agitar su varita y ver que todo se acomodara en su lugar; debía trabajar como el resto de sus ayudantes muggles.

   Pero Hermione Granger no quiso escuchar nada de eso, así que ella, solo para darle el gusto (y que no se le ocurriera mencionar el tema en presencia de Severus), aceptó que le sacara una cita con un nerólogo. O como sea que llamaran los muggles a los sanadores de la cabeza.

   Y aquí estaba ahora, sentada en una consulta por demás extraña, con un hombre que también se veía algo extraño y que había estado tocando una especie de piano (pero pequeño que se podía colocar sobre la mesa) cuando llegó. Luego empezaron las preguntas.

- ¿Te has desmayado recientemente? ¿Has tenido una situación estresante?

-También tengo anemia –admitió –Nunca se me va.

   Astoria calló, ese otro artefacto muggle sobre la mesa que grababa cada una de las cosas que decía, no le estaba dando mucha confianza que digamos.

-No temas, es solo para un mejor registro –dijo el médico viendo que la mirada recelosa de la chica no se apartaba de la grabadora que tenía en su escritorio.

-Hace unos años pasé por una situación difícil –contó, no muy segura a sí explicar que había estado con un hombre casado, o lo que sucedió cuando lo dejó y fue a la casa de Pansy para contarle la verdad y disculparse con ella. A pesar de las palabras tranquilizadoras del médico y de que en el mundo muggle nadie conocía a su familia, y por lo mismo no estaría comprometiendo su honor, aun no se sentía segura de decirlo con todas las letras –Esa fue la primera vez que sentí un dolor de cabeza tan fuerte como la de las últimas semanas –concluyó.

-Lo que estás experimentando parece estar basado en el estrés –Indicó el médico, asintiendo con la cabeza hacia su planilla –Pero, aun así, me gustaría que te hiciera algunas pruebas. Si tienes tiempo, podríamos comenzar hoy mismo.

   Astoria asintió, aunque un tanto desganada. Más pruebas no era algo que quisiera hacer. Al menos agradecía que se había tomado la tarde libre, así que no tendría que perder otro día para esto.

   Mientras más pronto terminara, más pronto podría decirle a Hermione que todo estaba bien, tal como ya sabía antes de asistir a esa consulta.


******

- ¿Qué pasa, Adams?

   Acababa de llegar a su estudio en el mundo mágico, la cabeza llena después de tantas cosas nuevas que había visto y experimentado ese día. Afortunadamente, Hermione había estado con ella, acompañándola a cada una de las salas donde la llevaron, explicándole a grandes rasgos lo que pasaría y encontraría allí dentro, sino era seguro que hubiera terminado por salir corriendo despavorida del hospital (vistiendo únicamente la bata a lunares que le dieron) cuando la acostaron en una camilla que se movió por sí sola para entrar dentro de un gran tubo blanco con luces. Realmente no entendía cómo los muggle podían pasar por todo eso y no entrar en pánico.

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