Desastre improvisado.

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—¡Noooo! —exclama Temo. Ari lo mira con expresión divertida y Arqui lo voltea a ver extrañado desde el piso, dónde está jugando con sus carritos—. Ya me habías dicho que esto pasaba, pero qué coraje. —Le pone pausa a Netflix antes de que inicie el siguiente episodio—. Adoro a Zuko pero ahorita me cae mal.

—Ahora entiendes cómo me siento —comenta Aristóteles—. Te dije que...

El rizado se interrumpe porque escucha la puerta de la casa abriéndose, y se incorpora en el sillón para ver a su madre entrado en la casa.

—¡Mami! —Arqui se levanta corriendo y va a recibir a Polita con un abrazo.

—Hola, suegrita —dice Temo.

—Hola, mamá —la saluda Ari—. ¿Cómo te fue?

—Hola, mis niños —Polita carga a Arqui y se dirige a sentarse en el otro sofá—. Me fue bien, Aris, pero vengo bien cansada —suelta un suspiro—. Y todavía me falta ir al super, nomás vine por las bolsas porque se me olvidó llevármelas.

Ari y Temo intercambian una mirada.

—Nosotros podríamos ir —ofrece Aristóteles—. Solo dime qué y qué tenemos que traer.

—¿Seguro, hijo? —pregunta Polita.

—¡Sí! ¿Verdad que sí, tahi? —Temo asiente enérgicamente—. Está bien cerca, vamos y venimos caminando.

—Les tomo la palabra pues —acepta la mujer—. Vayan y yo me quedo aquí con Arqui.

Les da la lista de la lo que deben comprar, el dinero y un par de bolsas ecológicas. Los chicos salen del edificio Córcega. Aristóteles toma la mano de Temo mientras caminan hacia el supermercado más cercano, y siguen comentando sobre Avatar durante el trayecto. Cuauhtémoc tuvo que reconocer que la serie es tan buena como Ari decía, y ahora está más emocionado viéndola de lo que se habría imaginado, mientras que su novio está contentísimo de poder compartir algo que le encanta con el chico que ama.

—Hay que llevarnos un carrito, son bastantes cosas —señala Temo cuando llegan al super.

—Sale —Ari agarra el dichoso carrito y se adentran en la tienda de autoservicio.

Comienzan a pasearse por el lugar, buscando las cosas que necesitan y siguiendo con su plática.

—Uff, qué buena canción —dice Ari de pronto.

Temo pone atención a lo que suena por los auriculares y sonríe al ver que es Blank space de Taylor Swift. Aristóteles no es el único que le ha pegado su gusto por ciertas cosas al otro. El castaño comienza a tararear la canción, pero Ari lo lleva un poco más allá y, tomando un paquete de spaghetti a modo de micrófono, comienza a cantar a todo pulmón.

Oh my god, look at that face —le sonríe con coquetería a Temo y le da un golpecito en la barbilla, haciéndolo sonrojarse—. You look like my next mistake, love's a game, wanna play?

Aristóteles continua con su concierto improvisado, haciendo reír a su novio, y ganándose un par de miradas de extrañeza por parte de los otros clientes en la tienda, a las que ninguno de los dos les da la más mínima importancia.

Temo era quien estaba guiando el carrito, pero Ari se lo quita y comienza a jugar con él, usándolo como si fuera una especie de patineta, mientras continúa cantando apasionadamente. Cuauhtémoc lo sigue de cerca, riéndose todavía y cuidando que no se estrelle con nada, pero en un pequeño descuido para tomar un paquete de galletas, Aristóteles se estrella con todo y carrito contra una montaña de paquetes de papel higiénico, y acaba enterrado bajo ellos.

—¡Ari! —Temo corre a auxiliarlo, quitándole rollos de papel de encima para que pueda ponerse de pie—. ¿Estás bien?

—Sí, tahi —mira con expresión compungida todo el desastre que ocasiono—. Ay.

—¡No puede ser! —escuchan una voz a sus espaldas. Los dos se giran y ven acercándose a ellos a una empleada del supermercado. Es una chica apenas unos años mayor que ellos—. ¿Saben cuántas horas me llevó armar esa torre? —suelta un gruñido de frustración.

—Podemos ayudar a armarla de nuevo —le ofrece Ari.

—Por supuesto que van a ayudarme —responde ella de inmediato—. Es lo mínimo que pueden hacer, y antes agradezcan que tiraron algo que no se rompía ni se abollaba, porque si no también tendrían que pagarlo.

—Tú solo dinos qué hacer y nosotros te ayudamos —dice Temo.

—Sí, y perdón por tirarla —se disculpa Ari—. El carrito tiene una llanta chueca y me fui de lado.

—No te atrevas a culpar al carrito —la chica lo señala de forma amenazante—. Espérenme aquí, voy por una escalera —comienza a darse la vuelta, pero se frena de pronto y se gira hacia ellos—. No se atrevan a irse sin haberme ayudado, ¿eh? Sé quién eres, Aristóteles —Los chicos intercambian una mirada de pánico—. Mi hermanita es tu fan y sabe mucho de ti, así que cómo te atrevas a irte...

—No nos vamos a ir a ningún lado —le asegura Temo.

La joven los evalúa con la mirada y por fin se va por la escalera. Ellos se quedan muy quietos en sus lugares.

—Pero sí fue culpa del carrito —murmura Ari.

—¿Nos perdonará si le das un autógrafo para su hermana? —se pregunta Temo.

Pasan la siguiente media hora volviendo a armar la montaña de paquetes de papel higiénico, Aristóteles graba un saludo para la hermanita de la chica y por fin pueden terminar de hacer la compra.

Cuando salen del supermercado, cada uno cargado con una bolsa, e inician su camino de vuelta al edificio, Temo empieza a reírse de forma incontrolable, tanto que se ve obligado a detenerse a mitad de la calle.

Ari lo mira extrañado. —Pensé que estabas enojado por el desastre que hice —le confiesa—. Pero te estás riendo.

Cuauhtémoc se recarga en la pared y se obliga a recomponerse, respirando profundo en repetidas ocasiones.

—¿Por qué estaría enojado? —Se acerca a Ari y le pasa su brazo libre por el cuello—. Incluso tus tonterías hacen mejor mi vida, tahi.

Aristóteles lo mira enternecido y se inclina para besarlo. —Te amo, tahi —susurra, con su boca apenas a milímetros de la de Temo.

Cuauhtémoc lo acerca por el cuello para unir sus labios de nueva cuenta.

—Yo también te amo, Ari —le dice—. Y yo con gusto me quedaría aquí besándote el resto de la tarde, pero mi suegrita se va a preocupar si nos tardamos más, así que ya vámonos.

Aristóteles se ríe, toma la mano de su novio y reinician su camino de regreso. 

OS Aristemo ─ AEFFDonde viven las historias. Descúbrelo ahora