¡Especial 2!: (Satanick x Ivlis) Hilos rojos entre espinas.

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Aquellas manos tan cuidadas, suaves como seda recién creada, pasaban por la dulce pero delgada figura del jovencito de ojos ámbar. Su cabello ceniza mezclado con un fuego viviente se aferraba a la piel de su cuello gracias a las gotas de sudor que el escenario había causado. Otra vez esa impulsividad había provocado que Ivlis temblase como una hoja entre los brazos de Satanick, uno de los estudiantes más populares del lugar. 

Una hora antes, el menor de los hermanos se encontraba rodeado de féminas en un intento de conquistar aquel frío corazón, ya fuese con chocolates caseros o incluso con joyas en manos de las que se lo podían permitir. Todo regalo fue rechazado con una alegría impoluta por parte del de ojos morados. Se hizo paso entre las jovencitas, puesto que tenía asuntos pendientes según él. Mientras caminaba, solo escuchaba lamentos a sus espaldas. No podía negarlo, le encantaba sentir ese tedioso placer de romper corazones, aprisionarlos entre cadenas y apretarlas hasta hacerlos sangrar. No paraba de fantasear con bañarse en la sangre de inocentes puros en el amor, sintiendo cómo cada poro de su piel se erizaba al pensar en el sufrimiento ajeno. Y es que tampoco le importaba el género de la persona, cualquier agonía valía tanto como otra. Pero todo héroe tiene un punto débil, y el de Satanick era una persona. Por algún motivo, el chico delgado, callado, tímido, sensible y que no le importaba socializar... Ese, ese era su tipo. Era el que más disfrutaba destrozar, pero algo salió mal en sus cálculos de seducción y fue él quien acabó seducido por la inocencia de Ivlis, quedando una lujuriosa rosa morada atrapada en una telaraña roja, cándida y casta. 
Y justamente ese hombre eran sus "asuntos pendientes". Ivlis observaba la escena desde la salida al patio exterior, Satanick caminando hacia ese lugar hasta que hizo contacto visual con él. En ese momento, el de ojos ámbar tragó saliva y salió casi corriendo hacia un pequeño espacio tranquilo donde ambos solían comer juntos. Esperó sentado en uno de los bancos limpios y adornados de aquel hermoso jardín dentro de la academia, Satanick caminando hacia el lugar mientras se ajustaba los guantes y expresaba una leve sonrisa traviesa. Adoraba cuando su pequeña presa intentaba esconder sus acciones de aquella forma, como si él no le hubiese visto actuar. Le parecía tan... Adorable. En cuanto se sentó al lado del jovencito de cabellos fogosos, soltó un leve suspiro de calma. El contrario iba a hablar puesto que abrió la boca, pero Satanick le cortó hablando él primero.

- ¿Estás celoso, cucarachita? Notaba tus ojos sobre mí todo el tiempo. ¿Te molesta la presencia de las chicas? 

No tardó en clavar su astuta mirada en el incrédulo rostro del otro joven quien no tardó en avergonzarse, notándose esto último por el rubor de sus mejillas. Ivlis bajó la mirada sin saber exactamente qué decir, puesto que era cierto. En parte sí que le molestaba, y existía una razón para ello. 

- E... Es que a veces no sé si realmente somos una pareja. Nunca has dicho nada, lo nuestro está en... Una especie de limbo. Y me hace du- 

Pero antes de que acabara, la mano del de ojos amatista había atrapado el mentón del jovencito, deteniendo su habla. Fue forzado a mirar a quien decía ser su pareja, éste mostrando la mayor seriedad posible con el tema. 

- No te equivoques, Ivlis...  Tú eres mi querido novio. Te amo a ti y solamente a ti. ¿De acuerdo? Ninguna de ellas es capaz de compararse a ti. Eres especial. 

Ese último adjetivo hizo que los ojos del inocente diablo brillasen de un color esperanzador. Ivlis nunca había sentido algo parecido al supuesto amor que sentía actualmente, puesto que tampoco había experimentado el cariño de alguien cercano. Así fue como, a pesar de que Satanick le molestase, acosase o incluso jodiese de alguna forma, el de cabellos fogosos se dejó caer entre sus brazos cuando escuchó la confesión. Así fue como Ivlis poco a poco fue alimentando su propio síndrome de Estocolmo, tomando aquel maltrato como muestras de amor hasta que Satanick quiso hacer de él su pareja, consiguiéndolo con su labia y egoísmo, y aún así cayendo también en las redes de su ilusión amorosa. Ambos vivían su propio delirio, y eso les unía cada vez más, sin saber exactamente si para bien o para mal. Ambos veían reflejado en el otro sus propios deseos, lo que querían. Mientras que Satanick deseaba un alguien al que querer y poseer, Ivlis deseaba un alguien que le amase y mostrase cariño. Se completaban entre sí, con una pequeña posibilidad de que aquellas ilusiones de volviesen realidades, un espejo sin polvo ni grietas. 
El silencio se hizo por unos segundos más, la rosa morada acercándose más a su pequeño placer en forma corpórea. 

- ¿Y bien? Contéstame, ¿estás celoso? 

Aquel delgado joven no quería contestar ante lo avergonzado que estaba, pero finalmente asintió con la cabeza, desviando la mirada. Oh, por fin un escalofrío recorrió el cuerpo de aquel Diablo sádico. Amaba el comportamiento pasivo de su adorada pareja. Empezaría a babear allí mismo si no quisiera mantener sus estándares, así que tuvo que controlarse. Lo que no pudo controlar fue aquel calor en su interior que lo incitaba a besar aquellos labios rosados, finos, suaves y perfectos que se encontraban a su merced. Por lo que se levantó, ofreciéndole una mano enguantada a su pareja. Le ofreció dar un paseo por los alrededores. 

Pero el paseo no concluyó en solo eso, sino en ambos escondidos entre los matorrales del jardín trasero de la academia, para nada cuidado y  desatendido. Era un jardín abandonado y con un difícil acceso, por lo tanto prohibido para el alumnado pero deseable para aquellos con deseos impuros. Satanick no tardó en quitarse los guantes cuando sus manos no podían sentir al completo el calor y la suavidad de la piel del más bajo, quien dejaba expresar su nerviosismo y leve excitación a través de su respiración agitada. Al contrario que su hermano, él sí que sabía cómo tratar a sus intereses amorosos, más bien al único que deseaba en aquel momento, y que desearía hasta el final de sus días. Para él, aunque Ivlis comenzó siendo objeto de burla, comenzaba a transformarse en un amor profundo. Era completamente su tipo, pero no quería destrozar su corazón. Es más, quería atesorarlo, y de ello se dio cuenta cuando, incluso antes de dormir, pensaba en esa dulce sonrisa o en aquella brillante mirada. Oh, sí. Satanick estaba completamente enamorado. Y su amor no era sano tampoco. Ambos hermanos compartían el carácter sádico, manteniéndose daba igual cual fuera la situación. Ivlis no salía de su cabeza, y tampoco le molestaba porque al fin y al cabo lo poseía, era suyo... Y viceversa. Daría todo lo que fuese por aquel pálido y triste diablo entre sus brazos, por escuchar su voz todos los días. Pero ahora no era momento de ponerse meloso, sino de actuar. Aquel cuerpo tan erótico a sus ojos pedía de él, pedía que lo dominase al completo. Y Satanick no iba a negarse, acariciando de manera cariñosa una de las mejillas del otro. Así, ambos disfrutaron de un momento placentero donde se palpaba la tensión de ser atrapados en el acto, aunque aquello no los detuvo. Acciones impulsivas que incrementaban el deseo del uno por el otro, ciegos ante los sentimientos que comenzaban a florecer. Los hilos de la telaraña comenzaban a despedazarse, cayendo con absoluta sutileza sobre los pétalos de la rosa. En cambio, la rosa no dañaba ésta, aunque cayese cual cascada desde sus pétalos. 


Convéncete, luego convénceme.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora