Capitulo I

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Había una vez en un reino olvidado y lejano. En él vivía una princesa Rubia, de tez blanca como la leche,  pechos fuertes y bien lucidos, tan hermosa que parecía una muñeca delicadamente construida, su rostro perfecto e inocente de delicadas facciones femeninas era adornado con dos gigantescos ojos azules y sus rizos dorados terminaban en su estrecha cintura seguidas de dos pequeñas pero duras y voluptuosas nalgas, Un cuerpo pequeño pero de pronunciadas curvas y piernas perfectamente esculpidas, por el reino se corría las leyendas de que sus palabras susurradas al oído podrían matar de amor a cualquier hombre, rumores que se basaban en la tierna voz que solo algunos nobles habían tenido el placer de escuchar.

La imposible belleza de la princesa Mariel, sin embargo, no había sido sino fuente de desgracias para la desdichada, una vida de acosos y miradas desagradables que eran demasiado para la mentalidad infantil de la pobre damita, con solo 15 años a Mariel todavía no le interesaba contraer votos más sin embargo tenía cientos de pretendientes, príncipes,  nobles y plebeyos, uno de ellos el más notable: Martel príncipe de un muy pequeño Reino aledaño, reparaba su corcel frente a la torre donde vivía la princesa y le recitaba poesía día y noche a su amor.

—Oh mi dulce Mariel “Dulcinea es la más bella” dice la gente sosa pero yo creo que de las flores eres la más hermosa

—Martel no quiero nada con vos dejadme en paz o tendré que hacer que te saquen mis guardias ­a patadas— pero Martel nunca entendía, siempre terminaba el día huyendo despavorido de los guardias que la princesa mandaba.

Cuando Mariel salía a caminar por las calles de su reino siempre procuraba ir escondida entre abundantes ropas, sin embargo siempre le pasaba que algunos plebeyos lograban reconocerla;  —Ninguna otra mujer tiene un cabello tan dorado, ¡esa es nuestra princesa!—  decían observando alguno de los mechones de la princesa asomando su reboso accidentalmente, no había otra cosa que la disgustara más, la chica se sentía violada por la mirada de los transeúntes, los ojos de aquellos hombres le provocaban autentico terror, eran también los ojos que la atormentaban y con los que era mirada la mayor parte del tiempo, como un objeto del deseo, si bien solo intentaban tener un acercamiento con ella, quizá nada fuera de lo normal, la mayor parte del tiempo Mariel estallaba corriendo por las calles casi con lagrimas en los ojos y en su huida tropezaba y destrozaba los puestos de algunos comerciantes, pateaba algunos vagabundos y tiraba algunos viejitos que cojeaban, un frenesí para escapar de su agresor imaginario, en un momento se vio acorralada en un callejón, para su sorpresa y alivio había perdido a la multitud que la perseguía, pero un chico había aparecido bloqueándole la salida, sus ojos turbios se clavaron en ella, una nueva mirada la recorrió.

— ¡Déjame en paz!, no busco contraer matrimonio con nadie, y mucho menos llegar a la cama de algún hombre— trataba de alejar al chico, pero él; sumido en rabia seguía Avanzando, Mariel se dio cuenta que el vestido se le había desgarrado, las mangas dejaban ver sus hombros y las faldas de su largo vestido rosa pastel se habían desgarrado desde la rodilla derecha hasta el muslo izquierdo <<estoy casi desnuda>> pensó aterrada, el joven seguía acercándose, su mirada estaba perdida en la princesa apretaba los dientes con rabia mientras retorcía la cara, los pantalones desgastados y rotos, la camisa que no se había lavado en meses, pelo cochambroso y la piel bañada en tierra, <<un joven campesino.>>

—No me escuchaste, date media vuelta y anda hacia dónde has venido plebeyo, no puedes asustar así a la princesa— el no escuchaba, en un último salto estuvo lo suficientemente cerca de la princesa para que esta se sumiera en un miedo absoluto, sus ojos se desorbitaron, su peor temor estaba a punto de hacerse realidad, en su desesperación voló una cachetada hacía el rostro del muchacho, pero este la detuvo en el aire, jadeaba y sudaba— ustedes los nobles son todos iguales ¡sabes cuánto tiempo le tomó a mi padre construir ese humilde puesto en el mercado!, solo se interesan en ustedes mismos y ¡solo vuestros problemas son importantes!—

Mariel la princesa trofeoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora