Capítulo Siete: Un beso carmesí.

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La huida del rubio solo incrementaba las sospechas que tenía Fumus en cuanto a la extraña relación entre su querido ángel y Anten. Los afilados ojos de este último no le inspiraban confianza, algo tramaba y lo sabía porque ambos compartían la misma mirada, puesta sobre unas suaves y blanquecinas alas. Pero las mencionadas habían perdido una gran cantidad de plumas a lo largo del tiempo, obligadas a intentar volar todos los días y maltratadas por garras ajenas envueltas en un aura de codicia. No obstante, en cuanto el pájaro abandonó el nido, Fumus tan solo sacó de su bolsillo derecho su cajetilla de cigarros y agarró uno de estos, cercándose a los armarios de atrás donde se encontraban sus cosas. Con su mano libre intercambió la caja por el mechero, apoyando con su derecha el cigarro sobre su labio inferior, y lo encendió. Las malas sensaciones comenzaban a salir a flote, observando a través de la ventana los exteriores de aquella universidad, vacíos. Disfrutaba de la soledad, pero eso era antes de poner los ojos sobre su víctima. Ahora deseaba poder compartirla con él. Y con esos pensamientos, suspiró. Cuando terminó de fumar dejó caer la colilla al exterior, dándose media vuelta y mirar de reojo aquel mantel tan solitario y triste que algo mantenía escondido, sufriéndolo en silencio. Fumus caminó hacia él, agarrándolo con cierta delicadeza para después jalar y dejarlo caer del todo al suelo, desvelando lo que tanto quería ocultar de otros. Ahí, frente a él, se encontraba un anhelo transformado en una obra de arte: un caballete bastante usado por sus magulladuras y manchas de pintura que sostenía un lienzo sin un solo hueco en blanco. La hermosa obra seguía a la perfección la curvatura del cuerpo desnudo del rubio, quien sostenía una rosa negra. Las facciones del ángel también se seguían de manera fiel. Las plateadas alas protegían la cadera del chico de ojos viciosos, aunque no importaba demasiado porque aquel rostro tan triste se llevaba toda la atención. Era como verlo a él, era como tener a Taffy frente al Dios pidiendo clemencia. Fumus adoraba su obra de arte, pero le dolía verla. Las acciones que hizo para conseguir memorizar tal figura, tal expresión... Suspiró, incapaz de tomar un pincel y seguir. La obra no estaba acabada, pero se mantendría incompleta hasta conseguir lo que quería, poseerlo al completo. Cadenas serían el punto final de su obra.El pelinegro suspiró, acariciando con lentitud aquel rostro tan perfecto sobre el lienzo, una pintura a tamaño real tan maravillosa como un tesoro único. Se colocó de puntillas para acercarse un poco más, dejando escapar un suspiro contra aquellos labios tan rosados pero a su vez pálidos. Sin más preámbulos, los besó. Besó aquellos labios inertes mientras cerraba los ojos, disfrutando de aquel momento como si fuera el real, pero el frío tacto en sus manos al tocar el lienzo lo despertó de su sueño.

- Si tan solo fueras mío...

Susurró, mordiéndose el labio interior ante la rabia y volvió a esconder el lienzo con la sábana blanca, dándole la espalda una vez más. Agarró su maleta y salió del oscuro aula.

Cuando sonó la alarma de la libertad, Taffy recogió sus cosas y salió corriendo del aula, queriendo marcharse antes que nadie para no encontrarse al pelinegro. Agarraba su maleta con bastante fuerza ante los nervios, tembloroso. Apenas había gente en la salida, por lo que suspiró aliviado al no encontrarse con él... Hasta que algo jaló de su chaqueta, deteniéndolo en seco. Las pupilas del rubio se contrajeron, un gran nudo en su garganta apareciendo. No quería siquiera girarse, no quería mirarle. Tan solo quería volver a casa. Pero el agarre no era tan bajo como solía ser.
- ¿A dónde vas con tanta prisa? ¿Acaso trabajas después de clase? Tómate la vida con calma, Taffy. -Canturreó una voz conocida pero no tan grave, algo que relajó en parte al chico. Era Anten, soltándolo justo después de hablar. Se colocó a su lado, mirándolo con aquellos insaciables ojos rojos y una sonrisa de oreja a oreja. - Te acompañaré a casa, así te cuento qué tal mi primer día.

El rubio le miró, su posición corporal mostrando inseguridad y miedo. De todas formas no pudo negarse puesto que se sentía más protegido. Comenzó a caminar junto al contrario a su lado, Anten hablando de su día como si de un niño pequeño hablando con su madre después del colegio se tratase. Y, aunque el rubio no le estuviese escuchando, el otro no paraba de hablar. Tan pronto como el camino cesó, el rubio tomó la llave de su bolsillo para abrir la puerta. Una vez lo hizo, observó al ahora callado Anten.

- Gracias por acompañarme. Ya puedes volver a casa.

Susurró el rubio, empujando con suavidad la puerta. Aquel demonio tan solo mostró una leve sonrisa y se acercó más a él, acariciándole suavemente la cabeza con cariño, como si nada entre ambos pasara. Todo había sido olvidado, ¿no?

- Al menos invítame a un vaso de agua, estoy sediento y aún me falta camino.

Taffy se lo pensó por un par de segundos, pero no tardó en entrar mientras dejaba la puerta abierta, invitándole de esta forma a pasar al interior. Le ofrecería el vaso de agua, no veía el por qué no, tampoco sentía peligro... Pero pobre de él por dejarse cegar ante una amabilidad falsa. Anten le siguió, cerrando lentamente la puerta tras él. No tardó en sonreír de manera desagradable mientras caminaba tras el rubio de alas rotas, mostrando los colmillos. Todo iba acuerdo a su plan. Oh, cómo iba a saborear el dulce sabor de la venganza... Podía oler cómo el entorno se envolvía de un apetitoso olor, y por supuesto que no iba a desperdiciar la oportunidad. Nada del pasado había sido olvidado, Anten disfrutaría de terminar de romper a la agrietada figura que caminaba frente a él.

Convéncete, luego convénceme.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora