IV. Miedo.

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Esa mañana una delgada silueta se encontraba parada frente a una placa dorada que, a pesar de tantos años, no se deterioraba.

Lisa se inclinó para retirar la nieve que se había acumulado por la noche y leyó el nombre grabado en la fina placa.

"Kim Jennie, amada hija y amiga."

Una sonrisa adornó el rostro de la rubia mientras dejaba una rosa sobre la tumba de la coreana; a pesar de que los años pasaban y el mundo avanzaba, cada vez que se encontraba en ese lugar y recordaba a esa singular muchacha el tiempo se detenía brindándole pequeños momentos de calidez interior.

A pesar de su indiscutible dedicación a su puesto como guardiana principal del Tártaro, ese día al ser el aniversario del fallecimiento de Jennie se tomó unas horas para ascender al mundo mortal y visitarla. Sabía que a Mina no le molestaba que dejara por un tiempo sus obligaciones porque, después de todo, ella y NaYeon también la visitaban constantemente, gracias a ellas es que esa tumba se mantenía en perfectas condiciones.

— Oh... mira... mira, hay alguien más.

Unos murmullos lejanos llamaron su atención, volviendo al mundo real y dejando de lado sus recuerdos alzó la mirada encontrándose con dos mujeres con los brazos entrelazados mientras se iban acercándose.

Lisa entornó los ojos y aunque quiso huir, decidió quedarse, quizá no iban a visitar a Jennie específicamente.

— ¿Hola? — Una de ellas habló cuando se detuvieron, su tono de voz era amable pero la desconfianza predominaba.— Ahm... ¿también vienes a visitarla? — Dijo señalando el lugar donde recientemente Lisa había dejado la rosa.

— Sí, pero yo... ah, yo ya me iba.

— ¿Eras su amiga? Te ves muy joven. — Esta vez la más alta tomó la palabra y deshaciéndose del agarre que mantenían se acercó a Lisa.

— Sí, se podría decir. Una vieja amiga.

— Nosotras también lo somos. —Habló con alegría la castaña. — Soy Park ChaeYoung, y ella Kim Jisoo. — Ambas se presentaron con una reverencia y Lisa, torpemente, imitó el gesto.

— ¿Kim? — Cuestionó la rubia. — ¿Eran... hermanas?

— Era como una hermana para mí, pero ningún lazo sanguíneo nos unía... — La melancolía fue notoria, Lisa apretó los labios. — Pero, ¿y tú? Perdón, no puedo recordarte.

— La conocí unos meses antes de que... — Sus palabras empezaban a enredarse, eran muy pocas las personas con las que interactuaba y hacerlo en un momento así le resultaba incómodo. — Antes de su fallecimiento.

A pesar de la poca capacidad que Lisa tenía para poder comunicarse de una forma adecuada, las dos mujeres frente a ella no perdieron la amabilidad de sus facciones; por el contrario, sonreían y se veían agradecidas con ella.

A la rubia no se le dificultó pasar los siguientes minutos acompañándolas, de alguna forma esas dos lograban recordarle a Jennie.



Las pisadas de Mina y Hades eran cautelosas y a pesar de ello hacían eco entre las grandes murallas del Tártaro. La diosa no mostraba expresión alguna y su mano cubierta de sangre  todavía temblaba mientras sujetaba fuertemente la empuñadura de su espada.

↳ Crónicas de un dios. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora