happiness.

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—¡Quizá jamás debimos casarnos! —le grito a Temo.

Me arrepiento en cuanto lo digo, pero ya es tarde para retractarme. Él me mira como si acabara de recibir un puñetazo y no responde nada, solo se da la vuelta para avanzar hacia la puerta y toma su abrigo del perchero.

—¿A dónde vas? —le pregunto—. Temo, por favor...

Me ignora y sale de la casa azotando la puerta. Me dejo caer en el sofá y froto mi rostro con mis manos. No debí gritarle tal cosa. Fue solo el calor de la pelea lo que me hizo decirlo. Una pelea más.

En los últimos meses parece que es lo único que sabemos hacer. Discutir.

A veces por estupideces como que alguno dejó algo tirado por la casa, y otras veces, como hoy, por asuntos más serios, como la enorme cantidad de solicitudes de adopción que nos han rechazado.

No importa el motivo que origine la pelea, siempre acaban escalando hasta que nos gritamos el uno al otro y terminamos diciendo cosas hirientes aunque no las sintamos. O eso me digo a mí mismo, porque me aterra pensar que esas cosas que solo nos atrevemos a expresar a gritos en medio de nuestras discusiones son lo que sentimos en realidad.

Me quedo dormido en el sofá, y despierto a la mañana siguiente cuando Temo abre la puerta de la casa. Trae el abrigo puesto y un café en la mano, y no parece haber dormido mucho.

—¿Dónde pasaste la noche? —le pregunto preocupado.

—Con Diego —responde secamente. Hago una mueca sin querer—. ¿Por qué pones esa cara? —me cuestiona—. Si en serio piensas que sería capaz de ir y acostarme con alguien más estando casado contigo, entonces no me conoces en absoluto.

—Temo, yo no...

—Y si en los siete años que llevamos de matrimonio, y en los otros tantos que fuimos novios, no has llegado a conocerme —continúa sin escucharme—, quizá significa que tenías razón cuando dijiste que nunca debimos casarnos.

Deja su café en la encimera y se dirige hacia la recámara.

—Temo, espera —me levanto y lo sigo—. No quise decir eso, no quise...

Levanta su mano frente a mí pidiéndome que me detenga.

—Solo vine a bañarme para ir a la oficina, Ari, no vine a seguir discutiendo —me dice, apurándose a entrar al baño y cerrando la puerta entre nosotros.

Me cambió de ropa lo más rápido que puedo, Regreso a la sala, recojo mi chamarra del perchero y me la pongo para salir de la casa antes de que él termine de alistarse.

Es todavía muy temprano y mis clases comienzan hasta después de medio día, pero decido dirigirme de una vez a la escuela. De camino hacia allá buscaré algo para desayunar.

Siento como si el frío aire invernal me cortara las mejillas, y me arrepiento de no haberme puesto una bufanda también.

Compro un café y unas galletas en una tienda cercana a la escuela, y una vez ahí busco un salón vacío para sentarme a desayunar.

Doy clases de música a alumnos de secundaria. Mis intentos de dedicarme de forma profesional a la música nunca dieron frutos, así que decidí conseguir un empleo más formal y estable. Resultó que la enseñanza también me apasionaba, así que terminé aquí.

No es la vida que soñaba hace quince años, pero no puedo quejarme de ella.

El día transcurre de forma agonizante. Me quedo en la escuela el mayor tiempo posible, y cuando me veo obligado a irme me refugio en un café. Escribo. Poemas, letras de canciones, frases sin sentido. Permanezco en el café hasta que cierran y entonces por fin me dirijo a casa.

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⏰ Última actualización: Aug 02, 2021 ⏰

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