Sasuke Uchiha era un hombre normal.
Trabajaba, limpiaba su casa, cocinaba. Tenía un itinerario que mantenía su vida en perfecto orden, un orden que era mejor mantener.
Sasuke Uchiha era un hombre normal, y como todo hombre normal, él también tenía s...
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Salió de la ducha y miró el reloj, eran las 2:00 de la madrugada del sábado.
Con una toalla envuelta en la cintura, una descansando en su hombro derecho y sandalias en sus pies, salió de la habitación para dirigirse hacia su oficina, deteniéndose frente al espejo en el pasillo, haciendo una mueca al ver los arañazos en su mejilla derecha y el labio roto en una comisura, los había desinfectado y dolió como el infierno, pero con suerte empezaría a sanar rápido sin que tuviera que faltar más de dos días, el resto podía cubrirlo con maquillaje, no sería la primera vez.
Siguió su camino hasta entrar en la oficina, mirando levemente la maqueta antes de dirigirse hacia su impresora donde descansaban hojas completas de las imágenes que había tomado en la cafetería, las agarró y las llevó hacia la mesa de dibujo que mantenía en el lugar, dividiéndolas en pequeños grupos que obedecían el orden en el que dibujaría los planos: primero las imágenes del exterior, luego las del interior y por último los detalles como las puertas de los baños y la cocina, el orden de las mesas, las decoraciones de las paredes y el mostrador.
Pero había otras fotos, fotos que no pertenecían a esa planta y que él no soltó.
Apagó la luz y salió de la oficina, esta vez pasando de largo la habitación y bajando las escaleras hacia el sótano que había permanecido iluminada desde que había llegado aquella noche.
Miró la trituradora, aún encendida pero ya sin nada que destruir mientras que el cubo que había dejado en frente del mismo ya se encontraba lleno de un polvillo blanquecino producto de aquello que había puesto en la máquina mientras se iba a bañar.
Entró su mano libre al balde, sintiendo aún algunas piezas grandes de material destruido pero no lo suficiente como para que le impidiera trabajar, así que levantó el cubo y lo puso sobre la mesa junto al yeso en polvo con el que lo mezclaría y usaría más tarde para fabricar las piezas que necesitaba de su maqueta.
De la mesa de herramientas agarró unas tachuelas y con ellas empezó a fijar las fotos que había impreso a la pizarra de corchos.
Fotos de Hinata hablando con un cliente.
Hablando con un empleado.
De espaldas.
Hinata con la cabeza gacha en el mostrador, revisando algo en la caja registradora mientras todo su pelo caía a un lado.
Ella mirando hacia él, sonriendo mientras que tras ella los suaves rayos de la puesta de sol atravesaban la ventana y la bañaba con el característico tono naranja rojizo.
Aquellas no eran las únicas, también habían otras donde ella estaba en plena luz del día esperando el cambio del semáforo para cruzar. O aquellas en las que estaba comiendo acompañada de otras personas. También había una donde se veía entrando a un complejo de edificios en la parte cara de la ciudad.
Y había una en particular, algo granulosa por el acercamiento y mal iluminada donde ella se encontraba en su habitación, dándole la espalda a la puerta abierta del balcón y apenas sosteniendo la toalla contra su cuerpo mientras parecía hablar por su celular.
En esa ocasión se quedó tan embelesado mirándola desde la distancia que le brindaba el edificio en construcción en el que se encontraba que se olvidó de seguir presionando su celular para obtener más fotos.
Tenía tiempo observándola, cada fin de semana desde los últimos tres meses habían sido exclusivos para ella: cada movimiento que hacía, cada persona con la que hablaba y cada hora que dormía, él las conocía todas.
Una sonrisa se extendió en su rostro, la sensación eufórica que debía sentir un niño al tener un juguete nuevo crecía en su pecho.
Finalmente comenzaría con su nuevo proyecto y no podía esperar.