D I E C I O C H O

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Jimin esperó por una respuesta, pero al no recibir una, subió las escaleras sin más.

Lo encontró recostado de lado en la cama, sobre las mantas. Él mordía la uña de su dedo pulgar, y otra vez tenía la mirada perdida en un punto fijo de la pared, como si su visión la atravesara y pudiera ver el bosque del otro lado.

—Yoongi... —lo llamó, pero él no quitó la vista de la madera. Entonces, se aproximó, suspiró y se recostó detrás suyo, sin saber muy bien qué decir. En realidad, parecía no haber palabras para expresar lo que sentía en ese momento. Por lo que decidió abrazarlo, pegándose a su cuerpo y apoyando su mejilla en su espalda.

—Lo siento por apuntarte con la escopeta —susurró. Aún tenía esa fea imagen en su cabeza, y haber hecho eso lo ponía triste; le había dejado una horrible sensación en el pecho.

Luego de algunos segundos, Yoongi tomó la mano que él tenía sobre su cintura, y volteó sobre la cama para mirarlo. 

No hizo falta hablar. Bastó simplemente con esa mirada silenciosa.

Se acercó a él con lentitud, notando cómo Jimin cerraba los ojos a medida que los centímetros se acortaban entre ellos. Besó con delicadeza su mejilla, su mandíbula, y su comisura, y allí se detuvo a sentir su respiración chocar contra su boca.

Y esperó...

Jimin se movió repentinamente y lo besó. Lo besó con ganas. Soltó su mano para llevarla a su mandíbula, y se giró para tomar el control del beso, subiendo la mitad de su cuerpo sobre el suyo, y entonces Yoongi lo abrazó con fuerza.

El único sonido además de el de la lluvia golpeando contra el techo, era el de sus besos desesperados.

Pasaron los minutos, hasta que Jimin tuvo coraje para separarse de él.

—Quiero decirte algo —susurró mirando su boca; le dolió deshacer ese beso.

—¿Que cosa? —Yoongi lo observó con detenimiento sobre él, y corrió con cuidado el cabello de su cara.

—Si no sobrevivo para decírtelo luego... —tomó aire mirando sus hermosos ojos negros—, yo... te perdono —exhaló el aire lentamente—, y te quiero.

Yoongi sonrió ampliamente. Lo tomó en sus brazos y lo dió vuelta en el colchón, quedando sobre él.

—Me alegra que lo digas... —entrelazó sus manos a los lados de su cabeza y volvió a sonreír mirándolo a detalle debajo suyo: sus labios gruesos, su nariz perfecta y sus hermosos ojos, con esa mirada de chico bueno, lleno de inocencia; esa clase de mirada que no estaba acostumbrado a ver muy seguido donde vivía—. También te quiero, Jimin —le robó un beso, y volvió a mirar la hermosa sonrisa que se había marcado en sus labios.

—Hay algo que quiero hacer... —agregó Jimin.

—¿Que cosa? —mojó sus labios lentamente.

Jimin lo miró e intentó ocultar su sonrisa.

—Una escoba.

Yoongi frunció el ceño, y Jimin rió al ver la decepción en su rostro.

—Bueno, por la noche quizás quiera hacer otra cosa... —agregó, y mordió su labio—, pero ahora quiero hacer una escoba.

Yoongi rió; Jimin siempre tenía raras y graciosas ocurrencias. Se levantó de la cama y le extendió una mano para levantarlo.

—Vamos, antes de que sea demasiado tarde... —miró su propia entrepierna de reojo, y Jimin rió viendo su expresión de estar aguantándose las ganas.

Tomó su mano para levantarse, y Yoongi lo miró a su lado con las manos en su cintura y las cejas fruncidas.

—Y ¿cómo pretendes hacer una escoba? —preguntó cayendo realmente en cuenta de lo que él quería hacer.

—Ya sabes, como las brujas...

Yoongi rió con la mano en su estómago; estar perdidos se hacía leve con sus tiernas ideas.

—Te ayudo... —ofreció, bajando detrás de él por las escaleras.

Pasaron la tarde entera recogiendo ramas finas bajo la lluvia. También encontraron un palo más grande donde atar los más pequeños. Cortaron el borde de una de las mantas y usaron la tela para atar las ramas finas al palo, y lo ajustaron bien.

Al entrar, dejaron sus zapatillas mojadas junto a la chimenea y mientras éstas se secaban, Jimin ordenó todo, apropiándose de a poco del lugar, y haciéndose a la idea de que ahora, de alguna manera, ese era su nuevo hogar.

Mientras barría acomodaba las cosas: los bancos de madera uno junto al otro frente a la chimenea; lavó los platos y cuencos de cerámica y los apiló uno sobre el otro; quitó las telarañas con su nueva escoba, e hizo la cama que era de Brad, intentando no pensar en él demasiado.

Recordó que cuando Yoongi se estiró bajo la cama para tomar a Parkmin, se quejó de la tierra que allí había, por lo que decidió correr la cama para limpiar.

—Parkmin, quédate sobre la cama, voy a correrla, ¿entendido? —dijo, moviendo la cama de un tirón y haciendo al gato saltar asustado de ésta —, te dije que... —bufó—, como sea...

—Es un gato, Jimin —rió Yoongi, quién se sentaba a la mesa viéndolo barrer mientras comía un pedazo de pollo con las manos. Parkmin se subió a la mesa y comenzó a maullar desesperadamente pidiendo comida. Yoongi le dio algo de pollo y lo acarició.

—No es solo un gato, es de la familia ahora —lo miró mal apoyando una mano sobre su cintura, pero le dió ternura forma en que lo acariciaba—, además pensé que íbamos a racionar la comida...

—Lo sé, es que el pollo se pondrá feo si no lo comemos.

—Ah, claro, por eso te lo estás comiendo todo...

Yoongi rió.

—Para tu información, estoy comiendo los cartílagos y la piel para dejarte la carne —levantó las cejas.

Jimin sonrió ruborizado. En cualquier situación normal, eso sonaría asqueroso, pero en las circunstancias en las que estaban, era realmente romántico.

—Ven a comer, estás muy flaco —agregó, palmeando sus piernas para que se sentara sobre él.

—Cuando termine de limpiar —contestó.

Yoongi sonrió al verlo entusiasmado con la limpieza. Al menos eso lo tendría entretenido.

Jimin terminó de correr la cama y se quedó estático mirando el suelo debajo de ésta.

—¿Que sucede? ¿Otra rata? —preguntó Yoongi al notarlo.

—Mira esto...

—¿Que es?

—Ven...

Yoongi se levantó con las manos engrasadas y se estiró para mirar. Además de la montaña de tierra, debajo de todo ese polvo había un artefacto que parecía ser una radio antigua.

PERDIDAMENTE © (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora