Sweet Night.

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Conocí a Temo hace cinco años, cuando ambos estudiábamos en la universidad.

Él era estudiante de medicina y yo de fisioterapia, y a pesar de que no compartíamos ni una sola clase, solíamos encontrarnos seguido, tanto en la escuela como en reuniones de amigos en común.

Nosotros dos no éramos precisamente amigos cercanos, pero nos llevábamos bastante bien, había mucha química entre nosotros, por decirlo de algún modo. Siempre terminábamos platicando durante las fiestas, hasta que un día ocurrió algo más que una simple charla.

Ninguno estaba ebrio, pero las cosas de algún modo se dieron y acabamos haciendo el amor. ¿Es raro que lo diga de ese modo? Supongo que sí, pero es que decir que "nos acostamos" o que "tuvimos sexo" me parece restarle magia a lo que pasó.

Había estado ya con más chicos aparte de Temo, tanto en encuentros casuales como en relaciones más o menos serias, así que tenía parámetros suficientes para definir que lo que ocurrió con él fue especial y distinto. Tampoco ha habido nada que se le asemeje después. Fue una sola noche, una dulce noche que sé que jamás olvidaré.

Eso fue hace dos años, justo antes de que él se fuera.

Cuando se graduó de la carrera, obtuvo una beca para hacer una especialidad en Canadá, y no lo he visto desde entonces. Hemos hablado con frecuencia, en plan de amigos, pero nada más que eso.

Hasta hoy.

Hoy regresa a México, y Diego, uno de sus mejores amigos, que por una extraña coincidencia terminó siendo mi roomie, le está organizando una reunión en nuestro departamento para darle la bienvenida.

—Te apuesto una comida en ese restaurante lujoso al que nunca me quieres llevar a que estás pensando en Temo —me dice de pronto Carlota, acercándose a mí por la espalda.

Deja una bandeja recién lavada enfrente de mí.

—No te pienso invitar a ese restaurante, está carísimo —le digo—. Y además, ¿cómo se supone que no piense en Temo cuando estoy preparando sándwiches para su fiesta de bienvenida? —le muestro un sándwich antes de ponerlo sobre la bandeja que acaba de traerme.

—Claro, porque esa es la única razón de que pienses en él —responde burlona.

—Obviamente —murmuro.

—Entendía que quisieras evadir el hecho de que estás enamorado de él cuando estaba en Canadá, pero no tiene sentido que lo hagas ahora que volverás a verlo —señala.

—No estoy enamorado de él —replico.

—Ajá.

—Tienes que dejar de insistir con eso, Lota —le pido—. Te armaste toda una historia en tu cabecita por algo que pasó hace años.

—A ver, Ari... —apoya sus codos en la mesa y me mira fijamente—. Cuando me fui medio año a hacer mi estancia a Guadalajara, ¿sabes cuántas veces me llamaste? Dos, y una de ellas fue por accidente —me recuerda—. ¿Y sabes cuántas veces le has llamado a Temo en los últimos dos meses? Cuatro. Eso es el doble de veces de las que me marcaste a mí en el triple de tiempo, y soy tu mejor amiga.

—Eso no significa nada —insisto, sonando cada vez menos seguro.

Por fortuna Diego irrumpe en la cocina en ese momento e interrumpe lo que sea que Lota estaba por decirme.

—Dejen el chisme, tortolitos, ya casi llega todo mundo —nos dice.

—¿Tortolitos? ¿En serio? —Carlota lo mira indignada—. Pendejo, Ari es gay y yo soy más lesbiana que... bueno, no sé, pero soy muy lesbiana.

OS Aristemo ─ AEFFDonde viven las historias. Descúbrelo ahora