Capítulo 8

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Les dejo el cap de hoy. Y como siempre, comenten, voten si les gusta y regresen por más. Y si no pueden esperar, el siguiente capítulo en breve en mi blog.

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Gabi

Como buena organizadora no pude sentarme con el resto. Debía estar supervisando todo desde un punto distante, donde pudiese controlar el conjunto, cómo se iban fundiendo las piezas para crear ese momento perfecto.

Desde mi puesto pude escuchar y ver todo; los votos del novio y de la novia, como Drake traducía a los padres de él, como la tía Cari lloraba por su pequeña... No sé decir si era de alegría por ver que había encontrado a alguien que la hacía feliz, o triste porque no se daba cuenta de en donde se estaba metiendo.

¿Qué cómo puedo decir eso? Simple, su ex estaba a dos sillas de distancia. Él tenía que estar allí, la que se casaba también era su hija. Aunque a Cari no le hacía ninguna gracia el verle, o ya puestos, compartir con él algo bueno. Como dijo cuando le vio entrar en el recito "al menos ha tenido la delicadeza de no traer a su nueva novia". En eso coincidía con ella, esta fiesta era de la familia de Gloria, y esa mujer no lo era. Ser la novia de su padre la vinculaba a él, no a ella ni a nadie más. Si se volvía loco y volvía a casarse, entonces sí que Gloria estaría en su derecho, u obligación depende cómo se mire, de acudir a esa boda. La que no pintaba nada era su ex mujer.

A ver, si te presentas en la boda de tu hija con la mujer que ha ocupado el lugar de tu esposa, es una señal clara de que a lo que vienes no es a celebrar su felicidad, sino a provocar a tu ex, con lo que pasa a ser el día más feliz de tu hija, al peor recuerdo que puedes darle. Y sé de lo que habla, he pasado por muchos de esos en este trabajo. Ese tipo de persona solo piensa en sí misma, en quedar por encima en la batalla del divorcio, no en que está haciendo daño a su hija.

Desde dónde estaba pude ver toda la estampa como si se tratase de una película, como si no yo participase de todo ello. Quizás por eso me puse a divagar sobre el hecho de que nunca imaginé ver a Gloria allí, quiero decir casada. No es porque fuese una mujer con esa inclinación liberal, sino a que... ¡Porras!, habíamos crecido juntas, me costaba asumir que había crecido de esa manera. ¡Mierda!, hablo como si fuese mi hija en vez de una prima.

—Puedes besar a la novia. —La gente empezó a aplaudir como loca, profiriendo gritos de ¡vivan los novios!, silbidos y esas cosas.

Darío fue el primero en salir disparado hacia la barra del bar. Tuve que poner los ojos en blanco, este enano pensando en lo de siempre. Solo esperaba que no apareciese nadie de una inspección para comprobar que todo estaba correcto, como el hecho de que los menores no tenían acceso al alcohol. Si me pillaban en una infracción como esa podía perder mi licencia. Ya, podía decir que era una celebración familiar, pero dependiendo de con quién topara, podía agarrarse a que estaba en mi lugar de trabajo. En fin, mejor no pensar en ello.

Activé la música de llamada hacia la zona del bufé. Esto me lo instaló mi padre. Con un simple mando a distancia como el de los coches, podía controlar el encendido y apagado de la música, las luces... y todo ello sin que nadie se diese cuenta. La verdad, es que así parecía que la fiesta estaba controlada a por mucha más gente que solo yo. ¿Que qué es la música de llamada? Pues la que suena en una zona determinada para atraer a los participantes hacia ella, en este caso, la zona de la comida.

Contraté un par de camareros para que sirvieran los platos a los comensales a medida que se iban acercando a la mesa del bufé, luego cada invitado se lo llevaría a la mesa que hubiese escogido para comer. A lo largo de la tarde, uno de los camareros abandonaría ese puesto para ir retirando la vajilla usada. Y después de cortar la tarta, recogerían todo, lo llevarían a la cocina, lo meterían en los cestos para lavar el menaje y después se irían. Mejor no tenerlos cerca de la zona del bar, porque entonces sí que habría menores constantemente pidiendo una consumición alcohólica. No quería jugármela. Darío estaba lejos de los 21, y Viktoria y Liam tampoco habían alcanzado esa edad.

En una fiesta familiar nadie les va a decir nada por tomarse una cerveza o "bautizar" su cola con algo de ron, pero en una boda... Se supone que es un evento que se desarrolla en un lugar apto para ello, no en el patio trasero de una casa familiar.

—Mmmm, echaba de menos este pollo. —Y como no, ahí estaba la rusa embarazada dando la nota. Drake le rio aquel comentario, mientras ella acercaba el plano a su nariz para deleitarse con el aroma del pollo ranchero de la abuela Carmen. Ojalá le tocara un trozo picante que le dejara el agujero del trasero al rojo cuando saliera. Mejor una buena diarrea que la dejara pegada al retrete toda la noche. Así al menos se despegaría de Drake.

¿Pero qué estoy diciendo? Si ella enfermase o se pusiera indispuesta, ese idiota se pegaría a ella como una lapa al casco de un barco. Mejor que se quedara dormida en alguna de las sillas y por la mañana despertase con una buena tortícolis. Pero no iba a tener esa suerte ¿verdad?

La ceremonia fue bien, la comida también, el brindis, la tarta, y después la música y el alcohol. Cuando todo quedó recogido en la cocina, cuando los invitados se desmelenaron y empezaron a bailar descalzos sobre el césped, llegó el momento de mandar a casa a todos los empleados que había contratado. No solo porque no quería que vieran a la familia de su jefa corretear y brincar como auténticas cabras montesas, sino porque si tenían que quedarse hasta que la fiesta terminase, sus honorarios serían astronómicos. Las fiestas Castillos, ahora que no había niños de quienes preocuparse, no tenían toque de queda. No sería la primera vez que alguno de nosotros salía en busca de bollos calientes para acompañar el chocolate caliente que alguien se ponía a hacer en la cocina. Y después de ese desayuno, sí que cada uno se iba a su casa a dormirla. Las fiestas Castillo son sinónimo de eternas.

Cuando cerré las puertas del office, regresé al centro de la fiesta. Tenía en mente llegar hasta la barra del bar, servirme una buena copa, y recuperar las que todos ellos me llevaban de ventaja. Creo que lo hice demasiado rápido, porque sin darme cuenta ya había pasado a más de uno.

Y llegamos al momento del prólogo, sugiero volver a leerlo.

—Gabi. —Puede que si estuviese menos borracha lo hubiese pensado mejor antes de haber metido al pobre Carlo en todo esto, pero el destino fue el que se encargó de hacerlo por mí.

Cuando lo arrastré a un lugar más privado él no se resistió, pero sí que se detuvo un par de segundos para observar mis ojos antes de permitir que le sacara la camisa del pantalón. Había en su mirada una pequeña vacilación, como si no estuviera convencido de dar el paso que estábamos a punto de dar. Él había bebido bastante, podía verlo en sus ojos nublados, pero parecía que estaba consultando con una parte de sí mismo que aún era consciente de las consecuencias de lo que le estaba pidiendo que hiciera. Cuando su boca se lanzó de nuevo sobre la mía, cuando sus manos me alzaron para depositar mi trasero sobre una de las mesas a mi espalda, supe que había decidido rendirse.

Probablemente al día siguiente me odiaría a mí misma por ello, él me odiaría mucho más. Pero ese no era momento para echarse atrás, para pensar en el error que estábamos cometiendo, ni en lo difícil que sería para los dos vivir con él. Los borrachos no tienen remordimientos, y mucho menos si tienen el corazón roto como el mío.

Gabi - Legacy 8Donde viven las historias. Descúbrelo ahora