Cuentos de buenas noches para búhos con insomnio

El tiro por la culata

Freddy esperaba aquella llamada con nerviosismo. Sentado en su sillón contemplaba la línea telefónica tomando a sorbitos de una copa de vino.

«Ring, ring».

El sonido del aparato hizo eco en el salón. Freddy descolgó el auricular y respondió.

—¿Es usted? —preguntaron al otro lado.

—Sí, soy yo —respondió Freddy.

Aquella llamada era la esperada.

—Ya estoy aquí—informaron por la línea—. ¿Cuando termine quiere conservar alguna parte?

—¡No! —respondió Freddy alarmado—. No quiero ver nada.

—Entonces procederé —dijeron—, lo tengo en la mira. Se encuentra en su salón.

—Solo hágalo —dijo Freddy con exasperación.

—Como usted diga —le respondieron—, solo recuerde la cifra.

—Sí, sí, la cifra.

Freddy arrancó el auricular de la base y se lo llevó consigo.

—El objetivo se mueve —le informaron.

—¡Solo hágalo! —repitió Freddy mientras caminaba hacia el cuarto.

En su habitación abrió un cajón y sacó un fajo de billetes.

—Está haciendo algo extraño —dijeron por el teléfono.

—¿Qué hace? —preguntó Freddy con animosidad.

—Está —hubo una pausa—. Está contando dinero.

Freddy dejó caer el fajo de billetes al suelo y se aferró al auricular.

—¡Pero dónde usted está! —gritó furioso.

—En el 222A de San Juan —contestaron sin emoción.

—¡Pero esa es mi casa! —gritó Freddy mirando hacia todas partes.

—¿No es usted el señor Young? —preguntaron en la línea con desconcierto.

—¡Pero si es el señor Young era de quien debías encargarte!

—¿Y usted quién es? —preguntó el hombre apartando el objetivo.

—Soy el señor Gómez —respondió Freddy—, tu empleador.

Al otro lado de la línea se escuchó un largo «Ahhh».

—Debí equivocarme al marcar —indicó el hombre ubicándose otra vez en su posición.

—¿Pero entonces usted no es el anónimo que contraté? —preguntó por última vez Freddy.

—Con seguridad no —le respondió el sicario tras apretar el gatillo.