Puedo olerla, la sangre que corroe la piel de mis antebrazos, que baja como gotas de pecado hasta la punta de mis dedos, y finalmente, mancha el piso con su asqueroso color. Además, mis pulmones ya no pueden bombear el aire, me ruegan que tome un descanso ahora para no terminar desmayándome —¡Déjenme en paz, malditos perros falderos! —Doblo en la siguiente esquina. El mercado de todos los domingos ya se ha puesto y las tiendas locales ya están abiertas; honestamente este barrio siempre se vuelve colorido con la gran cantidad de productos que puedes encontrarte, pero ese no es el tema ahora.
Llamar la atención aquí sería como cavar mi propia tumba en La Rochelle, definitivamente nunca más podría volver; bueno, seguro ya no puedo por lo que hice, pero con esto, todos se enterarían. De verdad necesito perder a esos gendarmes; para colmo, este vestido pomposo de ama de llaves no es de gran ayuda.
Justo enfrente de mí aparece una mujer algo rechoncha de tez blanca, con cabellos largos y lacios del mismo color de la miel, una cara demasiado redonda debido a sus mejillas sonrosadas, unos labios pequeños y finos con un lindo color natural, unos enormes ojos de color azul y una nariz respingada y carnosa, algo que las personas de ojos marrones y narices rectas como yo siempre le envidiamos; además, lleva un vestido cian con algunos toques blancos, ciertamente le queda bastante bien al aura alegre y cálida que suele dar.
Me mira con una sonrisa, como si hubiera visto a alguien que conoce de hace mucho tiempo, y sí es el caso, después de todo, ella es la que me cuidó y me alimentó cuando llegué a este pueblo en un naufragio y sin padres, podría decirse que es lo más parecido a una figura materna para mí. Me limito a hacer una mueca que es suficiente para dejarle saber que su presencia me es inconveniente en este preciso momento; ahora no hay tiempo para saludar, sobretodo cuando estoy intentando evitar la cárcel. —Buenos días, quer-
—Señora Peggy, por favor, háganse a un lado. —Debería seguir corriendo, pero de último momento decido pararme en seco ante su casa de color crema deslavado con una ventana abierta en el segundo piso, fijo mi atención en la pequeña carpa roja que cubre el puesto de pan casero que vende la mujer cada fin de semana; quizás si salto por los tejados, que están bastante cercanos entre sí, podría perder a los gendarmes, o al menos ganarme algo de tiempo. Hablando de ellos... puedo verlos torcer en la esquina de la calle, algunas gotas de sudor caen de sus frentes y sus miradas muestran que se están rindiendo, pero aún no puedo cantar victoria.
Intento abrir la puerta principal de la casa, pero al parecer está atascada y no puedo darme el lujo de perder más tiempo; rápidamente sigo el plan B, así que pongo un pie en una caja de madera en el suelo, y esta me ayuda lo suficiente como para poder agarrarme con fuerza de la carpa y subirme a esta; después, tomo algo de impulso y consigo aferrarme al marco de la ventana que no estaba demasiado alto; si bien la claraboya es pequeña, puedo llegar a meter mi escurridizo cuerpo, aunque termino por estampar mi rostro con el suelo de madera debido a la altura de la ventana. —¡Agh! No puede ser.
Escucho a la señora Peggy gritar, supongo que ellos están a punto de entrar a la casa; el sonido de la puerta al ser golpeada unas 3 veces y después derrumbada me lo confirma, creo que es hora de correr de nuevo. Subo las escaleras y con cada paso que doy, el suelo truena, al menos la propietaria de esta casa sabrá si entra un ladrón en las noches. Comienzo a subir más rápido cada dos escalones, hasta que finalmente puedo abrir la puerta del techo y sentir el aire de la azotea que hace que mi pecho suelte un suspiro.
Me siento perdida por unos segundos ¿Ahora a dónde se supone que voy? Observo con cuidado las casas a mi alrededor, la más cercana es la que está al costado del hogar al que me infiltré, su techo está aproximadamente a dos metros de distancia y es lo suficientemente liso como para no rasparme las manos y las rodillas al grado de sangrar. Después, regreso al mundo real al escuchar el grito de uno de los hombres. —¡Vamos corre, la vamos a perder!
Tomo impulso haciéndome lo suficientemente atrás y corro sin dudar en ningún momento, a pesar de que tengo miedo de que termine cayéndome; a pocos centímetros del perímetro del techo, subo mi pie derecho a una cubeta boca abajo, la cual termina por resbalarse en cuanto pongo mi otro pie sobre la baranda. Ya no hay tiempo para arrepentirme, así que salto a la azotea siguiente como si de ella dependiera mi vida.
Si bien podría mentalizarme de nuevo, no es momento para perder el ritmo, debo mantener el impulso del salto anterior para poder dar otro más; sin embargo, la rapidez de los hechos no me permite calcular la distancia hacia el otro tejado, y por consecuencia, el miedo se apodera de mí, haciendo que mis manos y mi abdomen se golpeen contra el barandal más cercano. Me quedo mirando hacia el horizonte con la respiración agitada por la adrenalina. —Solo hace falta otro salto más, vamos Soleil. —Volteo hacia la casa de la señora Peggy, los gendarmes me miran atónitos, pero esto no los detiene para volver al interior de la vivienda, seguramente se dirigen a donde estoy.
Intento calcular la distancia entre las casas, pero la sensación continua de una mirada curiosa no me deja concentrarme; doy un suspiro exasperado y dirijo mis ojos hacia abajo para encontrarme con un niño de piel durazno, cabello ondulado y castaño claro que es un poco más largo de lo que el promedio de los niños lo llevarían, su rostro rectangular tiene las mejillas enrojecidas, sus labios son pequeños y carnosos, y sus ojos verdes me observan con una mirada suave, pero indagante. —Haces mucho alboroto ¿No crees que ya llamaste demasiado la atención?
Su comentario me toma por sorpresa, hace uno segundos pensaba que solo era un niño que no entendía lo que pasaba a su alrededor. El ruido de la puerta del techo al ser golpeada hace que mi corazón de un brinco y seguramente mi expresión cambia a una de angustia, lo que él rápidamente nota —¿Necesitas ayuda? Conozco un lugar donde puedes esconderte. —A decir verdad, no es como que tenga mucho tiempo. Sin decirle una sola palabra busco la manera de bajar, miro a mi alrededor desesperada y encuentro una cuerda en una de las esquinas del techo, la tomo y hago un nudo presilla de alondra en el barandal.
—Espero que sea resistente. —Susurro para mí misma y comienzo a bajar con cuidado, aferrando mi cuerpo a la cuerda y aflojando la presión en mis manos para descender; poco después escucho a los gendarmes abrir la puerta de una última patada, lo que hace que comience a bajar más rápido, provocando que mis manos se quemen por la fricción; justo a unos pocos metros, tal vez uno o menos, ya no puedo aguantar más el ardor y termino por caer de espaldas en el suelo, lo que me obliga a ver a los ojos a ambos hombres que me apuntan con dos mosquetes. —Agh... Vaya, al fin decidieron usar las armas. —Les digo a pesar de estar un poco sofocada.

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El secreto de Soleil
Gizem / GerilimLa ley de la vida nos enseña que solo hay dos opciones: comer o ser comido. Cuando finalmente la cacería comienza, la mejor opción que puedes tomar para sobrevivir es convertirte en un lobo solitario, sobretodo cuando el cazador es un depredador pod...