Acuerdos y desacuerdos.

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—Sigo sin creer que esto sea buena idea —dice Temo en voz baja, recargándose en la barra de la cocina, el único lugar que no está atestado de gente todavía.

—Fue idea de Diego —replica Ari, usando el mismo tono y situándose a su lado.

—Precisamente por eso no creo que sea buena idea, tahi.

—Es su cumpleaños, no podíamos decirle que no —señala Aristóteles.

—Tú no pudiste decirle que no —corrige Cuauhtémoc—. Yo dije que no, y Mateo también, pero Lota y tú insistieron en que sí.

—¿Qué tanto se secretean? —Carlota aparece a sus espaldas y hace a ambos pegar un salto. La chica se ríe de ellos y los mira desde el otro lado de la barra—. Así de cochina han de tener la conciencia ahora que los dejamos viviendo solos —se burla, haciendo a los chicos reír—. Oigan, está llegando más gente de la que pensé que vendría, ya estoy dudando que la fiesta haya sido una buena idea.

En ese preciso momento entran cinco personas más a la casa, y alguien sube el volumen de la música a tope.

—¿De verdad? ¿Apenas notas que fue mala idea? —refunfuña Temo, aunque no consigue hacerse oír por sobre la música.

—¡¿Qué?! —gritan Ari y Lota al mismo tiempo.

Temo les hace una seña de que lo olviden.

—¿Y qué hacemos? —pregunta Ari—. Ni modo que los corramos.

—Yo no tengo problema con eso —dice Temo, ante lo que recibe un par de miradas de desaprobación—. ¿Qué? No conozco a casi nadie de esta gente, y están en mi departamento, sin problema los corro de aquí.

—No podemos hacer eso, Temo, no inventes —replica Carlota—. Ganas no me faltan, pero sería muy grosero.

—¿Qué hacen aquí escondidos? —Diego llega a donde están sus amigos, llevando consigo a Mateo.

—No nos estamos escondiendo —se justifica Lota—. Solo estábamos platicando en un lugar donde pudiéramos escuchar nuestros pensamientos.

—Ah —Diego se queda pensando, e intercambia una mirada con Mateo—. Es una lástima, porque veníamos a escondernos con ustedes.

Aristóteles, Temo y Carlota intercambian miradas de sorpresa entre ellos.

—¿Qué? —cuestiona Ari—. Pero es tu fiesta.

—Ya sé, Obviostóteles —replica Diego—. Pero ni siquiera me estoy divirtiendo, cierta persona no me está dejando tomar —mira a Mateo con reproche.

—Sabes que el alcohol no se lleva bien con tus medicamentos —recalca éste—. Y no necesitas tomar para divertirte.

—Amargado —Diego rueda los ojos y suspira—. Fue mala idea hacer una fiesta —murmura. —Temo y Mateo intercambian miradas de incredulidad.

—¡Eso te dijimos! —reprocha el más alto.

—Ayer sí parecía una buena idea —se defiende Diego—. Aristemo, ¿pueden correr a todo mundo? —les pide, mirándolos suplicante—. Por favor, es su depa.

—Yo encantado —Temo accede de inmediato, pero Ari lo detiene por el brazo.

—Nosotros no los invitamos, Diego, ni siquiera los conocemos —señala el rizado.

—Ash —Diego se encoge de hombros—. Está bien, yo los corro. —Se encamina hacia donde está la bocina desde la que suena la música y la apaga. Todos los invitados en la fiesta voltean hacia él—. Oigan, lo siento mucho, pero se cancela la fiesta —les anuncia sin más. Un montón de reclamos vienen después de eso.

—La señora que nos renta nos marcó porque unos vecinos se quejaron del ruido —interviene Temo, inventándose una mentira rápido. La verdad es que no hay ningún problema con que tengan una fiesta, pero todo sea por sacar a la gente de ahí—. Y quiere que se vayan o si no va a llamar a la policía.

Con un par de amenazas falsas más, consiguen que todo mundo se vaya, quedándose solo los cinco amigos.

—¿Comemos pastel? —propone Lota. Todos la miran extrañados, excepto Ari—. Traje un pastel —les cuenta a los demás—. Solo Ari me vio llegar con él y meterlo al refri, y no les dije nada porque pensé que era mejor que nos lo comiéramos hasta mañana que solo estuviéramos nosotros cinco.

—Pero considerando que ya se fue todo mundo... —murmura Aristóteles.

—¡Comamos pastel! —dice Diego emocionado.

Lota saca el pastel del refri y entre Ari y Temo preparan los platos y cubiertos. Le cantan "Las mañanitas" a Diego, reparten el postre y así dan comienzo a su mini celebración. Cuando terminan de comer, y luego de quedarse en la mesa platicando por un rato, deciden convertir su festejo en una especie de pijamada.

Se ponen a jugar Jenga y otros juegos de mesa mientras platican de diversas cosas, y cuando ya no se sienten tan llenos por el pastel, deciden ponerse a jugar Twister. Carlota se ofrece voluntaria para girar la ruletita, mientras los cuatro chicos juegan, y se aprovecha para hacerlos quedar en posiciones incomodas y comprometedoras cuantas veces puede.

Ari y Temo se dan cuenta de la situación, y en lugar de quejarse aprovechan cada vez que quedan bastante cerca para robarse besos el uno al otro, en parte para molestar a Diego, que finge una cara de asco cada que lo hacen, y en parte... bueno, en parte solo porque les gusta besarse.

Cuando ya están cansados y aburridos de ese juego deciden poner una película. A media película Diego y Mateo se quedan dormidos recargados el uno en el otro; Lota también se rinde ante el sueño, aunque en su propio sofá.

—¿Quitamos la peli y nos vamos a dormir también? —pregunta Ari en un susurro, para no despertar a sus amigos.

Temo responde con un asentimiento, y ambos chicos se levantan del sillón. Apagan la televisión y las luces, le echan una manta encima a Lota y dejan una cerca de Diego y Mateo, para luego irse a su habitación.

—Me quede pensando en el Twister —comienza a hablar Ari, una vez que están en su recámara y mientras se quita la playera—. Podríamos darle otros usos, ¿no crees?

—¿A qué te refieres? —inquiere Temo, comenzando a desvestirse también.

—No sé, podríamos usarlo para... inventarnos nuevas posturas para... ya sabes —le sonríe de forma inocente.

—¡Aristóteles! —Cuauhtémoc comienza a reírse nerviosamente, pero luego de un momento se acerca a su novio—. Me gusta tu idea, pero hoy no se puede.

—Diego y Lota ya vivieron con nosotros, podríamos... —se calla porque Temo le da un manotazo en el brazo—. Está bien, hoy no, pero luego.

—De acuerdo. —Toma a Ari por el cuello y le da un largo beso—. Te amo, tahi.

—Y yo a ti, mi amor —responde Aristóteles—. Tenías razón en que la fiesta era mala idea, la pijamada fue mucho más divertida, no debí llevarte la contraria.

—Ya lo hemos hablado, Ari, no tenemos que estar de acuerdo en todo —le recuerda Temo—. Excepto en que nos amamos —le dice con una sonrisa—. Y en que hay que darle un uso más interesante al Twister.

Aristóteles se ríe y Temo encuentra irresistible el besar su sonrisa, así que lo hace.

OS Aristemo ─ AEFFDonde viven las historias. Descúbrelo ahora