3.2

23 1 0
                                    


—Unas ganas inmensas de ir al baño, golpes y cosas que se caían y rompían me despertaron, salí de mi cuarto y bajé de prisa las gradas, en la casa ya había poca gente quienes estaban en un círculo animando una pelea, al abrirme paso entre ellos vi a Sebastian y al hermano de Danna matándose a golpes, corrección Sebastian matando a golpes Dano.

Me metí entre ellos sin siquiera pensarlo, gran error, recibí un golpe fuerte en el labio por parte del hermano de Danna, saqué algo bueno de eso, los dos se concentraron más en mí que en su pelea.

—Lo siento Turquesa, no fue mi intención, yo no...

—Cállate y lárgate ¿o te acabo de partir la cara? ¡lárguense todos! —dice Sebastian.

El ya reducido número de gente disminuyo aún más, aunque no del todo.

—Créeme cabrón, esto no se queda así —dice Dano.

—Ya sabes donde vivo, ven cuando tengas las bolas marica—le responde Sebastian.

—A quien...

—Ya basta ustedes dos —los interrumpo —y tu Dano ya vete.

—¿Dano? —dice cambiando su golpeado semblante serio a uno más relejado.

—Es que no me acuerdo tu nombre y tu hermana se llama Danna.

—Ya todos ustedes ¡fuera de aquí! —dice Sebastian.

El resto de gente que faltaba se va. Nos aseguramos de que no haya nadie en la casas y cerramos la puerta, nos quedamos en silencio viendo el desorden.

—Esto está horrible —digo.

—Si, lo siento.

—No fue tu culpa.

—Hablo del golpe.

—Lo sé.

—No debiste meterte mujer.

—Tranquilo... no es nada.

—Estas sangrado.

—Mejor pongámonos a arreglar esto.

—¿Me vas a ayudar?

—Nuestros papas no solo te van a hablar a ti.

No tardamos mucho en arreglar ya que habíamos guardado los muebles en un cuarto bodega, solo tuvimos que recoger la basura, barrer, trapear y sacar los muebles, me senté en uno de los sillones a verlo como acababa de arreglar unas cuantas cosas.

—¿Te gusta lo que ves?

—¿Y tú camisa?

—No me la puso después de que saltamos a la piscina.

—Ahh.

—Hablando de piscina, recuerdo que me dijiste impotente y otras cosas.

—Te lo merecías.

—Tal vez sí insultos, pero no exactamente esas palabras, porque de impotente no tengo nada, te lo demuestro.

—No lo necesito.

—No era una pregunta.

—No quiero.

—Sí, si quieres —antes de que me alcance salto por atrás del sofá para cubrirme con él —¿Por qué huyes? —pregunta divertido.

—No estoy huyendo.

—¿Y qué estás haciendo?

—Protegiéndome.

SEBASTIANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora