—¿Por qué quiere que traiga a su esposa? —me preguntó la parca.
—Es que usted no lo entiende —me apresuré a responder— señora, señorita, ¿madame?
La verdad es que para pedir una audiencia con la parca había que tener un buen motivo, y no hablo de cualquier bagatela, porque aunque ella te atendía sin quejas, mientras más furiosa se ponía mayor era el escalofrío que sentías al verla.
—Si explicara podríamos terminar más rápido —me dijo algo molesta, pues llevaba quince minutos pidiéndole cierto deseo en apariencia carente de sentido.
—Verá usted, han pasado cuarenta años desde que me casé con esa mujer y veinte desde que fallecí, pero ahí no radica el problema, la verdadera cuestión es que en mis últimas visitas al mundo de los vivos he visto ciertas situaciones que me preocupan en gran manera. Mi esposa ya tiene cierta edad, una edad según yo adecuada para morir, pero créame usted que cada segundo que ella pasa allá abajo, es un peligro para aquellos cuyo tiempo de partir aún no ha llegado.
—¿Pero no dice usted que su esposa es una anciana? —me preguntó la parca aún más confundida—. ¿Qué peligro puede acarrear una mujer decrépita?
—Le explico si me lo permite. Mi esposa tiene una pequeña fobia, bueno, siendo sinceros, una gran fobia. No me pregunte por tecnicismos, pues los desconozco, solo sé que popularmente es conocida como fobia a la muerte.
—¿A la muerte dice usted? —dijo la parca con cierto humor.
—Así es, mi esposa se ha vuelto incapaz de pasar un día sin pensar en los peligros letales que la acechan, pero de nuevo ese no es el problema. Creo que la única forma de que usted comprenda es con una anécdota. Hace poco tiempo decidí bajar al mundo de los vivos para mi visita regular. Dicho día mi esposa tenía una serie de tareas que realizar fuera de casa. Salió temprano en la mañana, su primera parada debía de ser la florería, pero como tenía el mal presentimiento de que uno de los arreglos florales que cuelgan a ambos lados de la entrada, terminaría cayendo sobre ella, decidió cruzar de calle, pasar la primera fila y volver a cruzar; pero entre cruce y cruce, terminó por confundir a un joven en bici que venía desde la avenida y que acabó perdiendo el control de su propio vehículo hasta caer y golpearse el cráneo con una piedra. De más está decir que no sobrevivió, y que el hecho de contemplar una muerte tan de cerca solo incrementó los miedos de mi esposa ese día.
»Como le decía, si seguimos su ruta después de la florería, terminaríamos en el supermercado, pero antes de llegar allí tendríamos que pasar por cierta calle con una abertura de ventilación en el suelo. Básicamente es un agujero de un metro cuadrado, ese día el enrejado no estaba, imagino que fuera un percance momentáneo, pero el punto es que cuando mi esposa pasó por allí el agujero quedaba al descubierto. Ver aquello causó cierta conmoción en mi amada, pues aunque el agujero era bastante visible a cualquier distancia, a ella le pareció un peligro total, por eso agarró una de las láminas de aluminio que alguien había colocado en una pared y la plantó como un pequeño muro a ambos lados del agujero, las láminas eran pequeñas, no alcanzaban para cubrir todo el hoyo, y en realidad, tampoco eran una barrera muy eficaz, como se vio después. El problema principal es que aunque uno veía el agujero, no lograba contemplar las láminas, por eso más tarde una anciana que trataba de saltar terminó con un pie enganchado a la lámina de aluminio, perdiendo el equilibrio y cayendo al hoyo. Tampoco creo que deba decir qué le sucedió.
»Cuando llegó al supermercado ocurrió la mayor tragedia. Usted sabrá que estos lugares se encuentran llenos con filas de interminables escaparates, pues pasar entre dichas filas constituía un suicidio para mi esposa, por eso en vez de caminar ella, escogía a algún jovencito que deambulara por allí y por unos dólares lo hacía viajar de estante en estante recogiendo la compra. Bien es sabido que este ritual se vuelve complejo si uno no está seguro de lo que quiere, ahora imagínese si tampoco es capaz de ver lo que hay. Cada vez que un artículo quedaba lejos de su vista, mi mujer hacía caminar al chico y repetirle a gritos lo que era. Así estuvo media hora, de un lado a otro. Cuando entregó el carrito y recibió el dinero, el joven se encontraba exhausto y al perder la fuerza por un instante terminó apoyándose en un estante suelto, lo que provocó que este cayera y derrumbara una fila completa. Cuatro personas terminaron siendo víctimas.
»Así como usted verá, es necesario, es primordial, que usted traiga a mi esposa conmigo a un sitio en el que no sea peligrosa.Tras unos instantes de silencio, la parca desapareció ante mis ojos. Esperé varias horas sin saber de ella, cuando al fin regresó, llegó acompañada.
Mi esposa no parecía asustada, conversaba con tranquilidad con la parca. Le di un fuerte abrazo cuando llegó y un beso en la frente. Hablamos un rato, pero en algún punto la parca regresó sin que yo lo notara.
Mi esposa la saludó y se dirigió a mí.
—Tengo trabajo —me dijo con una amplia sonrisa.
—¿Trabajo? —le pregunté confundido.
—Dicen que soy buena en esto de la muerte —me respondió—, pero yo no sé de dónde sacan esas ideas.
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Cuentos de buenas noches para búhos con insomnio
Short Story«Antología de cuentos» ¿Tienes un búho en tu ventana? ¿No te deja dormir en la noche? ¡Cuéntale un cuento! Yo te lo presto. Abre cualquier página y haz que tu búho tenga un largo sueño.