Dueño de mi corazón.

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—Otra cosa que amo es... tu nariz —dice Ari.

A pesar de no contar con más iluminación que la luz de la luna que se cuela por la ventana de su habitación, observa a detalle el rostro de su prometido, que yace en la cama junto a él, aunque conoce a memoria cada detalle de él.

—¿Mi nariz? —Temo lo mira divertido, y hace bizcos para intentar ver esa parte de su cara, lo que hace reír al rizado—. ¿Qué tiene de especial mi nariz?

—Es bonita —Aristóteles se acerca y le da un pequeño beso en la punta de la nariz—. Y es como redondita y me dan ganas de morderla —hace ademan de darle un mordisco y Temo suelta una carcajada—, y además combina con el resto de tu carita preciosa, es perfecta.

—Mmm... —Ahora es Temo quien estudia las facciones de su amado—. Yo amo tus labios —declara—, y todas las maravillas que sabes hacer con ellos.

Ari levanta las cejas y le sonríe de lado.

—Señor Cuauhtémoc López, qué atrevido me salió usted —se burla.

Temo se ríe con fuerza y lo golpea con un cojín.

—No me refería a esa clase de maravillas —se defiende Temo—. También son dignas de destacar, eso no lo niego, pero me refería a tus besos —roza sus labios con los de Ari—, a tu habilidad para cantar, y a todas esas cosas.

—Ah —murmura Aristóteles. Un bostezo lo toma por sorpresa—. Tahi, yo podría seguir enumerando cosas que amo de ti por horas, pero creo que ya deberíamos dormir.

—Sí, yo creo lo mismo, tahi —Temo bosteza también y luego lo atraviesa un escalofrío—. Está refrescando, ¿verdad? Debería levantarme por una playera.

—No —Ari lo detiene por la cintura—. Si te levantas me va a dar frio a mí —le dice. Estira su brazo y tantea la cama en busca de algo—. ¡Aquí está! Ten —le extiende la playera que él mismo traía un rato antes.

El castaño la acepta con una sonrisa y se incorpora para ponérsela, luego vuelve a meterse a la cama y se acurruca contra su novio. —Buenas noches, tahi —le susurra—, te amo.

—Te amo, Temo, buenas noches —responde Ari, sonando ya muy adormilado.

***

Cuauhtémoc es el primero en despertar en la mañana. Se levanta al baño y mientras se lava las manos le sonríe a su reflejo por verse usando la ropa de Aristóteles. Regresa a la recámara y suspira ante la dulce imagen de su novio dormido, iluminado por los rayos de sol que entran por la ventana.

Toma su celular de la mesita de noche y se pone a responder correos y mensajes del trabajo mientras da vueltas por la habitación. Es sábado, y aunque no tiene que presentarse en la oficina ese día, hay cosas que no pueden esperar para el lunes.

Ari despierta cuando el sol en su cara comienza a molestarle, y lo primero que ve es a Temo paseando de un lado a otro del cuarto, con la atención puesta en su teléfono. Aprovecha que él no se ha dado cuenta de que ya se ha despertado para deleitarse con su imagen mientras termina de espabilarse.

Al castaño le toma todavía unos minutos más darse cuenta de que su querido Ari ya no está dormido. Se queda quieto de golpe cuando lo atrapa mirándolo.

—Buenos días, Ari —lo saluda—. ¿Cómo amaneció el hombre más guapo del mundo?

—Buenos días, señor Cuauhtémoc —responde Ari, incorporándose en la cama—. No cuento con ese dato, déjeme le averiguo —se aclara la garganta y le sonríe coqueto—. ¿Cómo amaneciste, tahi?

Temo suelta una carcajada y se sube de nuevo en la cama para acercarse a besar a Aristóteles. Toma su rostro entre sus manos y lo mira a los ojos.

—¿Cómo le haces para verte tan guapo en las mañanas? —pregunta.

—Eso deberías contestarlo tú, tahi —replica Ari. Lo toma por la cintura y lo hace sentarse sobre sus piernas—. Te estaba viendo dar vueltas y, dios mío, estás cada día más guapo. —Temo se ríe con nerviosismo y esconde su rostro en el cuello de Ari—. Y te ves muy sexi con mi ropa —añade, ganándose mas risitas por parte de su novio.

—Hace mucho que no te veo a ti con mi ropa —dice Temo luego de un momento—. Ahora solo vive en mi memoria —se queja.

Ari suelta una risotada y una idea acude a su mente. —¿Y si hoy uso ropa tuya? —propone—. Y tú puedes usar ropa mía, aprovechando que hoy no trabajas y que solo tenemos que salir para hacer otras cosas.

—¿Hablas en serio? —Temo se aferra a sus hombros y se separa un poco de Ari para escrutar su expresión. Él lo mira sonriendo y asiente un par de veces.

—Claro que sí, Cuauhtémoc —asevera él—. Eres el dueño de mi corazón y de mi vida entera, todo lo mío es tuyo. Todo —enfatiza, robándole una enorme sonrisa a su prometido—. Y hoy quiero que uses mi ropa.

—Me agrada la idea —acepta—. Te amo —le da un rápido beso en los labios. Se levanta de la cama y tira de la mano de Aristóteles—. Vamos a bañarnos, tenemos muchas cosas que hacer hoy.

El rizado se pone de pie y se encaminan juntos hacia el baño. Se dan una ducha rápida, sin entretenerse con otras cuestiones, y de ahí se van directo a cambiarse.

—Esta playera me gusta mucho —dice Temo, rebuscando entre la ropa de Ari y sacando una camiseta gris con flores estampadas—. Y esta chamarra, porque sigue medio fresco.

—Yo me voy a poner esta camisa —muestra una prenda a rayas blancas y grises—, y no me voy a llevar suéter, si me da frio te abrazo.

Temo se ríe y ambos jóvenes comienzan a vestirse.

—Listo, vamos a desayunar y nos vamos —decreta Temo cuando termina de alistarse.

Ari lo repasa con la mirada y niega un par de veces. —No, no, no, te falta algo —busca en sus cajones y saca un paliacate que combina con la playera y la chamarra que su novio lleva puestas—. Falta lo principal, mi vida.

Él mismo anuda el paliacate al cuello de Temo, y al terminar tira del nudo para acercar hacia sí el rostro de su amado. Une sus labios en un dulce e intenso beso, al que Cuauhtémoc corresponde con gusto.

—Me encantas —susurra, su cálido aliento haciéndole cosquillas a los labios de Ari—. Y adoro como te ves con camisa, ¿no quieres usar mi ropa más seguido?

—Solo si me prometes quitármela después —replica Aristóteles.

—Siempre que quieras —asegura Temo. Lo besa de nueva cuenta, aunque no prolonga tanto el beso esta vez—. Pero ahora ya vamos a desayunar, tengo hambre. —Ari lo mira levantando una ceja—. Hambre de comida, menso.

El rizado se ríe y lo toma de la mano para guiarlo fuera de la recámara, listos para iniciar su día. 

OS Aristemo ─ AEFFDonde viven las historias. Descúbrelo ahora