Enfermo.

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—Tahi, te dije que no era buena idea que comieras ahí —repite Temo por tercera vez, mientras se recarga junto a la puerta del baño.

Aristóteles comienza a replicar algo, pero una arcada se lo impide. Cuauhtémoc hace una mueca al escuchar vomitar a su prometido por como cuarta vez.

—¿Seguro que no quieres ir al doctor? —le pregunta—. Ya es algo noche, pero yo creo que sí encontramos algún consultorio abierto.

—No —consigue decir Ari—. Ya me siento mejor —afirma. Una arcada lo interrumpe de nuevo—. Bueno, quizá no mucho —murmura mientras tira de la cadena del baño.

—¿Puedo pasar? —Temo toma el picaporte y abre un poco la puerta, pero Aristóteles la cierra de golpe—. Ari, no seas ridículo, nos vamos a casar —reclama.

—Pero no quiero que me veas así —se queja el rizado.

Cuauhtémoc rueda los ojos con impaciencia y vuelve a intentar abrir la puerta.

—No es la primera vez que veo a alguien vomitando —replica—. Tampoco será la única que te vea a ti, considerando que pienso pasar contigo el resto de mi vida.

Logra entrar al baño por fin y su prometido lo mira haciendo un puchero mientras termina de enjuagarse la boca.

—Me siento mal —susurra.

Temo se acerca a él y toma un poco de papel higiénico para limpiar las comisuras de los labios de Ari.

—¿Vamos al médico? —ofrece el castaño de nueva cuenta.

Aristóteles niega con su cabeza.

—No me gustan los doctores —dice en tono infantil—. Y creo que ahora sí ya acabé de vomitar, ya solo siento poquito revuelto el estómago.

—Justo por eso sería un buen momento para ir a ver a un médico, así no te vomitas en el camino —razona Temo. Ari le da una negativa de nuevo—. Está bien —se rinde—, pero al menos voy a marcarle a tu tía Blanca o a doña Dora a ver si saben algún remedio o algo, ¿sí? —El rizado accede con un simple asentimiento—. ¿Ya estás lo bastante bien como para irte a acostar al cuarto sin que te tengas que regresar corriendo al baño?

—Creo que sí —afirma Aristóteles.

—Bueno, vamos.

Temo abraza a su novio por la cintura y lo encamina hacia su habitación, donde lo ayuda a recostarse en la cama. Le da un vaso de agua porque está seguro de haber leído en algún lado que era importante rehidratarse luego de vomitar, le acerca el bote de basura por si acaso, y se dispone a salir de la recámara para hacer las dichosas llamadas.

—No te vayas —le pide Ari, mirándolo de nuevo con un puchero, que le dificulta demasiado a Temo la tarea de decirle que no a algo.

Cuauhtémoc suspira resignado y se acomoda en la cama a un lado de Ari, que de inmediato se recarga en él, con cuidado de no derramar el agua en la cama. El castaño saca su celular y empieza a hacer varias llamadas, en tanto pasa sus dedos de forma distraída por entre los rizos de su prometido, que da sorbitos a su bebida.

Temo recibe consejos diversos sobre qué hacer para ayudar a Ari con su malestar estomacal, desde varios tés hasta medicamentos que podría comprar, pero al final se decide por preparar un té de menta, que es el único que tiene de todos los que le aconsejaron. Regresa de la cocina y le entrega la taza de té a su prometido, y vuelve a sentarse a su lado con cuidado.

—¿Cómo te sientes, tahi? —le cuestiona.

—Como si me hubiera atropellado un camión —murmura Aristóteles—. Me siento todo débil y cansado.

OS Aristemo ─ AEFFDonde viven las historias. Descúbrelo ahora