Perverso

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Sasuke Uchiha era un hombre normal.

Se levantaba todos los días a las 5:30 a.m. para trabajar, siguiendo una rutina bien practicada que consistía en un baño helado, cepillar sus dientes, vestirse, desayunar y partir, todo bien cronometrado para ser realizado en 45 minutos, ni uno más, ni uno menos.

Todas las mañanas, a las 6:15, su auto ya se encontraba en la carretera, hacia la ciudad donde, todas las mañanas, el transito asfixiante le provocaba un dolor de cabeza tan terrible que plasmaría un ceño fruncido que permanecería ahí hasta medio día. Al llegar al edificio donde trabajaba siempre estacionaba su auto en el parqueo 3B y apagaba el motor exactamente a las 7:05.

Permanecería en el coche por otro rato, las manos aún en el volante y la mirada fija al frente mientras poco a poco el estacionamiento empezaba a poblarse con autos de todos los colores posibles. Finalmente, faltando diez minutos para las ocho, abriría la puerta, saliendo del vehículo y asegurándose dos veces que haber puesto el seguro antes de entrar al edificio, sacando la tarjeta de acceso del bolsillo superior de su saco, saludando al guardia de la entrada con un asentimiento y pasando de largo el ascensor para subir las escaleras.

Al cuarto piso, donde estaba su cubículo, llega a las 7:59, donde se detendría a mirar el reloj digital marcar los segundos transcurridos hasta que se volvían las 8:00, momento en el que él finalmente colocaría su maletín sobre su escritorio y tomaría asiento, encendiendo inmediatamente su computadora. Se pasa toda la primera jornada tecleando, transcribiendo e imprimiendo documentos, apilándolos todos en una esquina perfectamente ordenados para que fueran recogidos.

A la hora del almuerzo volvería a su auto y comería su comida dentro de él. Tenía un menú de lo que consumiría cada día junto a la acostumbrada botella de agua que compraría en el lobby antes de salir. Solo tardaba diez minutos para comer, mientras que los veinte restantes los gastaría contestando los tan acostumbrados mensajes que recibía de su familia, siempre un día de por medio entre el recibimiento del mismo y la respuesta.

Al terminar el receso de treinta, que era todo lo que él necesitaba a diferencia de la hora que tomaban todos los demás, volvía a su cubículo, donde los documentos anteriormente preparados ya no se encontraría, como debía ser. Seguiría con su trabajo hasta las seis de la tarde, siendo puntual a la hora de detenerse, recoger sus cosas y largarse.

Todos los días, al volver a casa, pasaría las siguientes dos horas limpiando, algo leve, quitando el polvo de las ventanas, las mesas, cualquier superficie donde se pudiera posar. Barrería, luego trapearía y encendería velas aromáticas. Una para cada día.

A la hora de la cena cocinaría el menú de la noche y comería sentado, solo, en su mesa. Inmediatamente al terminar fregaría y se iría a su oficina a relajarse un poco antes de dormir con uno de sus pasatiempos preferidos: armar marquetas ¿su último proyecto? Un modelo a escala de la ciudad.

Esa era su rutina.

Pero había días, como ese, donde su jefe se acercaba y le pedía que se quedara un poco más, "trabajo extra, paga extra" decía con una sonrisa, a lo que él tenía que responder amigable y afirmativamente, aunque sus dedos se crispaban y no quería nada más que...

Nunca tardaba más de una hora en hacer todo lo pedido, pero era una hora de su itinerario perdida y aquello lo ponía ansioso.

No le gustaba estar ansioso.

Conducir se volvía peligroso, pero no podía evitar exceder el límite de velocidad en ese estado. La policía siempre lo detenía, ganándose una multa y empeorándolo todo. Con su estado de ánimo alterado, llegaba a casa y empezaba con la limpieza, siendo tan meticuloso como le permitía el tiempo recortado. La cena se arruinaba cuando estaba molesto, entonces solamente tomaría una botella de lo que fuera que tuviera en su nevera y se apresuraba a bajar a su sótano, donde realizaba otro de sus pasatiempos favoritos, ese que lo calmaba cuando todo se volvía caótico, cuando todo era un desastre, cuando su vida se salía de la línea que cuidadosamente había trazado.

Bajaba los escalones con fuerza y rapidez, apenas encendiendo las luces cuyo interruptor estaba al pie de las escaleras y se dirigía inmediatamente al fondo, directamente a su mayor obra de arte.

Aspira ruidosamente por la nariz y expulsa con fuerza el aire por la boca, el fuego en su interior aplacándose pero sin apagarse.

Falta algo.

Siempre faltaba algo, pero eso tenía solución.

Se volvió hacia su mesa de herramientas, su vista fija en los papeles sobre ella y luego en aquellos que se mantenían adheridos a la pizarra de corchos, mostrando su nuevo proyecto... y sonrió.

Sasuke Uchiha era un hombre normal.

Y como todo hombre normal, él también tenía secretos.











Un nuevo fic, que espero que sea corto y actualizarlo al menos cada semana mientras sigo escribiendo los otros.

De todos los fics que estoy escribiendo actualmente, este es el único el cual iré publicando según termine los capítulos. Los demás los voy a publicar cuando termine de escribir todos los capítulos o cuando los tenga bien adelantados.

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