Capítulo 2

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Liana

12 de septiembre de 2017

¿Qué se hace en las mañanas cuando estás de vacaciones?

Una pregunta muy fácil de responder.

Dormir.

Dormir hasta que te canses de hacerlo.

Eso es lo que la mayoría de las personas con sentido común hacen, y no que tu madre te levante a las seis de la mañana para ir a la casa de vacacionar que tienen tus tíos cerca de la playa, para arreglar los detalles de la boda de tu prima.

Si hubiera sabido que tenía que pararme temprano para venir, no habría abierto mi boca para decirles que les ayudaría con lo que pudiera.

Es que nunca lees las letras pequeñas del contrato.

No me dieron ningún contrato.

Con razón.

Y aunque me hubieran dado un contrato jamás lo firmaría para levantarme temprano. Odio levantarme temprano y más en vacaciones. Es por eso por lo que tengo una cara de querer matar a cualquiera que se me cruce en mi camino y un genio que me haría gruñir si me llegaran a molestar.

—Deja de tener cara de querer matar hasta a una pobre mosca—me dice mi madre, sacándome de mis "pacíficos" pensamientos.

—Si no tuviera una mamá tan "linda" que me despierta a las seis de la mañana— nótese el sarcasmo—, creo que me parecería a un osito cariñosito.

—Si te hubieras dormido temprano no tendrías ese humor de los mil demonios, así que no me culpes por desvelarte.

Tiene razón. Me dormí a las tres de la mañana por estar pensando en Jona...creo que no es necesario mencionarlo, suficiente tuvo con robarse mis horas de sueño como para que lo tenga en la cabeza por el resto del día.

Cuando me levante, me mire en el espejo del baño y ¡Dios!, juro casi me caigo del susto por las dos medialunas oscuras que tenía debajo de mis ojos. Me las cubrí con maquillaje solo para que Samantha y mi tía no empezaran con sus reclamos de que dormir tarde me haría engordar.

No quería que empeorara mi mal humor.

—Bueno par de bestias, aún es temprano para discusiones—nos reprendió mi padre.

—Tu hija que trae ese humor, si tanto le molestaba venir pues no hubiera venido.

Suelto un bufido.

¿Es enserio? Si me obligo a venir.

Me amenazó con que me escondería mis discos autografiados por varios de mis cantantes favoritos y esos discos son sagrados, ni siquiera yo los toco solo para que no se desgaste la tinta de la firma.

Lo acepto a veces exagero de más, pero esos discos no dejo que nadie los mueva de su lugar, ni siquiera me los llevé conmigo cuando me fui.

Mis discos son la única razón por la que estoy aquí.

—Me hubieras arrastrado a venir de todas formas, mentirosa.

Mi madre estaba a punto de protestar, pero mi padre la interrumpió.

—Haber ya cálmense, no las quiero oír hablar el resto del camino y la que hablé se baja del auto. ¿Me oyeron?

—Pero...—mamá trata de refutar, pero mi padre vuelve a cuestionarnos con un tono de voz más grave. Estaba a punto de perder la paciencia.

— ¿Qué si me oyeron?

—Si— contestamos al unísono.

Cuando David Acosta pierde la paciencia no hay que protestar, porque ese mal humor es capaz de llevarlo por el resto del día.

Un Baile Bajo Las Estrellas [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora