❛capítulo vi❜

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Setsuka se sentía en el borde del mundo, con nada más que el cielo teñido de azul claro abarcando su campo visual, sus esponjadas nubes blancas decorando en lo que parecían sacadas de una pintura vieja de algún pintor que en su momento no recibió la atención requerida, pero que tras su muerte se volvió una obra de arte. Pensó, por alguna razón, en si así se vería el techo del Vaticano en Roma, y se preguntó dónde estarían los ángeles que se aparecían, y porque ella era incapaz de ver a alguno.

Inhaló hondo, dejando caer los párpados sobre sus ojos heterocromáticos y extendiendo los brazos a sus costados, disfrutando la plenitud y el viento alborotando sus ropas, acariciando sus mejillas y azotando el largo cabello rojo a sus espaldas, agitándolos como si sus hebras fuesen de gravedad cero. Era un sentimiento agradable, que traía serenidad a la intranquilidad de sus pensamientos y al barullo de la civilización que escuchaba a metros por debajo de donde sus pies reposaban.

Permitió que su equilibrio se estropeara y su cuerpo se tambaleara, trayendo ese frenesí de pánico mezclado con adrenalina, sucumbida por el miedo y la excitación a lo desconocido y a las miles de posibilidades que un simple movimiento en la posición adecuadamente errónea podía causar. Sus extremidades se extendieron, y usando cada uno de sus miembros se mantuvo bailando paso a paso a la variable de un desliz que significaría una dolorosa y precoz muerte. Una sonrisa suave surcó sus labios y sus ojos se entreabieron, y con gráciles giros sobre la punta de sus pies, dio un salto alto hacia los cielos, dejándose llevar por la ventisca que la elevó.

Contrario a la creencia popular, Setsuka era de esas extrañas personas que no rehuía ni temía de la muerte y de lo que el estado conllevaba, pero eso no significaba que la buscara indescriminadamente, o llegara al punto de llamarla a la fuerza. No, a Setsuka le agradaba vivir, quizás disfrutar de las pequeñas cosas que su ajetreada vida podía ofrecerle y las pocas personas con las que compartía cálidas reuniones, pero a veces se preguntaba ¿qué sería de esas personas si un día simplemente desapareciera? Era una pregunta válida entre muchas otras.

¿Se derramarían lágrimas por ella?, ¿su padre volvería a casa para la ceremonia de su muerte o lo haría Fuyumi en su lugar, por que él llegó tarde?, ¿sepultarían sus restos en la cripta familiar Higuchi?, ¿qué diría su madre a la noticia cuando despierte, si es que lo hace?

Hizo una pausa, contemplando su mera existencia con los ojos opacos y tetricamente vacíos.

¿Dolerá cuando suceda, o será como quedarse dormido? Setsuka suponía que eso iba en la forma que ocurra, porque vaya que hay maneras creativas de morir, y por la profesión que ha elegido a tan corta edad, la lista no hacía más que incrementar. ¿Llegara el punto donde estará expuesta a la tortura? Tarareó al pensamiento, dejando caer su cabeza hacia atrás con una exhalación, exponiendo cada centímetro de su pálido cuello en una posición que gritaba vulnerabilidad si un ataque era programado, pero nada sucedió por supuesto.

Setsuka suspiro, tratando de no hacer una mueca a los rayos solares del día pegándole en el rostro con un calor extraño considerando la época del año. Odiaba el clima cotidiano de la ciudad, y no hallaba la hora de que volvieran los días de hielo y nieve a finales de año; adoraba el frío y lo que este conllevaba. El aroma a naranjas maduras reposando sobre la mesa del kotatsu encendido, bebiendo té humeante en su calor y enroscando los dedos alrededor de la loza, con la noche apareciendo más rápido en el horizonte y el gentío disminuyendo a la batalla que significaba andar en la calle por la temporada. Su mente se nubló a las imágenes surcando su visión, centrándose en los buenos momentos y omitiendo aquellas que buscaban amargar los claros recuerdos: sí, no hay nada mejor que cegarse en dichosa ignorancia de vez en cuando.

Sus brazos se estiraron hacia el firmamento y un hueso en su hombro tronó contra sus oídos. La sudadera a los muslos que traía puesta se subió unos centímetros y los bordes se agitaron contra la piel, abarcando una amplia circunferencia alrededor de sus piernas.

暁 ; bnhaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora