Capítulo 1: NOCHES TRISTES

208 4 0
                                    

Mi padre me despierta con un caído beso de buenos días, abro lentamente mis pequeños ojos, lo veo fijamente. Tiene una expresión en su rostro algo rara, me quedé pensando no le tomé mucha importancia. Me lleva en brazos a la mesa, me sirve un plato grande de cereal y vierte un poco de leche tibia en el. Saca una tabla del cajón del gabinete, un cuchillo y lentamente se dispone a rebanar un plátano que posteriormente pone sobre mi almuerzo. Termino mis alimentos, me levanto de la mesa, me dirijo con papá a otra habitación de la casa. Me lleva al baño a ducharme, a continuación me ayuda a bañarme, vierte jabón en polvo para trastes en un estropajo hecho con barbas de palma, lo remoja en una "vaporera" que utilizábamos como contenedor de agua con una capacidad de 100 litros aproximadamente. Me empieza a tallar el cuerpo con una fuerza inexplicable, me ardía todo. —Ten cuidado, me duele. —le decía—. Al finalizar tira de mi pequeño brazo, nos dirigimos al cuarto de él, me postra en la cama, en seguida me cambia. Salimos de casa y vamos rumbo a el jardín de niños, que estaba a un par de cuadras.

        Como siempre, el caminando apresuradamente de tras de mí y yo corriendo ansioso por ver a mis amigos. Cuando íbamos en marcha sonaron las sirenas de lo que parecieron ser ambulancias pero no le tomé mucha importancia, para mi sorpresa una patrulla policiaca se nos empareja y nos evita el paso.

—¿Papá qué está pasando? —muy asustado le cuestiono.

—Nada hijo, no pasa nada, no te asustes verás que todo estará bien —con un tono de tranquilidad me lo dice.

        Decenas de oficiales comenzaron a abalanzársele a mi padre, yo muerto de miedo y paralizado no supe que hacer, era tan pequeño que no podía asimilar lo que estaba sucediendo. De pronto un policía se acerca a mi cautelosamente y me toma del brazo. Me jala para asegurarse de que no me vaya a pasar nada protegiéndome con su cuerpo. Sólo recuerdo haber cerrado fuertemente los ojos. Cuando tuve el valor suficiente, giré la cabeza para observar que estaba sucediendo. Asustado veía como le estaban propinando una tremenda golpiza. Todavía recuerdo sus gritos de dolor, esa cara que imploraba piedad. Mi padre pedía que pararan, pero los oficiales no iban a complacerlo, mucho menos acatar sus peticiones, ya tenían un plan bien estructurado. Pensé que lo iban a masacrar en ese mismo momento. Cómo un niño tan pequeño como yo podría soportar tan crudas imágenes. Recuerdo que algunas veces le pegó a algunos de mis hermanos y me parecía normal. Pero cuando lo golpearon a el me parecía abuso.

        Después de contemplarlo todo herido me habló, pero no pude comprender lo que decía, extendió su mano lo más que pudo y me aventó su cartera acompañada de un teléfono movil.

        Al terminar de ponerle la golpiza de su vida, me subieron a una patrulla y en ella me llevan a mi destino: el jardín de niños. Llegamos, entré sin voltear a ver que pasaba, con temor de que algún compañero hubiera podido reconocerme o estar atento a todo aquel alboroto que se presentaba a unos cuantos palmos de el jardín de niños. Pero lo que más me preocupaba era encontrarme a mi maestra, ella desde la ventana alcanzó a contemplar un poco lo que pasó. Y si me preguntaba algo, qué iba a contestar, cuál era mi respuesta, nunca he sido bueno con las mentiras y menos cuando son cosas tan delicadas.

        Entré al salón, recibí clases. En mi mente no estaba más que esas imágenes de dolor. En mis recuerdos infantes veía pasar una y otra vez como esos malditos despiadados torturaban brutalmente a ese viejo que tanto quiero. Cuanto dolor sintió él y cuanto dolor psicológico sigo teniendo hasta hoy en día. Se aproximó la hora del descanso. Como cada día yo me fui a  la puerta esperando a quien me dio la vida para ahora me llevara algo de almorzar, me sentía tan hambriento que estaba dispuesto a comerme una res entera, pero tanta fue la espera que se llegó la hora de volver a clases y nadie me llevó nada. En el salón de clases lo único que pensaba era <<¿Qué hizo mi papá? ¿Por qué se lo han llevado?>>. Me quedé con esa inquietud, ese estrés en mi cabecita de apenas cinco años de edad, todo un infante, me costaba mucho poder asimilar toda esta película real que me estaba sucediendo. Yo mismo me ponía en conflictos existencialistas, tanto que salía de mi mundo, vagaba por cualquier tonta idea que invadiera mi frágil mente.

HIJO DE NARCODonde viven las historias. Descúbrelo ahora