El sol se asomaba en el horizonte, intercambiando posiciones con la luna llena. En cuanto los primeros rayos del astro rey fueron plenamente visibles, el día comenzó para los habitantes de Greenway. Entre los hombres, algunos salían al alba, directamente a labrar la tierra que producía sus alimentos. Otros desempeñaban variadas tareas igual de importantes para el desarrollo de la pequeña aldea. Las mujeres por su parte, iban desde temprano al rio a lavar la ropa o simplemente cumplían con las labores del hogar, aunque eso no quiere decir que no hicieran otros trabajos. Esta monótona rutina consistía el día a día para los habitantes de la mencionada aldea, a veces con algunas pequeñas alteraciones. Todo hasta un día en el que las cosas cambiaron para siempre.
CAPÍTULO 1: El Aprendiz del Sabio.
Arthur: Ya me voy, mamá.
Eliza: Sí, ten mucho cuidado Arthur. Y no vayas a salir de la aldea.
Arthur: ¡Lo sé!
El niño tomó una pequeña bolsa, se la echó al hombro y salió de la casa trotando alegremente y agitando la mano en el aire conforme se alejaba. A su paso por los caminos, saludaba a los trabajadores del campo que felices volteaban correspondiendo al saludo. Unos minutos luego de haber salido de su casa, llegó a su destino, una gran casa de piedra situada en una colina al norte de la aldea, con amplios ventanales y un hermoso jardín de rosas que recibía a los visitantes. Arthur se acercó a la puerta y tocó un par de veces, esperó, y al cabo de unos segundos salió a recibirlo el dueño de dicha casa, un anciano de largas barbas, sonrisa despreocupada y ojos amables.
¿?: ¡Oh! Buenos días Arthur -saludó sin dejar de sonreír- Hoy has venido temprano.
Arthur: Buenos días, sabio Edmund. Ayer no pude terminar muchos libros, por eso pensé en venir antes.
Edmund: Por mí está bien, venga, pasa.
El anciano abrió la puerta por completo e invitó a pasar al chico, no sin antes rebuscar en los bolsillos de su camisa para entregarle una pequeña llave plateada.
Edmund: Aquí tienes Arthur, cuídalos por mí.
Arthur: ¡Sí!
Arthur tomó la llave y corrió hasta la puerta que llevaba al sótano para posteriormente abrirla con sumo cuidado. Descendió las escaleras hasta el fondo y encendió una vela para iluminar su estadía. El sótano de Edmund no era uno común y corriente, con el paso del tiempo el anciano había acumulado una gran cantidad de libros que fue guardando allí, poco a poco se convirtió en una pequeña biblioteca. Libros de historia, relatos fantásticos y pergaminos sobre magia eran solo algunos de los muchos tipos de libros que podrías encontrar entre las decenas de estantes. El joven pelirrojo dejó la vela en una mesa y se acercó a los estantes, deslizó su mano sobre el lomo de los libros y extrajo dos de ellos. Sentado en compañía de la débil luz que emitía la vela, Arthur se sumergió de fondo en la lectura y pasó horas estudiando los libros del sabio. Para cuando hubo concluido ya era por la tarde, el sol casi se había ocultado por completo y la llegada de la noche era inminente.
Edmund: ¿Ya te vas, Arthur? -preguntó al ver que Arthur abría la puerta.
-Arthur: Ya es un poco tarde, me llevaré algunos libros, espero que no le moleste.
Edmund: Claro que no, toma todos los que quieras, después de todo solo cogen polvo ahí tirados. Vuelve de nuevo, recuerda que siempre eres bienvenido.
Arthur: Gracias sabio Edmund. Nos vemos mañana.
Edmund: Sí, hasta mañana.
Antes de oscureciera del todo, Arthur salió corriendo hacia su casa, lo menos que quería era que su madre se preocupara. Mientras bajaba la colina vio algo extraño que llamó su atención, consumido por la curiosidad se detuvo a ver.
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The Last Guardian
FantasyEn Ashmont, un mundo en el que la magia y las criaturas fantásticas forman parte del sentido común, los demonios buscan imponer su dominio sobre las razas que dominan la superficie. Los Guardianes, antiguas bestias de inigualable poder, son lo único...