(5) Ercebeth

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     Horas posteriores, Nerval (cumpliendo los mismos protocolos sanitarios) fue a ver a su hijo acompañado de su esposa y su lugarteniente Zomak. El prometido de Lissandra tenía fiebre y ya estaba con medio pie sobre la tumba.

– Hijo...– Titubeó Nerval

– Padre... ¿Y Ercebeth? ¿Sufre del mismo mal que nosotros?

– Ella... – hizo una pausa: – Sí... No esta tan complicada como tú pero... ¡Ambos estarán mejor! ¡Ustedes! ¡Todos!

– Padre... perdóname. Haz lo suficiente para salvarla.

– Nuestros Monjes y médicos están haciendo todo para salvarlos.

– Sálvala a ella... – Zomak miró a su compañero arrodillado en la cama suplicante, como si estuviese frente a un pupitre de un santuario en frente del mismísimo dios armenita Tármor. Algo le dijo que debía dejarlos a solas. "Mejórate, muchacho" Y sin decir más, salió de la habitación.

– Debo preguntarlo: ¿En realidad la amas?

– Sí, la amo.

– Estas comprometido con Lis. Ella es más... A tu medida de descendencia.

– Ercz lo es... No me interesa Lissandra. Es hermosa, pero... no le debo mis mejores pláticas. ¡No soportaría perderla! –repetía una y otra vez afiebrado.

– Estas débil, hijo. Te pondrás mejor.

– Padre... pase lo que pase. Todo tu amor paterno... destínalo a ella. No la conoces realmente, yo sí. ¿Lo entiendes? Tan solo. Pude soportar un compromiso matrimonial por el futuro de nuestra raza, pero no me resigno a que le ocurra algo. – comenzó a toser con la boca seca: – Yo... quiero despedirme.

– No te preocupes: la traeré...

    Al salir de la habitación, vio a su amigo. Le contó el plan del encuentro de los jóvenes amantes. Séptimo se negó rotundamente por las recomendaciones de los especialistas. "¡Mi único hijo me lo pide! ¡Te lo ruego!", "Eres mi hermano de sangre, mi mejor amigo... pero no podemos hacerlo" – se rehusó Séptimo con el corazón en la mano delante de su prole. El noble de Nerval, se quitó el tapabocas en el sector de cuarentena arriesgando su salud, amenazando al oído: "Soy el único que conoce tu enfermedad. Nunca te pedí nada para mí... acepté un acuerdo colocando la felicidad de mi hijo por sobre nuestra sociedad. Tú me debes tu lugar: me debes la vida. Vas a dar la orden que los dejen morir juntos y lo harás por mi pobre hijo: mi vínculo sanguíneo es más espeso que mi deber." – Las negras pupilas de Séptimo se abrieron similares a la abertura de una puerta que desembocaban en el miedo. Alzó su orgulloso cráneo redoblando la apuesta: "Filrum es inocente. Ercz también. Te ofrecí el poder hace años y te negaste. ¡No me puedes acusar cuando no te gustan las decisiones que tomo!" Y ya en voz alta: "Nerval violó los protocolos de seguridad: nos puso en riesgo de una pandemia. Debe ser aislado. Llévenselo a una habitación con los recaudos que la ocasión amerita."

    Una vez que escoltaron en detención a su mano derecha, dio la orden que sus vasallos ubiquen la camilla de Filrum en la misma habitación que Ercebeth, causando la furia de los médicos. ¿Qué otra cosa podría haber hecho el líder armenita? Amaba a su amigo. Y estaba al tanto del gran vínculo forjado de sus hijos. Por ello tuvo que resignarse, permitiendo que ambos pasasen sus últimos días juntos. Los padecientes no hablaron. Solo se miraron en aquella última velada. Cuando el sol arrimó sobre las cortinas blancas, los ojos de Filrum se cerraron para siempre. Ercebeth estaba emocionalmente devastada: quería unírsele en el descanso eterno. Después que los funebreros llevasen el cadáver del muchacho para incinerarlo y prevenir un brote de pandemia, Nerval ingresó a la habitación. El soldado, sentía un dolor muy profundo, sin embargo, la abrazó. Al oído le confesó con voz quebrada: <<Mi hijo te amaba... gracias por haber pasado tanto tiempo con él! Lo hiciste feliz... >>

    Mientras tanto desde el pasillo, Lissandra los espiaba con cierto recelo, por no haber sido parte del último deseo de su prometido. 


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El Collar de las Lágrimas. Libro II: El Legado de los InmortalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora