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Entonces

Papá había construido un pequeño cuarto anexo a nuestra casa para que pudiera practicar. Solía ir al estudio toda la semana, menos los sábados y domingos. Una vez, más o menos unos dos años después de haber entrado, me encontró practicando en el garaje. Tenía las piernas salpicadas de algunos raspones porque el suelo era áspero y todavía no era muy bueno aterrizando sobre mis puntas.

Se acercó a mi y puso esa sonrisa que siempre tenía en el rostro. Recuerdo que me tomó de la mano y me llevó a un sector de la casa donde solo había césped. Era un cuadrado no muy gran, pero sí lo suficientemente espacioso para levantar un anexo.

-¿Te gusta este lugar?-preguntó mirándome a los ojos.

No sabía qué responder, así que solo asentí con la cabeza.

No tenía idea alguna de sus planes y solo recuerdo que por mi mente pasó la pregunta del porqué le gustaba ese espacio.

-Estaba pensando...-se detuvo para lamerse los labios-, ¿por qué no descansas los fines de semana, Jae? Te esfuerzas mucho y el descanso es necesario, pequeño.

-Papá, cuando te enamoraste de mamá, ¿alguna vez te cansaste de intentar conquistarla?

-¿A qué viene la pregunta? Ni siquiera has respondido a la mía.

-Solo responde-dije.

-Nunca-dijo entonces después de un rato-. Estaba dispuesto a dar lo mejor de mi, así que en ningún momento me di la oportunidad de rendirme, porque de verdad la quería.

Sonreí entonces.

-Pues algo así me pasa con el ballet. Quiero ser bueno para él. Quiero llegar a ser de ver bueno en él...-lo miré a los ojos y sé que de seguro algún brillo extraño estaba saliendo de ellos. Me había visto el rostro en el reflejo de los espejos para saber que el ballet era mi mundo-. Así que no pienso descansar hasta conseguir eso.

Papá entonces se acercó más y me rodeó con uno de sus brazos.

No entendía cómo siendo tan joven pude responderle eso a mi padre. Pero supuse que mi amor por el ballet había crecido tanto, que ya era una gran parte de lo que yo era.

-Siempre me sorprendes, Jae.

Me dio un beso en la frente y entonces fue cuando me dijo lo que tenía pensando. Lo escuché durante una media hora y entre los dos montamos un pequeño plano. Meses más tarde, papá levantó un pequeño cuarto y allí practicaba alrededor de dos horas hasta que mis piernas protestaban por el esfuerzo.

Aún así, me sentía bien.

Faltaban unos dos meses para la gran audición, cuando papá entró al cuarto.

Era un lunes por la mañana y Taeyong había cancelado las clases de último minuto.

El sol se colaba por las ventanas y me mostraba la amplía vista de la ciudad que se extendía por kilómetros hasta desaparecer. Me gustaba mucho admirar de vez en cuando el paisaje, en especial las personas que transitaban tranquilamente por la acera. El cielo era un cortina de un azul intenso y algunas nubes navegaban como barcos en el mar.

Papá se sentó a unos metros de mi, con la vista fija en los movimientos.

De vez en cuando se colaba en el cuarto cuando no tenía mucho trabajo y me miraba practicar. No eran necesarias las palabras, porque en el silencio de ambos, nos reconfortábamos tácitamente.

Al cabo de un rato, me dejé caer en el suelo con el sudor empapando mi cuerpo entero. Un dolor se hizo presente en mi espalda y mis pernas. La respiración era pesada y entre jadeos, miré al techo intentando acallar la molestia . Papá entonces tomó asiento a mi lado, notando mi incomodidad y me pasó una toalla junto con una botella de agua que casi me bebí de un trago.

The Anatomy of Love Donde viven las historias. Descúbrelo ahora