4.1

13 1 0
                                    



Luego de comprar la crema estábamos camino a mi casa en un lindo Mustang de color negro (en el asiento de copiloto, al principio estaba bastante nerviosa, pero al fingir que estaba bien de apoco se me paso ¿Por qué me siento así de cómoda con él?).

—Puedes dejarme aquí —le hice parar a unas cuantas cuadras de mi casa.

—¿Aquí vives?

—No.

—Te llevo a tu casa.

—Ya hiciste mucho por mí.

—¿Segura?

—Sí, gracias.

—¿Me das tu número?

—Mejor búscame en Facebook... Nos vemos.}

—Pero...

—Adiós —me bajo de su auto le hago una señal con la mano para que se vaya y espero a que desaparezca de mi campo de visión.

Al llegar a casa, intento hacer él menor ruido posible pero no, gracias a que estoy a oscuras decido chocarme con todo lo que hace ruido. Subo a mi cuarto, enciendo la luz y se me escapa un pequeño grito al ver a Sebastian sentado en mi cama. ¿Qué mierda me pasa? ¿Acaso le tengo miedo? Con la cara con la que me ve quien no.

—¿En dónde estabas Turquesa? —su voz tiene un tono frio, bajo pero firme.

—¿Por ahí? —mi voz tiembla y esa fue una pregunta no una afirmación.

—¿En dónde estabas? —su tono de voz cambio y no es bueno, está furioso.

—¿Fui a conocer la Ciudad? — se me hace un nudo en la garganta al intentar tragar saliva ¿Por qué estoy tan asustada?

—Son las siete y media de la noche Turquesa.

—¿Y eso qué? —¿Qué diablos me pasa? ¿Dónde está mi carácter fuerte cuando más lo necesito?

—¿En dónde estabas?

—Haciendo algo.

—No me hagas repetírtelo otra vez Turquesa.

—A ti que te importa, no tienes derecho de sentirte con algún tipo de autoridad sobre mí, es mi vida y hago lo que se me antoje y voy a donde se me dé la gana —se levanta de la cama y camina con paso decidido hacia mí, intente alejarme pero me toma del antebrazo justo donde me hice él tatuaje.

—Mierda suéltame Idiota.

—¿En dónde estabas?

—¡Ya basta, suéltame me duele!

—¿Desde cuando eres tan sensible?

—¡Suéltame!

—¡No grites! —me da una bofetada fuerte dejando mi cara con una sensación de picor y ardor, no te rías, no te rías me repito , nunca voy a entender por qué las cosas que me duelen físicamente me dan chiste —¿En dónde estabas? — aprieta más su agarre en mi antebrazo y ese dolor no me da nada de chiste.

—¡Suéltame maldito idiota! —me empuja haciéndome caer y se sienta a horcajadas sobre mí, toma mis muñecas con una de sus manos las pone sobre mi cabeza y con la otra mano me toma de la barbilla.

—Déjame ponerte las cosas en claro estupidita, la próxima vez que desaparezcas por horas, llegues de noche a la casa o te vea bajándote del auto de algún chico que no sea yo, te juro que te mato.

—¿Matarme? estás loco ¿Quién te dijo que podías darme ordenes? ¡Tú no eres nada para mí!

—¿No soy nada para ti? —se ríe —Ya verás lo que soy para ti.

SEBASTIANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora