Renegade.

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—Ari, amor, ábreme la puerta, por favor —pide Temo una vez más.

No obtiene respuesta, igual que en las anteriores veces.

Aristóteles, desde adentro de su departamento, escucha el golpeteo en la puerta y la voz de Temo, pero no encuentra la motivación suficiente para levantarse de la cama y abrirle, ni siquiera para responderle algo.

Cuauhtémoc se deja caer con su espalda apoyada en la puerta, manteniéndose atento por si en algún momento escucha que Ari se acerca a abrirle. Ha sido un día cansado, aunque no de la forma que esperaría. Se suponía que sería un día ajetreado porque él y Ari se irían de viaje a Huatulco, pero al final el viaje no se dio. Aristóteles nunca llegó al aeropuerto, no respondió las llamadas de Temo y se encerró en su departamento, dejando a este último sin forma de entrar.

Temo cierra sus ojos sin intención de dormirse pero el sueño lo vence en cierto punto, y despierta hasta bien entrada la madrugada, cuando su cuello duele por la mala posición al dormir y el frío de la noche empieza a calarle.

Se coloca el gorro de su chamarra y se abraza a sí mismo, frotando sus piernas para darse calor. Podría irse a su propio departamento, lo sabe, pero necesita ver a Ari antes, sin importar cuánto tiempo le tome. Sin importar que tenga que pasar el resto de la noche con frío sentado a la puerta.

De algún modo consigue dormirse nuevamente.

Aristóteles no duerme. Continúa en su cama, su mirada perdida en la oscuridad de la habitación, sus pensamientos agitándose como olas dentro de su mente, amenazando con hundirlo. E irónicamente, además de sentir como si un mar lo inundara, se siente vacío.

Se pregunta si Temo se habrá ido ya. ¿Han pasado horas o solamente minutos desde la ultima vez que golpeó la puerta? Ojalá se haya ido. Ojalá se haya quedado. Ojalá...

Aristóteles puede verse a sí mismo levantándose de la cama, saliendo de su habitación, abriendo la puerta del departamento, permitiendo que Temo entre, si es que todavía sigue ahí. Puede verse abrazándolo, pidiéndole perdón, agradeciéndole por haberse quedado.

No quiere perder a Temo. Aunque tampoco quiere ser una carga para él. Quizá sería mejor si él se alejara, si lo dejo alejarse, si lo motivo a alejarse, piensa.

Pero no es capaz de moverse. Hay una fuerza dentro de sí que le pide que haga cientos de cosas, que le habla de todo lo malo que va a pasar si no las hace, que le exige que se mueva, que haga algo. Y al mismo tiempo está ahí otra fuerza, más poderosa que la otra, que le impide hacer todas esas cosas. Que le grita que no importa lo que haga, eso no lo convertirá en alguien que valga la pena, y que si algo malo llega a pasar, es porque se lo merece.

Pasan las horas y de pronto la luz del día ya está entrando por las ventanas, tanto la de la recámara de Ari como la del pasillo en el que está Temo.

Este último despierta gracias a la repentina claridad. Sus músculos se sienten demasiado rígidos para moverse, nada agradecidos por haber pasado la noche entera en el duro piso. Sin levantarse del suelo estira un poco sus adormilados músculos, aprovechando para terminar de despertarse. Finalmente suspira y eleva su mano para golpear la puerta nuevamente.

Aristóteles escucha los golpes en la cama y esta vez consigue reunir fuerzas suficientes para levantarse. Se marea un poco al ponerse en pie. Es difícil calcular hace cuantas horas comió por última vez. ¿Doce? ¿Dieciocho? ¿O acaso ya serán más de veinticuatro?

Arrastrando sus pies descalzos consigue llegar hasta la puerta principal, pero se frena justo antes de abrir. No puede hacerlo. No hay razones, solo no puede.

OS Aristemo ─ AEFFDonde viven las historias. Descúbrelo ahora