↳ Crónicas de un dios.

PRELUDE

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Su mirada no podía penetrar la densa neblina que abarcaba todo el Tártaro. En su corazón se alojó un agonizante deseo de huir, sin embargo, abandonar su puesto no era una opción, jamás lo sería. Ella era la guardiana de tan inmenso lugar, ella era quien cuidaba que todo siguiera en orden.

Se lo debía a Mina.

Susurros lejanos, gritos desgarradores, maldiciones al aire. Todo era una mezcla de confusos sonidos que hicieron a Lisa temblar. Fue cuando su instinto le dictó que se asegurara de que los titanes y dioses encerrados siguieran allí, en sus celdas, controlados.

Cerca a ella escuchó cadenas arrastrándose, sin embargo, esta vez no fue capaz de reaccionar a tiempo. Alguien la sorprendió por detrás y el fuerte metal rodeó su cuello, haciéndola caer. Pataleó cuanto pudo, luchó para librarse, pero no pudo. A falta de oxígeno iba perdiendo la consciencia y lo único que pudo escuchar fueron risas de aquellos que habían escapado de sus celdas. De almas torturadas durante tantos años.

Lisa abrió los ojos de repente, asustada, sus manos de forma automática las llevó hasta su cuello y se aseguró de que este no estuviese preso de gruesas cadenas. Cerró sus ojos por breves segundos, inhaló profundo y los volvió a abrir, era la última vez que se dormía en un lugar como ese. Hades ya le había advertido, estar allí -incluso si no estaba encarcelada- ya era un castigo tortuoso.

— Solo fue un sueño...

El miedo a que alguien la atacara por la espalda se volvió constante las próximas horas, de vez en cuando miraba por sobre su hombro para asegurarse de que nadie estuviese siguiéndola. El Tártaro daba lugar a ilusiones horrorosas y, aunque Lisa jamás se consideró una cobarde, esa noche su estómago se retorcía ante el nerviosismo.

Respiró hondo. Tal vez necesitaba tomarse un descanso y alejarse de esa fosa plagada de lamentos eternos.