Tu hermana.

capítulo 5

Eren se hubiera terminado de cagar en las patas de no ser porque, en algún punto de su vida (más exactamente, durante el tiempo en que estuvieron separados), Jean aprendió a ser natural –y hasta educado– con ciertas cosas. Como las muestras de afecto, por ejemplo, o coqueteo, o lo que sea que ellos estuvieran haciendo en aquel sillón. Por eso, cuando le tocó levantarse, hizo como que no existía el rulito que Eren formaba con uno de sus mechones, ahorrándose burlas o cualquier apodito lamentable que en cualquier otro tiempo le hubiera soltado sin pensar. Eren sintió tanto alivio que su nerviosismo se vio como una total exageración.
No fue una exageración, Jean simplemente se volvió bueno leyendo el ambiente, y mierda, eso es algo que Eren jamás creyó tener que reconocer, o envidiarle.

Ya eran pasadas las once de la noche y Jean trabajaba al día siguiente, ambos lo sabían, y quizá por eso mismo evitaban el tema intencionalmente. Eren no sabía cómo pedirle que se quedara. ¿Correspondía? ¿Se vería extraño, como un idiota desesperado? Era de por sí estúpido sugerirlo siendo que Kirschtein mencionó que vivía a pocos minutos caminando.
Pero Jean no es Eren, y tal vez haya aprendido a leer el ambiente, mas eso no quita que siempre será un caradura de mierda, rompiendo sin mucha pena la falsa paz que reinaba.

—Bueno, Eren, ya es tarde, así que me quedo.
Claro que Jean decidiría eso por los dos, y más esperable aún era que volviera a proponer lo mismo que los separó años atrás. ¿Era acaso su forma de anunciar que desaparecería de nuevo?

—No creo que mi ropa te entre, Jean. – buscó fastidiarlo, tal vez su único intento de negarle la estadía. Pero Kirschtein sonrió, divertido y burlón, y Eren de nuevo sintió muchas ganas de tomarlo del rostro y besarlo. O darle un fuerte cabezazo.

—Traje calzones limpios. – y, en el gesto más provocativo de la noche (que tenía que ser en broma, por supuesto) jugó con el elástico de su bóxer, mini-show no tan extrañamente bien recibido por los ojos ajenos. —Yo no duermo en pijama, no soy una niña, Yeager.

Después del último cigarro y una visita al baño, allí estaban, en la habitación de Eren. Este ya acostado, observando a Jean desvestirse, sin poder hacer ningún tipo de comentario, sin poder quitarle la vista de encima, sintiendo como nunca las hormonas trabajando, alborotándose frente a algo tan simple como lo era la semidesnudez natural de quien había sido su único amor platónico durante tanto tortuoso tiempo.
Se sentía tan doméstico, tan agradable, que Eren ni siquiera se percataba de todos los detalles jodidos de la situación, como que no limpió ese lugar (el "toda la casa" no incluía su cuarto, por algún motivo), o que iba a dormir JUNTO A JEAN de un día para el otro, o que eso en su mente significaba más que simplemente apoyar la cabeza en la almohada y soñar.

Jean hizo lo que dijo; quedó en calzones, y tras tirar descuidadamente su ropa sobre el escritorio de la computadora, apagó la luz. Eren tardó en distinguirlo en la oscuridad, lo ubicó al sentir su peso al lado de él en el colchón, y cualquier reacción de su cuerpo quedó corta para lo que su corazón estaba sintiendo.
Era tan raro, tan ideal e irrealista...

Jean agarró su celular, con mucha cara de nada bajo la tenue luz de la pantalla, y puso la alarma. Ya estaba todo, entonces, cuando lo dejó en la mesa de noche.
... O quizá no estaba nada. Yeager no sabía qué esperar, o si siquiera esperaba algo, pero lo que seguro no se imaginó fue a Kirschtein a nada de explotar en una crisis existencial mientras él, cavernícola y simple, estaba en plena crisis hormonal.

—Eren, ¿por qué me invitaste hoy a tu casa? – la pregunta lo chocó con repentina amargura y Eren, cobarde como es, agradeció no poder distinguir la expresión de Jean en la oscuridad. Lo sabía agrio y cansado, como sus palabras, y es que Jean siempre lució así debajo de toda la arrogancia: exhausto y triste.