Prólogo

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La memoria tiene la extraña habilidad de recordar las cosas que menos te gustan a la perfección. Y lastimosamente así había sido desde el día del accidente.

Recuerdo a la perfección como el aire frío de la mañana se colaba por las aberturas de las mangas de mi abrigo y como este parecía tener dientes que se hincaban al rozar mi piel. El sol brillaba casi oculto por la espesa niebla que caía en la ciudad como una cortina, lo que dificultó el tránsito tan pronto entramos al automóvil.

Mi hermana pequeña traía puesta una canción de Whitney Houston y junto a mi madre, cantaban la letra en un pésimo intento de inglés. A veces me parecía molesta, pero aquel día me sentía nervioso por la audición, que me volví hacia ella y con una sonrisa dibujada en mi rostro, pellizqué sus mejillas en un gesto que sirviera para reconfortarme.

Era un día tan importante para mi, que salté mi rutina diaria por primera vez en mucho tiempo. Ni siquiera tomé el desayuno y recuerdo perfectamente bien que tampoco me puse un poco de colonia antes de salir de casa. Solo tomé las maletas y corrí en dirección al auto con los nervios haciendo estragos en mi interior.

Recuerdo todo perfectamente.

Y aunque tenía presente con exactitud todo lo que hice y sentí ese día, incluso en mis sueños puedo revivirlo todo. En especial el accidente.

Lo primero que pasó, fue que mi padre tomó un atajo por el tráfico tan concurrido. Vivíamos algo lejos de la ciudad, por lo que gracias al atraso y la presa de vehículos en la que nos podíamos quedar atrapados por horas, este giró en dirección contraria.

Después de eso, recuerdo la lluvia golpear con fuerza contra el cristal. Joy se revolvió en su asiento y desabrochándose el cinturón, se sentó a mi lado. Sentí su miedo. Y la verdad, es que de seguro ella lo vio venir mucho antes de nosotros. La niebla seguía siendo tan espesa como cuando salimos de casa y de vez en cuando era capaz de escuchar a papá gruñir por lo bajo. De seguro intentando no asustar a Joy.

Segundos fueron los que transcurrieron, pero para mi se sintieron como horas en cámara lenta. El camión apareció de entre la espesa niebla. Lo primero que vimos fueron las luces y después la bocina que pareció atravesar el silencio de aquella horripilante escena.

El auto derrapó y gracias a la lluvia que empapaba la vía, este giró descontroladamente. Papá gritó algo, pero no fui capaz de escucharle. Mis sentidos estaban fuera de lugar. Segundos después, el auto giró sobre sí mismo fuera de la calzada.

Los cristales de las ventanas se hicieron añicos, los cuales quedaron suspendidos en el aire por un instante hasta clavarse en mi piel. Joy salió disparaba hacia el frente y golpeó con fuerza el dash. Momentos después, el auto dejó de girar por un momento y fue ahí cuando sentí el calor de la sangre escurrir por mis piernas. El dolor arremetía contra mi como las olas de un mar embravecido. Escuché los gemidos de mi madre intentando zafarse del parabrisas destrozado e incluso casi pude asegurar que también llegó a mis oídos el último aliento de mi padre.

Después de ahí, el dolor fue tan intenso que perdí la conciencia. Las sombras se arremolinaron una tras otras, hasta consumir por completo mi memoria.

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